
¿Cómo imaginaban las ciudades del siglo XXI? ¿Las imaginaban surcadas por miríadas de coches voladores?¿Pobladas por árboles flotantes y construidas según los trazos de singulares edificios multiformes con parpadeantes fachadas hipercromáticas?
Desde que Le Corbusier planteó la Ville Radieuse en los años 30 pasando por las docenas de visiones que se propusieron desde el cine, la televisión e incluso los parques temáticos, nos vendieron que la ciudad del mañana sería muy distinta a la que conocíamos.
Apenas había entrado en la mayoría de edad cuando visité por primera vez la Exposición Universal de Sevilla y, enseguida, me di cuenta de que así tenían que ser las ciudades del futuro, de mi futuro. Amplios y cómodos bulevares peatonales que discurrían entre espacios de sombra cuidadosamente controlados y construidos a base de artefactos artificiales o a veces naturales de vegetación integrada y lúdica.
El engaño del siglo XXI
Y los edificios, claro. Edificios diferentes, únicos. Fachadas que reflejaban el sol en paramentos de acero y vidrio y madera cómo yo no había visto nunca. Como nadie había visto nunca. Durante esos meses de 1992, el ser humano se encontró de frente con la ciudad del siglo XXI.
Después llegó el siglo XXI y nos engañó a todos. No solo no hay coches voladores ni árboles flotantes, sino que las calles siguen siendo estrechas y retorcidas y los edificios son exactamente iguales que siempre. Interminables fachadas de ladrillo cara vista y ventanas y ventanas y más ventanas idénticas las unas a las otras, con la misma forma y la misma superficie y la misma carpintería de aluminio y las mismas persianas enrollables de PVC y el mismo vidrio con cámara de 6 milímetros.
Salvo que visitemos un PAU. Al menos, alguno de los que se han colonizado con vivienda de protección pública. La explicación es lógica y ya la apuntamos en el artículo sobre las casas en Japón: la necesidad de beneficio económico. O la falta de ella. Los promotores inmobiliarios entienden la vivienda como elementos de compraventa sujetos a las leyes del mercado. Por tanto, el miedo a no poder realizar esa futura venta que consideran como principal actividad de su producto les lleva a apelar al mínimo común denominador. No existe el mínimo resquicio para el riesgo.
Construyen edificios de ladrillo visto porque son los que se vendieron en la anterior promoción y los que se vendieron en la promoción que iba antes de la anterior y los que se venderán en la próxima. Y como la oferta es tan uniforme, los ciudadanos tampoco tienen acceso ni capacidad para pedir o siquiera plantearse viviendas -y mucho menos edificios- distintas a las que ya conocen desde siempre.
Es un Ouroboros, una serpiente sin principio ni fin que ha convertido a las ciudades españolas en plantaciones de ladrillo. Incluso experiencias tan extraordinarias como el propio recinto de la Expo 92 en la isla de La Cartuja en la actualidad resisten a duras penas como espacios infrautilizados y, en algunos casos, casi ruinosos.
Edificio en el PAU de Vallecas. Foto: M.Peinado (CC)
Una vivienda sin beneficio económico
La vivienda protegida se salta completamente los embistes de la rueda económica. No tienen que venderse porque ya están vendidas prácticamente antes de construirse. Sí, tienen unas limitaciones de superficie y también de presupuesto de ejecución, pero son las únicas. Los edificios se proyectan a través de concursos de arquitectura cuyo jurado está a su vez compuesto en su mayor parte por arquitectos, ni vendedores ni constructores ni promotores.
Y, como no hay necesidad de beneficio económico, la principal condición que se contempla a la hora de diseñarlos es el bienestar. El bienestar de los futuros usuarios y también el bienestar de la ciudad.
Así, las fachadas urbanas del PAU no son esa infinita pared de ladrillo naranja, sino que a menudo están salpicadas de chapas perforadas, vidrios coloreados y paramentos completos de celosías de madera e incluso bambú en mil retranqueos y volúmenes. En articulaciones y giros. En siluetas arquitectónicas que imaginamos por última vez cuando nos contaron cómo serían las ciudades del futuro.
De igual manera, siendo los PAUs artefactos de crecimiento urbano, tampoco se adscriben a los requisitos de la ciudad tradicional. Su trazado urbanístico se dibuja desde cero en suelos exteriores a los cascos históricos. Por eso pueden plantear avenidas anchas, calles capaces de absorber cualquier situación de tráfico, además de parques, espacios arbolados y rutas ciclistas y peatonales.
Uno de los ejemplos más interesantes es el Eco-Boulevard en el madrileño PAU de Vallecas, al este de la capital. Proyectado por el estudio Ecosistema Urbano en 2004 y terminado de construir en 2007, consiste en un mínimo trazado rodado asimétrico que permite que la mayor parte de la avenida se destine al ámbito peatonal y de relación vecinal.
El espacio se salpica con tres grandes estructuras bioclimáticas, bautizadas como Árboles Áereos por los propios arquitectos y que, además de arrojar sombra y funcionar como controladores de la temperatura, cuentan con columpios, gradas y pavimentos de distintos colores, texturas, resistencias, durezas, flexibilidades, sirviendo así como lugares de reunión y juego para los vecinos y los paseantes.
Interior de un Arbol Aéreo. Foto: Luis García (CC)
La ciudad del futuro está aquí
Teniendo en cuenta que los PAUs tienen como mucho diez o quince años, es lógico comprobar que la mayoría aún no estén a medio consolidar, que apenas haya locales comerciales abiertos y que la vida urbana aún dependa demasiado de los coches. También deberíamos señalar que parte de las infraestructuras, y aún más las experimentales, necesitan de un mantenimiento y un cuidado continuo que la crisis económica ha dejado de lado.
Los mismos Árboles Aéreos del Eco-Bouluverd están actualmente lejos de parecerse a la idea inicial que proyectaron los arquitectos. Pero también sucedió lo mismo con experiencias urbanas de crecimiento como el barrio de La Esperanza en Madrid o el mismísimo Eixample de Barcelona: pasaron años e incluso décadas hasta que se afianzaron como el robusto sector urbano que representan en nuestros días.
El tiempo dirá si los PAUs acabarán teniendo la misma importancia metropolitana que otras partes de la urbe, pero lo que es seguro es que, ahora mismo, son casi la única posibilidad que tenemos para pasear por las ciudades del futuro que una vez imaginamos.