
Si hace 10 o 20 años alguien nos hubiera dicho que el desarme de ETA iba a ser acogido con absoluta indiferencia por parte de casi todos seguramente no daríamos crédito. Lo que entonces hubiera sido motivo de celebración ahora tiene un recibimiento frío. No es ni siquiera escepticismo, que sería comprensible por los cincuenta años de experiencia que avalan el desengaño, sino directamente frialdad: a la gente -o a su mayoría, al menos- le da igual.
Hay una mezcla de hastío (ese sentimiento de 'llega tarde') con el olvido: la lenta decadencia de la actividad violenta de ETA ha hecho que desapareciera de la lista de problemas para la sociedad. Y, siguiendo la lógica terrorista, lo que no inquieta no existe.
Con esos mimbres, y cinco años después del anuncio del fin de la violencia por parte de ETA, se ha anunciado el desarme. Y, aunque no se ha producido, es fácil adivinar que será un fracaso. Y no por el desarme en sí -como concepto es un éxito y un motivo de alegría-, sino por las expectativas: no va a satisfacer a nadie, ni al Gobierno, ni a la sociedad, ni a la propia ETA.
Por qué será un fracaso para el Gobierno
Apostar a que el comunicado de prensa o las declaraciones del presidente están ya escritas -antes incluso del desarme- no suena descabellado. Y eso si es que hay comunicado alguno, porque quizá ni siquiera: entre que la política comunicativa del Ejecutivo es más bien difusa, y que es partidario de no seguir el juego a ETA respondiendo a sus movimientos, quizá sólo las preguntas directas de la prensa motiven al presidente o sus portavoces a decir algo.
¿Y qué dirán? Que es insuficiente, que llega tarde, que es una escenificación, que sólo buscan captar la atención de los medios y que no habrá contrapartida alguna por parte del Gobierno. Que sólo una cosa tienen que decir a ETA: que exigen su disolución. Si algo caracteriza a Rajoy y su modus operandi es ser constante, repetitivo hasta la extenuación, con sus declaraciones y mensajes.
La pregunta consecuente es si hay justificación para la postura de escepticismo, más allá de la ideológica. Y eso ya es más complicado de responder. Porque, ¿alguien sabe acaso cuántas armas le quedan a ETA? Si no se sabe cuántas hay, ¿cómo valorar si es una entrega total o parcial de armas? Y, por tanto, ¿cómo valorar si es un hecho histórico o sólo un gesto inicial? Es, salvando las distancias, como estimar el dinero que se pierde por culpa de la piratería: la propia definición del problema implica que lo que se mueve sea 'oculto', así que sólo se puede estimar, sin más concreción ni credibilidad.
Hay otra cuestión clave, además del inventario, que es el estado de las armas. Lejos quedan los tiempos en los que ETA depositaba sus armas en caseríos en buenas condiciones: los 'zulos' no son refugios, sino en muchos casos agujeros en el monte donde se esconde munición y armamento que, con las condiciones exteriores y el paso del tiempo, puede acabar dañado.
Así las cosas, la única clave válida para saber cómo valorar el desarme no es sólo cuántas armas le quedan a ETA (se puede calcular la diferencia entre los robos detectados y las incautaciones practicadas, pero el resto es mercado negro), sino también en qué estado están (lo cual es imposible de saber fuera de la propia organización -incluso, quizá, dentro-).
Pese a todas esas incógnitas, el guión del Ejecutivo, visto lo que pasó con el primer desarme y el intento del segundo, no variará.
Por qué será un fracaso para la sociedad
La cita más recordada de Jesús Eguiguren, artífice de la penúltima gran negociación con ETA, fue que la violencia desaparecería "como la nieve". Intentaba explicar con un símil que no habría un momento clave, un punto de inflexión, sino que día tras día, tras un largo invierno, llegaría una mañana en que la sociedad se daría cuenta de que ya no quedaba más nieve fuera, aunque no supiera a ciencia cierta cuándo acabó de fundirse.
Ha sucedido tal y como auguró. A diferencia de Colombia, donde hubo una firma de un acuerdo de paz sellado con el apretón de manos entre el presidente Santos y 'Timochenko', líder de las FARC, aquí no ha habido firma alguna. Tampoco un gesto para la memoria, como el saludo entre el recientemente fallecido Martin MacGuiness y la reina Isabel II. Sólo la nieve.
El final es el mismo, la ausencia de violencia, pero la escenificación es importante. Al carecer de punto y final las reivindicaciones siguen encima de la mesa. La 'disolución de ETA' frente a la 'independencia de Euskal Herria'. El cumplimiento íntegro de condenas frente a la amnistía. La 'colaboración para la detener a los huidos' frente al 'retorno de los exiliados'. En los flancos posibilistas, la apuesta única por la política institucional de un lado y el referéndum y el fin de la dispersión por el otro.
Pero a la sociedad la nieve no le vale como símbolo. Sin un acto, un apretón de manos, una visibilización evidente de la normalidad, queda el hastío. Tras más de cincuenta años de violencia el hartazgo no es sólo por la propia violencia, sino también por ETA como concepto: la gente ya la da por amortizada, por terminada, desde mucho antes de que empezara el deshielo. Y el desarme, total o parcial, no vale como colofón para la mayoría de la opinión pública que años atrás lo hubiera celebrado con júbilo.
Por qué será un fracaso para ETA
ETA y el mundo alrededor de la izquierda abertzale llevan algunos años -desde el fin de la violencia- insistiendo en que la organización tiene la intención de desarmarse, pero que es el Gobierno el que no recoge el guante. Más aún: que ETA lo ha intentado y el Gobierno lo ha impedido -por ejemplo, con las detenciones previas a la supuesta entrega de armas de hace unos meses-.
Sea cual sea la verdad, si alguien quiere deshacerse de algo no necesita que alguien le corresponda recogiéndolo. Es decir, ETA no necesita que el Estado recoja sus armas, a no ser que quiera que la entrega sea a cambio de algo.
Y por eso la entrega de armas será un fracaso también para ETA. Para los críticos dentro de la izquierda abertzale -que los hay- y los pocos ortodoxos que quedan en la organización, la entrega supone una rendición. Hay cuadros que siguen fieles a la disciplina de la organización, y que critican que ahora sus representantes 'pisen moqueta' en las instituciones mientras ellos se esconden lejos de casa o cumplen condena en las cárceles.
La única forma de que dicho acto implicara una ganancia para ETA sería la consecución de algo a cambio, y ni la amnistía ni el referéndum son viables hoy en día. La única vía posible de negociación es el fin de la dispersión, que está en marcha, pero que el Gobierno nunca reconocerá haber activado. Sería, de producirse, una contraprestación en diferido 'para que el electorado del PP no pudiera achacar la decisión a una contraprestación por el desarme' y alejada de los focos.
Así las cosas, nadie celebrará el desarme. Dará igual que la entrega sea total o parcial, con armas en buen o en mal estado: ni el Gobierno, ni la sociedad, ni ETA echarán las campanas al vuelo. Y, sin embargo, todos ganan con el gesto.