Política

Cuatro escenarios posibles para las elecciones catalanas del 21D

  • Trampa para los independentistas: o retroceder o perder representación
Foto: Dreamstime

Los catalanes ahora mismo viven un momento peculiar: tienen dos Papas, dos Reyes, dos países y dos Governs. Todo a la vez. Tan único es el momento que ha sido el Gobierno central el que ha disuelto el Parlament y ha convocado elecciones, en virtud del difuso artículo 155 de la Constitución. Difuso porque permite aplicar "las medidas necesarias" para recuperar el orden, sea lo que sea lo que quiera decir eso.

Así las cosas, el 21 de diciembre habrá elecciones "autonómicas", como se encargó de subrayar el presidente del Gobierno al anunciarlo. El objetivo es evidente: que se elija un nuevo Parlament para que se revierta la situación actual, teniendo en cuenta que los impulsores de la declaración de independencia serán seguramente acusados e inhabilitados para el ejercicio de cargo público, con lo que se supone que habría distintos protagonistas.

Pero la cosa no es tan sencilla para los independentistas como presentar a otros candidatos y mantener la mayoría para seguir con el procés. La convocatoria electoral de Rajoy tiene trampa: si los partidos que secundan la declaración de independencia se presentan a los comicios estarán acatando implícitamente el mandato de La Moncloa -invalidando su declaración-, y si no se presentan a los comicios perderán toda representación. Siempre queda convocar elecciones dándole la etiqueta de constituyentes justo para el mismo día, por mantener el pulso.

Aun obviando todo eso, que no es poco obviar, sería difícil augurar qué resultado tendrían unas elecciones -aunque fueran 'normales'- ahora mismo. El procés ha sido tan intenso, y la respuesta tan contundente, que es casi imposible estimar cuál sería la consecuencia: ¿movilizar a los partidarios del autonomismo? ¿Dar alas al independentismo? ¿Desmovilizar a ambos? Y no, las encuestas, visto lo visto en los últimos tiempos, no parecen un indicador acertado habida cuenta que cada una dice una cosa diferente y aún estamos en pleno desarrollo de los acontecimientos, con lo que todo puede moverse mucho hasta que se pongan las urnas.

Atendiendo a la anormal situación, y teniendo en cuenta los diversos efectos posibles, se dibujan cuatro escenarios en el horizonte que bien podrían variar en las próximas semanas.

Escenario uno: los independentistas no se presentan

Aunque todo parece indicar que sí lo harán, dos extremos podrían justificar la incomparecencia del bloque independentista del PDCat, ERC y las CUP: el primero ya comentado de que no quisieran reconocer una orden del Ejecutivo central, y el segundo una protesta ante la hipotética inhabilitación de sus líderes como consecuencia de la acción judicial.

Ese extremo crearía dos estructuras paralelas: un Govern en rebeldía, despojado de funciones, y otro oficial pero cuestionado por la incomparecencia de un bloque que actualmente es mayoritario. La tensión social, al menos al principio, sería una amenaza constante.

En Euskadi ya se vivió una situación similar con la ilegalización de la izquierda abertzale, aunque con diferencias importantes. La primera, y evidente, la existencia de ETA, que para muchos justificaba una decisión judicial tan controvertida; la segunda, que los abertzales son minoritarios, pero los independentistas no. Las consecuencias a medio plazo serían imprevisibles.

Escenario dos: los independentistas renuevan su mayoría

Sería difícil que el bloque independentista al completo acordara concurrir a los comicios, porque las CUP ya han dicho que no lo harán. Pero en el hipotético caso de que lo hicieran una cosa parece clara: ERC se convertiría en la primera fuerza, y la antigua Convergència se deshincharía. El motivo es que muchos independentistas que votaron a otra fuerza apoyarían al caballo ganador, mientras que muchos convergentes moderados de toda la vida (la alta burguesía asustada con la fuga de empresas) se hace cruces con la deriva de los suyos.

Pero supongamos que las CUP también concurrieran para sumar mayoría. Ellos son quienes quitaron del tablero de juego a Artur Mas (pidieron su cabeza para apoyar la investidura), y a duras penas se entienden con Convergència (antisistema y establishment conjugan mal). Ahora bien, un Govern de Esquerra con las CUP sería otras cosa: no es que se lleven bien, pero la sintonía ideológica es más clara... y la escalada independentista sería muchísimo más decidida.

En este escenario, por tanto, habría nuevos jugadores pero iguales equipos. Se volvería a la casilla de salida, pero con la partida bastante avanzada.

Escenario tres: el frente constitucionalista suma mayoría

Tras la firma del polémico Pacto de Estella, Jaime Mayor Oreja del PP y Nicolás Redondo del PSE firmaron un frente común contra el nacionalismo. Las elecciones de Euskadi de aquel lejano 2001 fueron un auténtico plebiscito que sacudió la campaña, con una ETA en plena efervescencia y la calle a punto de desbordarse. El resultado fue una altísima participación -del 78,5%- que dio la mayoría a Juan José Ibarretxe en el mejor resultado que jamás ha tenido el nacionalismo vasco.

Con la composición actual del Parlament catalán parece complicado que un frente constitucionalista lograra la mayoría, pero también hay dos extremos que podrían hacerlo factible: el primero es la comentada no comparecencia de los independentistas, y el segundo una masiva movilización del electorado constitucionalista (además de la desmovilización del independentista).

En cualquier caso, este escenario arrojaría casi seguro una alianza en minoría, con un PP que es casi marginal en Cataluña y un PSC que lleva tiempo sobreviviendo contracorriente pero al que su apoyo al artículo 155 puede acabar destruyendo. La clave, por tanto, sería Ciudadanos, que es el líder de la oposición actual y, dentro del bloque no independentista, al menos es un partido de gestión catalana -lo cual no es ninguna tontería para muchos votantes catalanes-.

Escenario cuatro: los reformistas dan la sorpresa

El más complicado de los escenarios pasa porque haya varios giros de posición ideológica entre los partidos, que haga posible la formación de un polo reformista. Es decir, que convergiera un grupo de fuerzas críticas con la independencia y con la aplicación del artículo 155 que a la vez aboguen por una solución más pragmática, como buscar un referéndum pactado y con encaje legal.

Para lograrlo se necesitan tres actores. El primero, un PSC que se decidiera por retomar su argumentario a favor de una reforma de la Constitución, un Estado federal y un Estatut como el de 2005. El segundo, el entorno no independentista de Podemos, con los Joan Coscubiela, Xavier Domènech o Ada Colau como estandartes. El tercero, un PDCat refundado en el que la línea independentista pase a un segundo lugar.

Es un escenario complicado, pero también el único con posibilidades de apaciguar la tensión a medio plazo. De hecho, dos de esos actores actuarían más por el riesgo de hemorragia que por convicción: los socialistas son conscientes de que su apoyo a Rajoy incomoda a sus electores, y los convergentes más tradicionales no comulgan con la línea anti-institucional de sus actuales gestores.

A pesar de las enormes dificultades, bien es cierto que sólo hay una cosa capaz de obrar un giro tan acelerado de los acontecimientos en tan poco tiempo: el miedo a la sangría de votantes que podría avecinarse por el horizonte para varios contenientes.

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