
La crisis de Gobierno en Francia ha encendido, aún más si cabe, el debate en materia de política económica entre quienes postulan un cambio radical de la actual política de austeridad y recortes, dicen, llevada a cabo en Europa a instancias del Gobierno de Angela Merkel, y piden más gasto público selectivo (en inversión y prestaciones sociales), aún a expensas de más déficit y endeudamiento, junto con una política laxa y devaluatoria de la moneda (inflación) en todos los terrenos, interno y externo, y quienes dicen defender tal política de rigor presupuestario y monetario, junto con un plan de reformas económicas que atienda más al lado de la oferta.
Aunque introduzca confusión, lo primero que cabe decir es que muy pocos, -si es que hay algún Gobierno en Europa, Norteamérica o Asia- han respondido a la crisis con austeridad y recortes. Éstos han existido y, por tanto, no son un espejismo. Hay que pagar más por cierta sanidad o medicamentos; los empleados públicos han visto disminuir -algunos mucho más que otros- sus ingresos; las carreteras están como están; los ayuntamientos y las comunidades han dejado de atender gastos y compromisos; ayudas, becas, pensiones o subvenciones son menores... pero, con todo eso, ¡los gastos han aumentado! Esto se percibe en la evolución del endeudamiento de todas las Administraciones, incluso cuando, como este año o el pasado, los ingresos fiscales globales han aumentado por poco que sea.
De hecho, es porque ese ampuloso discurso de austeridad, ajuste, rigor presupuestario, vigilancia de la inflación y de profundas reformas económicas no se ha llevado de verdad a cabo más que en la superficie y siempre mirando los impactos sobre las urnas, por lo que aún andamos de cabeza tras siete años de serias secuelas para la riqueza de las personas.
Ha faltado disposición real a asumir las consecuencias o costes políticos de una reforma económica amplia y profunda en los mercados financieros, laborales, energéticos o de comunicaciones de todo espectro; en el presupuesto y el sistema fiscal y, por ende, en las Administraciones Públicas, así como en los organismos europeos políticos y administrativos (burocracia).
Y, como viene ocurriendo desde los años sesenta con procesos similares, quienes dispusieron, cimentaron, alimentaron y se beneficiaron de la burbuja, es decir, las autoridades de todo pelaje aunque siempre hay colaboración o conexión con individuos o instituciones privadas, salen no sólo indemnes, sino como los salvadores de las penurias anexas.
Gran parte de los actuales problemas en las economías europeas, de Francia, Italia... e incluso España, provienen de que sus Gobiernos no han resuelto las causas de los problemas económicos en que nos metieron: la distorsión de unos precios y señales, en este caso de los tipos de interés, que condujeron a decisiones erróneas de consumo, ahorro e inversión por parte de economías domésticas y empresas de todo calibre y a un endeudamiento excesivo. Y ello para facilitar la financiación y el endeudamiento de unas administraciones públicas que no paraban de gastar y aumentar su presencia en las decisiones económicas de ámbito privado.
Así la política monetaria vino en auxilio, como ha sucedido a lo largo de siglos, de las infames y manirrotas políticas de gasto, impuestos y endeudamiento.
Nunca, a lo largo de la historia, la economía ha salido reforzada o se ha desarrollado mediante políticas forzadas o ficticias de gasto, bien a través del presupuesto público o los gastos de las autoridades y dirigentes, bien poniendo más dinero en manos de la gente para que, de forma engañosa y por un tiempo, perciban aumentos de sus ingresos y así gasten o se empeñen más.
No. No es tirando del gasto, y mucho menos haciéndolo artificialmente, como lograremos impulsar el crecimiento, el desarrollo, la actividad y por tanto el empleo. Y mucho menos sin haber previamente adaptado y reformado nuestras estructuras productivas internas que claramente contenían, al menos así lo ha puesto de manifiesto la crisis, muchas distorsiones y excesos. Y mucho menos, aún, cuando nuestros problemas y los de Europa o Estados Unidos provienen de unas economías endeudadas sobremanera que deben devolver y minorar buena parte de esa deuda, dar señales de responsabilidad y confianza, aumentar su productividad y reducir mucho sus costes de todo tipo (empezando por los costes de transacción y ciertos costes de oportunidad); y, sobre todo, ampliar la competencia y reducir la intervención pública.