
Basta con acercarse a cualquier supermercado para comprobar cómo el aceite de oliva parece convertirse en un artículo de lujo, con precios que ya coquetean con los 6 euros en las primeras marcas de la modalidad virgen extra. En concreto, el incremento en los últimos cuatro años de este producto básico alcanza el 50%, y amenaza con seguir subiendo.
Existen razones lógicas para esta escalada, como la pertinaz sequía que afecta a las cosechas. El problema es que hay otras causas ajenas a la meteorología, que también influyen en el alza de los precios y que pueden atajarse. La más preocupante la señalan las asociaciones de consumidores, e incumbe a los intermediarios que compran el aceite a la baja, antes del inicio de la campaña, alegando que se protegen de la sequía.
Estos brókeres especulan con el producto y lo venden con posterioridad a un precio que puede llegar a ser un 24% superior. Aunque el Gobierno considera que esta práctica es residual, la industria estima que alcanza el 50% de la compra de aceite. Lo que resulta indiscutible es que la especulación florece en unos años de batalla entre fabricantes y distribuidores. La industria acusa a cadenas de supermercados, como Dia, de vender el aceite a pérdidas.
A su vez, las cadenas apuntan a un posible pacto de los fabricantes para encarecer todavía más los precios. Todos estos conflictos afectan a la marca país, ya que España es el mayor productor del mundo. Además erosionan las ventas. El hecho de que la patronal aceitera admita que el consumo se empieza a resentir supone otra razón de peso para que se tomen las medidas que sean necesarias de cara a introducir una total transparencia del precio del aceite en todas sus etapas.