Opinión

China no se hunde

Una cuestión ha dominado la reunión anual del Fondo Monetario Internacional este año en Perú: ¿la recesión económica china desencadenará una nueva crisis financiera justo cuando el mundo estaba por fin deshaciéndose de la anterior? Sin embargo, la hipótesis subyacente (que China es el eslabón más débil de la economía global) es altamente dudoso.

No hay duda de que China ha vivido un verano turbulento por tres factores: la debilidad económica, el pánico financiero y la respuesta política a estos problemas. Aunque ninguno de por sí habría amenazado a la economía mundial; el peligro surgió de la interacción autorreforzada entre ellos: unos datos económicos débiles conducen al malestar financiero, que provoca meteduras de pata políticas que a su vez alimentan más el pánico financiero, la debilidad económica y los errores políticos.

La retroalimentación financiera es mucho más poderosa en la transmisión del contagio económico global que las exposiciones comerciales o de negocio ordinarias, como el mundo aprendió en 2008-2009. La cuestión es si el círculo vicioso que empezó en China este verano perdurará.Una respuesta sensata distinguirá entre las percepciones financieras y la realidad económica. La recesión del crecimiento chino no es ni sorprendente ni alarmante en sí. Como ha puntualizado el FMI, la tasa de crecimiento chino lleva bajando sin parar cinco años, del 10,6 por ciento en 2010 a un índice estimado del 6,8 por ciento este año y 6,3 por ciento en 2016.

La deceleración era inevitable porque China ha progresado de la pobreza extrema y el retraso tecnológico hasta convertirse en una economía de renta media basada en el comercio externo y el gasto de consumo. Y era deseable porque el crecimiento rápido empezaba a traspasar los límites medioambientales.

Incluso si aminora la velocidad de su crecimiento, China contribuye más a la economía mundial que nunca porque su PIB actual es de 10,3 billones de dólares, frente a solo 2,3 billones en 2005. Un cálculo sencillo nos demuestra que 10,3 billones creciendo al 6 por ciento o 7 por ciento producen unos números muy superiores a los de un crecimiento del 10 por ciento a partir de un dato inicial cinco veces menor. Este efecto de base también implica que China seguirá absorbiendo más recursos naturales que antes, pese a sus peores pronósticos de crecimiento.

Aun así, China causa mucha ansiedad, sobre todo en los países emergentes, porque los mercados financieros están convencidos de que su economía no solo aminora sino que se precipita al vacío. Muchos analistas de occidente, sobre todo en entidades financieras, tratan el crecimiento del PIB oficial chino de un 7 por ciento como una invención política y la reciente confirmación del FMI de un pronóstico del 6,8 por ciento no va a hacerles cambiar de opinión. Apuntan a las estadísticas del acero, el carbón y la construcción, que se hunden realmente en varias regiones chinas, y las exportaciones, que crecen mucho menos que antes.

¿Por qué aceptan los escépticos la verdad de unas cifras estatales sombrías de la construcción y la producción de acero (con una caída del 15 por ciento y 4 por ciento, respectivamente, en lo que va de año hasta agosto) y descartan los datos oficiales que indican un crecimiento del comercio minorista del 10,8 por ciento?

Una razón puede encontrarse en la idea de la "reflexividad" del financiero George Soros, quien desde hace años sostiene que los mercados financieros pueden crear expectativas inciertas y después cambiar la realidad en consecuencia. Es lo opuesto del proceso que describen los libros de texto e integran los modelos económicos, que siempre asumen que las expectativas financieras se adaptan a la realidad y no al revés.

En un ejemplo clásico de reflexividad, cuando el auge del mercado de capital chino dio paso al bajón de julio, el Gobierno respondió con 200.000 millones de dólares para apoyar los precios y acto después una pequeña devaluación del antes estable yuan. Los analistas financieros ridiculizaron casi universalmente estas políticas y castigaron a los líderes chinos por abandonar sus primeras pretensiones de reformas orientadas al mercado. La aparente desesperación del gobierno se vio como una prueba de que China estaba en peores apuros de lo que se pensaba.

Esta hipótesis moldeó la realidad rápidamente porque los analistas difuminaron la barrera entre la ralentización del crecimiento y el hundimiento económico. A mediados de septiembre, por ejemplo, cuando el índice de gestores de compra (PMI) del sector privado salió en 47,0, el resultado se interpretó como una "señal de contracción en el sector (manufacturero) durante siete meses seguidos".

Sin embargo, la manufactura china creció un 5-7 por ciento durante ese periodo. La supuesta evidencia era errónea porque 50 es la línea divisoria en el PMI no entre crecimiento y recesión, sino entre aceleración y ralentización del crecimiento. En realidad, durante 19 de los 36 meses de existencia del PMI, el valor se ha situado por debajo de 50, con un promedio de la manufactura china del 7,5 por ciento.

Las exageraciones de este tipo han socavado la confianza en la política china en un momento especialmente peligroso. China navega ahora por una compleja transición económica que engloba tres objetivos encontrados a veces: crear una economía de consumo basada en el mercado, reformar el sistema financiero y garantizar una ralentización ordenada que evite el colapso económico que suele acompañar a la reestructuración industrial y liberalización financiera.

Gestionar este triplete con éxito exigirá un hábil malabarismo de prioridades y eso será mucho más difícil si los políticos chinos pierden la confianza de los inversores internacionales o, peor aún, la de los propios ciudadanos y empresarios chinos.

Los círculos viciosos de inestabilidad económica, devaluación y fuga de capital han derrocado regímenes aparentemente irrompibles a lo largo de la historia. Eso tal vez explique el tufillo a pánico que siguió a la minúscula (aunque totalmente imprevista) devaluación del yuan chino.

El yuan, sin embargo, se ha estabilizado hace poco y la fuga de capital menguó, como lo demuestran las cifras de la reserva, mejores de lo previsto, publicadas por el Banco Popular de China el 7 de octubre. Esto sugiere que la política estatal de adopción gradual de un tipo de cambio basado en el mercado podría haberse implantado mejor de lo que se solía pensar. Hasta las medidas de apoyo del mercado bursátil parecen ahora menos fútiles que en julio.

Resumiendo, la gestión económica china parece menos incompetente que hace unos cuantos meses. Es probable que China pueda evitar el hundimiento financiero que tanto se temía este verano. En ese caso, otras economías emergentes ligadas a las percepciones sobre la salud económica china también se estabilizarán.

Desde 2008 el mundo ha aprendido cómo pueden interactuar unas expectativas financieras peligrosas con la torpeza política y convertir unos problemas económicos modestos en grandes catástrofes, primero en Estados Unidos y después en la eurozona. Sería irónico que los líderes comunistas chinos resultaran entender mejor las interacciones reflexivas del capitalismo entre las finanzas, la economía real y el gobierno que los devotos occidentales de los mercados libres.

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