En el caso de las tarjetas opacas de Caja Madrid, aparte de la perplejidad que provoca su reparto y generoso uso por consejeros y directivos, se pueden extraer dos aspectos positivos.
El primero, que el goteo de dimisiones y ceses se ha producido nada más conocerse la extensión y volumen del dispendio. Desde luego, es lo correcto, pero en España, por desgracia, no estamos acostumbrados a ello. Tal vez la caída de la intención de voto de los principales partidos ha tenido algo que ver.
La sociedad, eso parece, ya no tolera esos despilfarros, que además, resultaban opacos para Hacienda y se cargaban a costa de los resultados de una entidad, Caja Madrid, que recibió generosas ayudas públicas, igual que el resultado de su fusión con otras seis, el grupo BFA-Bankia. Es por ello, que en los próximos días se espera que a las ocho salidas ya conocidas se les vayan sumando algunas más.
El otro aspecto destacable es que no todos son iguales. Es un pobre consuelo, pero cuatro personas, Francisco Verdú, Esteban Tejera Montalvo, Félix Manuel Sánchez y María Aldaz Barrera, no utilizaron las tarjetas que les fueron asignadas. Entre más de ochenta directivos que sí las utilizaron, no alcanza al 5% los que desecharon el dinero de plástico. Estas excepciones, tal vez con otros cuatro casos donde la cantidad dispuesta fue menor de 5.000 euros, hacen pensar que hay poco de inocente en el resto de beneficiarios, hayan devuelto el dinero o no.
Pasados unos días desde el estallido del escándalo se propaga la tesis de que la culpa, exclusiva, fue de Caja Madrid y de quién las repartió desde ella. La presidenta del PP de Madrid, Esperanza Aguirre, y varios implicados, como Idefonso Sánchez Barcoj y Arturo Fernández, defienden este argumento.
Entre los beneficiarios hay sesudos banqueros, empresarios y especialistas en Hacienda. Realmente cuesta creer que el gasto de 15 millones de euros se haya realizado de forma inocente.
