Política

Asumir responsabilidades es una mala estrategia política (y nosotros tenemos parte de culpa)

  • Cifuentes ha actuado a la defensiva en la polémica sobre su máster
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes. Foto: EFE

A mediados de diciembre de 2012 Santiago Cervera convocaba a los medios en el Congreso para, en medio de cierta expectación, anunciar que renunciaba a su acta de diputado y dejaba la política en activo. Cervera, que por aquel entonces era secretario del Congreso y un valor al alza en el PP, tenía 47 años y acababa de poner punto y final a su carrera política.

Cervera no era un tipo famoso en Madrid, pero sí era conocido en su Navarra natal. Desde las filas de UPN, partido hermano del PP en la comunidad, había sido consejero de Salud durante siete años, poniendo en marcha algunas iniciativas muy del agrado de los más liberales, como la liberalización de farmacias. Más tarde, empezó a ocupar titulares por su férrea oposición a la gestión que se estaba haciendo de Caja Navarra, por la cual acabaron salpicados su expresidente José Antonio Asiaín, y los expresidentes autonómicos Yolanda Barcina y Miguel Sanz.

En 2008, y en plena pelea del PP contra los presupuestos de Zapatero, acabó dejando el partido y fundando el PP navarro. Lo hizo bajo el abrigo de Génova, que tomaba así represalias contra UPN por permitir la aprobación de aquellos PGE en una de las legislaturas más crispadas que se recuerda. Eso supuso un breve cisma en el centro-derecha navarro, que le grajeó no pocos enemigos a Cervera, y un salvoconducto a la política nacional. Cuando dimitió, Cervera no era todavía alguien famoso en la escena nacional -posiblemente nunca tantos medios cubrieron una intervención suya- ni conocido por el ciudadano medio -las crónicas de aquellos días tenían que explicar quién era antes de contar qué le había pasado-.

Su 'fama' momentánea vino por dos motivos, a cada cual más inusual: primero, por dimitir por verse envuelto en un extraño suceso; segundo, por lo muy extraño del suceso de marras. Un operativo policial le sorprendió acudiendo a recoger un sobre de la muralla de Pamplona, en el que un anónimo le dijo que dejaría información relevante acerca de Caja Navarra. Por otro lado, alguien había extorsionado a Asiaín para que entregara dinero que debía dejar en la muralla. Al ver que quien lo recogía era su enemigo político, denunció un intento de chantaje.

Tres años después de todo aquello, Cervera fue absuelto. El juez concluyó que alguien le tendió una trampa, y que él picó. Para el esclarecimiento de los hechos fue clave que renunciara al acta -por el aforamiento- y su total colaboración desde el principio -entregó ordenado, móviles y documentación antes incluso de que se solicitara-. La detención y renuncia del diputado fue noticia de portada en todos los medios, pero su absolución, aunque se cubrió, no tuvo el mismo eco. Su nombre había quedado para siempre vinculado a 'lo de la muralla'.

Atención a lo negativo, olvido en lo positivo

El de Cervera es un caso muy particular, pero esconde ciertas trazas acerca de cómo funciona el sistema. La combinación entre el estallido de casos de corrupción con la sensibilidad del ciudadano golpeado por la crisis y la desafección, encuentra en los medios un acomodo perfecto: las noticias negativas siempre ocupan más espacio que las positivas, y una inculpación siempre tiene más recorrido -de cobertura de los medios y de atención de los ciudadanos- que una absolución. Ejemplos hay decenas, como el de Íñigo Errejón con la acusación de malversación a cuenta de un proyecto universitario, por citar uno de signo contrario al de Cervera.

El último caso es el de Cristina Cifuentes y el máster que supuestamente habría obtenido de forma irregular. Según eldiario.es, medio de comunicación que reveló el caso, la presidenta de la Comunidad de Madrid obtuvo el título sin pasar por clase -requisito imprescindible-, sin realizar dos exámenes y sin que conste TFM alguno. Ella, en su defensa, ha mostrado documentación que ha arrojado nuevas dudas y ha anunciado una querella contra el medio y sus periodistas.

El de Cifuentes no es un caso 'criminal', pero -de confirmarse- sí tendría un profundo impacto. Ella, a modo de estrategia política, ha sido especialmente dura con la corrupción dentro de su partido, y gobierna gracias a un pacto con Ciudadanos muy estricto en ese sentido. Es por eso por lo que muchos dentro de su partido han recibido el asunto con cierta alegría contra ella. Fuera de su formación, se emplaza a la presidenta a ser transparente e incluso a dimitir, como han hecho altos responsables políticos de Estados como Alemania, Hungría o Taiwán cuando se han visto envueltos en escándalos similares.

¿Por qué Cifuentes, que ha basado su estrategia en ser transparente, actúa a la defensiva? Desde fuera podría parecer que una actitud proactiva en este sentido podría ser incluso beneficiosa para su imagen: asumir la culpa -si la hubiera-, dar un paso al lado para retomar el máster y volver, título en mano, a primera línea política. En el cinematográfico guión del PP madrileño, donde Esperanza Aguirre ha llegado a dimitir hasta tres veces, no sería desdeñable el gesto, y seguramente tendría réditos a medio plazo.

Ahora bien, el 'riesgo Cervera' es demasiado alto. Construir la buena imagen de un candidato es mucho más difícil que destruirla, y hay manchas que, aun no siendo criminales, resultan imborrables. En Reino Unido, por ejemplo, el líder de los liberaldemócratas, que llegó a ser viceprimer ministro, publicó un vídeo pidiendo perdón por no haber cumplido sus promesas electorales y explicando por qué lo había hecho. El gesto fue aplaudido por muchos, pero de poco le sirvió: su formación desapareció del mapa político en las siguientes elecciones.

Así las cosas, ¿vale la pena asumir culpas -si las hay- y pedir perdón? En política, al menos en esta política, muchas veces no. Da más réditos electorales dar imagen de firmeza, hacer como si nada hubiera pasado y seguir adelante. Sólo así se explican gobiernos tan longevos como los de Madrid, Comunidad Valenciana o Cataluña, por citar tres ejemplos de partidos distintos.

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