Opinión

¿Quienes son los responsables de la crisis en la industria financiera?

La lista de posibles culpables es realmente larga, realmente: el Congreso de Estados Unidos, por impulsar de manera excesivamente celosa la propiedad de inmuebles; la Reserva Federal, por mantener muy bajos los tipos de interés; los prestamistas depredadores, por aprovecharse de potenciales compradores de hogares que no estaban calificados. Y también los compradores de viviendas, por zambullirse en deudas sin pensar un solo momento en las consecuencias.

Y la lista sigue: la Casa Blanca es responsable por haber permitido la desregulación bancaria. Y los ejecutivos de empresas financieras por vender productos que no conocían, mientras disfrutaban de ganancias excesivas; y las agencias de evaluación de créditos, por ver dinero donde no existía, y los fondos de cobertura usados en operaciones con derivados por apostar al día del juicio final, y con esa apuesta, acelerar justamente ese desenlace.

Eso nos recuerda a la novela de Agatha Christie Asesinato en el Expreso de Oriente. Había apenas una víctima, pero muchos pasajeros sospechosos. Y vamos a añadir otro: la transformación de los bancos de inversión en empresas que se cotizaban en bolsa.

Esa tendencia, que comenzó a mediados de la década de los ochenta, tenía como propósito obtener más capital en una economía global en expansión. Pero luego, causó consecuencias no buscadas. En la época dorada, los bancos de inversiones eran propiedad de personas que arriesgaban buena parte de su capital. Esas personas eran recompensadas cuando los negocios andaban bien, y debían cargar con las pérdidas cuando las cosas andaban mal. Por lo tanto, se lo pensaban dos veces antes de meterse en riesgos innecesarios.

Luego vino el banco de inversión cuyas acciones cotizaban en la bolsa, comenzando con Bear Stearns en 1985, y concluyendo con Goldman Sachs en 1999. Tras cada oferta pública, algunos socios obtuvieron mucho dinero y se retiraron. Aquellos que continuaron, mantuvieron las ruedas en movimiento, pero en esta ocasión, con dinero de otras personas.

Yo saboreé en fecha temprana el impacto, cuando General Electric (GE.NY) compró el banco de inversión Kidder Peabody, en 1986. Aunque no era técnicamente una opv, el acuerdo tenía el mismo efecto, debido al dinero que manejaba GE. Menos de dos semanas después de cerrar la compra, un grupo de banqueros de Kidder se presentaron en mi oficina proponiendo un préstamo puente por 400 millones de dólares para financiar una transacción en la industria del petróleo y del gas. Se trataba de un acuerdo de alto riesgo que posiblemente no se habrían animado a hacer en su previa sociedad.

Esos inversores consiguieron concretar el acuerdo. Y luego, tras varios usos muy creativos del dinero de GE, todos advirtieron que la empresa carecía de la pericia para lidiar con un banco de inversión. Por lo tanto, la institución fue vendida en 1994.

A medida que los bancos de inversión controlados por accionistas comenzaron a asumir riesgos o posiciones más grandes, también los ejecutivos obtuvieron bonificaciones más altas.

El resultado fue que Wall Street se convirtió en algo similar a Las Vegas. Directivos anónimos comenzaron de pronto a recibir sueldos anuales de 5, 10, o más de 20 millones dólares al año.

Para que el juego continuara, la mayoría tomaron riesgos cada vez más altos con instrumentos financieros más exóticos. Y si un acuerdo iba mal, se daba al causante del desaguisado una bonificación más pequeña. Eso era todo. Nadie arriesgaba su propio dinero. No es entonces una sorpresa lo ocurrido.

Pero no toda la crisis financiera se debe a los bancos de inversión que cotizan en bolsa. Esos bancos son apenas otro pasajero en el Expreso de Oriente. Pero mencionamos a esos bancos porque cuando venga la limpieza, queremos que todos los culpables reciban su merecido.

Y, sin duda alguna, el sistema de compensación en Wall Street debe ser confrontado como parte de una intervención gubernamental.

En cuanto a la limpieza, tiene que haber una. Esta crisis es enormemente compleja y de alcance global, pero previas crisis han demostrado que sistemas quebrados pueden ser arreglados por personas inteligentes. El secretario del Tesoro, Henry Paulson; el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, y el presidente de la Reserva Federal de Nueva York, Timothy Geithner, son personas capaces.

La ideología no los ha cegado, y han demostrado que pueden actuar con rapidez y flexibilidad al anticipar otra acción cuando la primera no fue suficiente.

Ignoramos cómo o cuándo la crisis finalizará, pero tenemos confianza en que el equipo a cargo volverá a poner de nuevo el sistema en funcionamiento, y que habrá días mejores.

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