No ha hecho falta mucho para parar en seco el mercado alcista de 2013: han bastado unas palabras. En su testimonio de la semana pasada, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, insinuó que el programa de quantitative easing que ha sostenido la economía y los mercados durante los tres últimos años podría llegar a su fin antes de Navidad.
De un día para otro, la bolsa de Japón se hundió, con una caída del 7% en una única sesión, seguida de bruscas correcciones en otros mercados del mundo. Esta semana, Japón volvía a caer y otros mercados internacionales se tambaleaban cuando los inversores decidieron que la fiesta del QE estaba a punto de echar el cierre.
Hasta ahí, ninguna sorpresa. Si el programa extraordinario de estímulos es lo que ha mantenido a los mercados boyantes pese a una economía global plana como mucho, tenía sentido que retirar el subidón de azúcar del dinero impreso mandase a pique los valores. Pero hubo un precio que subió, el oro, más del 2% esa semana, reinvirtiendo el mercado bajista de los dos últimos meses.
Rebobinemos por un momento. ¿El precio del oro ha subido? ¿No es el oro la apuesta segura al QE? Es la alternativa, la inversión para quien crea que la flexibilización cuantitativa es una catástrofe, un experimento loco que producirá híperinflación, hundimiento económico y posiblemente una crisis social, en cuyo caso el metal precioso será el único activo que valdrá la pena tener. Ahí se esconde un mensaje importante.
Los estímulos terminarán algún día, eso está claro. Nadie sabe exactamente cuándo (es posible que ni el propio Bernanke lo haya decidido aún y si lo ha hecho no va a decírselo a nadie) pero cuando pase, los efectos no serán los que todo el mundo espera.
En realidad, el QE es un experimento. Nadie lo había probado hasta que los japoneses empezaron hace una década y nadie lo ha terminado aún, por lo que es imposible saber qué va a ocurrir exactamente, aunque hay cuatro maneras en que el final de la política de la Fed sorprenderá a muchos inversores.
Las sopresas
Primero: el oro subirá. La reacción de hace una semana no fue tan rara como parece. Para unos cuantos fanáticos del oro, el metal es una moneda alternativa y mejor, pero para la mayoría es una cobertura decente contra la inflación y una materia prima industrial menor. Los bancos centrales no frenará las inyección de liquidez hasta estar convencidos de que han visto el final de la amenaza de deflación y creado la inflación modesta y constante que corresponde a una economía en crecimiento.
Por definición, cuando se acabe la política de quantitative easing tendremos que preocuparnos de la inflación y, en ese caso, conviene tener oro. Al mismo tiempo, si la economía vuelve a crecer, los precios de las materias primas subirán y el oro es una de ellas. De un modo u otro, será beneficioso y subirá de precio.
Segundo: aumentará el valor de los bancos. Casi todos los análisis del QE defienden que es una forma de alimentar dinero a un sistema bancario en quiebra. Sin tanto dinero fácil y barato de los bancos centrales, sus hojas de balance estarían peor aún de lo que están ahora. Cuando desaparezca, los bancos se hundirán y algunos podrían quebrar, como ocurrió en 2008. Otro error.
En realidad, cuando se retire el programa, los bancos volverán a estar en buena forma, con suficiente dinero barato para reparar sus hojas de balance. Mejor aún, los mercados inmobiliarios subirán otra vez y un mercado inmobiliario sano se traduce enseguida en un sector bancario sano. Las acciones bancarias serán una buena apuesta.
Tercero: los rendimientos de los bonos seguirán estables. Otra vez, el análisis convencional asegura que la impresión de dinero de los bancos centrales es lo que mantiene los rendimientos de los bonos en sus niveles más bajos desde hace medio siglo o más. Si se elimina, los rendimientos subirán como la espuma.
Después de todo, sin ese estímulo artificial no habría compradores. Peor aún, habrá un flujo de bonos en el mercado cuando los bancos centrales descarguen los cientos de miles de millones que han acumulado en sus propios balances desde hace tres años. El problema es que no va ser así. Los banqueros centrales saben que la manera más rápida de mandar la economía al traste es permitir que los rendimientos de los bonos aumenten bruscamente y sólo terminarán el QE cuando las deudas estatales y corporativas estén bajo control.
Desde luego, no subirán los tipos de interés a la vez que cierran la política de estímulo. Es verdad que los rendimientos de los bonos no van a caer más (es difícil bajar por debajo de casi cero) pero seguirán estables durante mucho tiempo después del fin del programa.
Cuatro: subirán los valores. Una y otra vez nos dicen que la facilitación cuantitativa es lo único que mantiene vivos los mercados de valores. Si se acaba, veremos una crisis que hará que 1929 parezca un tambaleo en los gráficos. Eso también es falso. La facilitación cuantitativa sólo se acabará cuando se consiga una economía en crecimiento, con el empleo en alza y un mercado inmobiliario sano. Y todo eso es, por definición, bueno para los beneficios corporativos y los valores. Al mismo tiempo, si los rendimientos de los bonos siguen muy bajos, con una economía más segura, los inversores se verán atraídos por los mayores rendimientos que ofrecen los valores. Por eso los mercados de valores subirán también.
Gran parte del debate asume que se retirará mientras la economía esté en apuros. ¿Por qué iba a ser así? Nadie deja de tomar medicina hasta que la enfermedad está controlada. Se puede discutir si imprimir dinero es la solución correcta pero, lo sea o no, es la única en que los banqueros centrales se han fijado y es improbable que la retiren hasta haber terminado el trabajo.
El QE no terminará hasta que el panorama económico mejore decididamente. Y aunque pueda implicar algún que otro golpe por el camino, tendrá más ventajas que inconvenientes para casi todos los mercados.
Matthew Lynn, director ejecutivo de la consultora londinense Strategy Economics.