
Sin que sirva de precedente, Rajoy llevaba razón cuando aseguró el otro día en el Congreso que la consulta catalana fue un fracaso para los independentistas. No sólo se dieron con el techo de 1,8 millones de votantes logrado en las últimas autonómicas, sino que quedaron muy por debajo. Algunas informaciones apuntan a que los mayores de dieciocho años, para realizar una comparativa homogénea con unos comicios generales, suman alrededor de 1,2 millones. Sobre una población activa de 5,4 millones, no representan ni un tercio.
Ahora se reprocha a Rajoy que no convocara un referéndum legal, como hizo David Cameron en el Reino Unido, porque lo hubiera ganado. Eso es fácil decir ahora, con el resultado en la mano. Porque hasta este momento, la mayoría del PP ni siquiera era partidaria de celebrar la consulta.
Mas se salió con la suya. Dijo que habría referéndum y lo hubo, aunque fuera informal y no vinculante. Ahí arranca el conflicto. Al president le faltó tiempo para arrogarse la victoria. En Moncloa lo califican de nada fiable, porque es la segunda vez que se salta los compromisos. El presidente envió a su sociólogo de cabecera, Pedro Arriola, a pactar con el presidente del Pacto por el Derecho a Decidir, Joan Rigol. Ambos acordaron seguir con el referéndum improvisado a cambio de que la Generalitat quedara en segundo plano. Rajoy anunció que seguiría atentamente el desarrollo de la cita con las urnas desde su despacho, como un aviso a navegantes. Cuando vio por televisión a la vicepresidenta, Joana Ortega, salir a dar los datos de participación y luego a Mas congratularse del resultado, le mandó al fiscal general del Estado.
Una pataleta que podría haber salido muy cara. Medios internacionales como The Wall Street Journal comenzaron a preguntarse cómo Rajoy autorizaba un acto y después arremetía judicialmente contra sus organizadores. Enseguida dio marcha atrás.
El presidente voló desde entonces todos los puentes de diálogo con los catalanes. Además de Arriola y Rigol, desde hace meses hay un equipo de economistas trabajando sobre posibles reformas, como la de la financiación autonómica, entre otras. Otra torpeza, porque si bien los independentistas son minoría, hay una mayoría que aboga por reformular la relación de Cataluña con el resto del Estado español. Hasta dos millones de personas apoyaron esta opción en el 9-N, recogida en la primera de las dos cuestiones de las papeletas.
Empecinarse en el inmovilismo sólo fomentará el número de descontentos y de partidarios de un Estado soberano catalán. Con la perspectiva de unos comicios generales a fin de año, es impensable que Rajoy mueva ficha en esta legislatura. El argumento esgrimido es que en la crisis de la deuda todos le instaban a que solicitara el rescate. Él se negó y, al final, fue lo mejor para España.
Quien sí moverá ficha es Mas. La consulta catapultó su buen nombre entre los independentistas, por encima de Oriol Junqueras, que le disputaba el puesto. Por tanto, lo más probable es que en las próximas semanas dé el paso de adelantar nuevamente los comicios para capitalizar esta popularidad.
El principal perjudicado es Cataluña, que ha visto reducir casi el 60 por ciento la inversión extranjera directa en lo que va de año. Pero si el conflicto se enquista, acabará afectando al conjunto de España.
Con una economía europea al ralentí, los escándalos de corrupción asediando al PP y la estrella ascendente del neocomunista Pablo Iglesias en Podemos, además de la disputa catalana, la incertidumbre política amenaza con apoderarse de la recuperación.
El Gobierno niega la mayor. Considera que las inercias de crecimiento creadas serán suficientes para mantener la actividad a buen ritmo el próximo año. Aunque sea cierto, tengo muchas dudas que dé tiempo para que la población perciba las mejoras en su bolsillo.
El crédito tardará varios años más en abrirse, como señala en elEconomista, Carmen M. Reinhart, coautora junto a Kenneth Rogoff del conocido libro sobre las recetas de austeridad para superar la crisis, Esta vez es diferente.
El presidente vive así su particular annus horribilis sin querer aceptarlo. El escándalo de los viajes a Canarias del presidente extremeño, José Antonio Monago, o la imputación de los expresidentes socialistas Chávez y Griñán sin que ni PP ni PSOE reaccionen con el cese fulminante de los cargos que ostentan, prueba que ambos partidos viven en un mundo desconectado de la realidad, que acabará castigándolos al ostracismo.
PD. La excesiva deuda hace estragos sobre la cotización de Abengoa, que perdió casi la mitad de su valor en dos días. La empresa andaluza intenta ocultar su ratio de endeudamiento, que equivale a cuatro veces su cifra de negocio en lugar de dos, como declara la dirección. El intento de engañar al mercado puede acabar con esta empresa, pese a estar en beneficios.