
Son muchos quienes culpan al euro de la situación en que se encuentra la economía española, aun cuando la afirmación anterior no sea cierta. Esta reflexión me viene a la cabeza en los momentos actuales, donde se viven movimientos devaluatorios de numerosas divisas, lo que en algunos países ha dado lugar a subidas de tipos de interés. ¿Cambio de percepción? Los analistas destacan el resurgir del euro como refugio.
Economías que necesitan más de caídas de intereses que de alzas para impulsar las demandas internas, su actual punto débil. Al final, esas subidas se traducen en una contracción en la compra de bienes y servicios por sus residentes, precisamente su mayor problema, abriendo la puerta a una dolorosa recesión.
Con la implantación del euro en España estamos cubiertos de las tensiones. Si en estos momentos tuviéramos una moneda débil y con una historia de devaluaciones detrás suyo como era la peseta, estaríamos también presionados por los mercados cambiarios.
Distintos problemas
La peseta estaría ya depreciándose y el Banco de España habría comenzado a elevar tipos para atajar la subida de precios que lleva aparejada una devaluación. Cuando un país no tiene materia prima, como es nuestro caso, y sufre una devaluación de su divisa, importa inflación, es decir se produce un fuerte alza de la cesta de la compra.
Como saben, la inflación es una de las peores situaciones que pueden darse en una economía, es una especie de impuesto que sufre la población de un país, que detrae capacidad de compra a la vez que deprecia la riqueza de un país y distribuye pobreza. La devaluación de una divisa o si prefieren un país con una divisa débil no es más que la constatación de que esa nación tiene una economía débil, con problemas estructurales y falta de reformas.
El euro no está detrás del problema de nuestra Seguridad Social. El déficit de nuestro sistema de protección pública radica en una combinación de envejecimiento significativo de la población, un alza de las pensiones y una incorporación al mercado laboral cada vez más tardía. Hace mucho tiempo que hubiera sido necesario acometer una reforma teniendo presente la sostenibilidad del sistema así como la revalorización de las pensiones, algo que actualmente nos vemos obligados a realizar.
El euro tampoco está detrás del problema del paro. Nuestro mercado laboral lleva demandando una reforma que elimine la multitud de contratos existentes, que además elimine la dicotomía de trabajo temporal e indefinido, que desligue las subidas salariales de la inflación, que en definitiva aporte un marco de eficiencia. No es el causante de una falta de inversión en I+D, lo que a la postre nos lleva a ganar competitividad teniendo que bajar salarios.
Tampoco lo está detrás de un sistema educativo de muy baja valoración y calidad, ni es la causa de un enorme ratio de abandono, algo que termina por incidir en la alta tasa de paro y la baja cualificación de nuestra mano de obra. Menos detrás del déficit tarifario de la energía eléctrica que ha cargado a los consumidores el elevado coste de generación de energías primadas fiscalmente pero de muy baja rentabilidad.
Por supuesto, no es culpable de un sobredimensionamiento de nuestra administración pública, en muchos casos duplicada, amén de ineficiente y que ante la incapacidad o desentendimiento de nuestros responsables políticos se ha convertido en una enorme losa, en una especie de trituradora que devora dinero de empresas y familias, convirtiéndose en un problema, sin ofrecer soluciones y detrayendo crecimiento futuro a través de una deuda pública que ya es prácticamente un 100 por ciento del PIB.
No puede y no lo es de un alza de impuestos y carga fiscal a empresas, especialmente cuando se ha optado por no entrar a fondo, en acotar y disminuir gasto público, pero es más fácil subir impuestos aunque éstos se carguen a las rentas del trabajo, por no haber llevado a cabo una reforma fiscal íntegra, desde hace tiempo necesaria. Pero nuestro sistema no puede vivir ya de parches pues desde hace tiempo lo que se necesita es un nuevo modelo. No, no es el euro el que llevó a obras megalómanas, irresponsables y con enormes sobrecostes, las cuales han endeudado a ayuntamientos y comunidades autónomas hasta niveles insoportables.
No puede ser la causa de la caída de las cajas de ahorros que concedieron créditos con criterios inexplicables, menos es culpable de diseñar y llevar a cabo fusiones suicidas que no buscaban sinergias y complementariedad, sino tan sólo agarrarse a los cargos y las prebendas que esos mismos puestos conllevaban, que servían para nombrar a personas a dedo.
El euro no nos permite vivir de las devaluaciones, algo fácil y a la que se nos acostumbró, aunque sus consecuencias fueran desastrosas, pero silenciadas por élites económicas y políticas. La cultura de la devaluación manifiesta la ineficiencia de la clase dirigente para acometer y llevar a cabo las reformas necesarias, para arreglar los problemas cuando se manifiestan, no cuando explotan.
Cuando miramos a Alemania como ejemplo es cuando deberíamos tener presente lo que es una divisa fuerte, que obliga a una fuerte responsabilidad. La imposibilidad de depreciar llevó a Schröder a la Agenda 2010; su responsabilidad le hizo perder las elecciones, pero reformó la economía de su país. Hoy a todos sorprende el milagro alemán, una combinación de responsabilidad, porque precisamente una divisa fuerte no permite parches. No nos dejemos engañar, el problema no es el euro , ni la solución la peseta.
Miguel A. Bernal Alonso, profesor y coordinador del dpto. de investigación del IEB.