Las agencias de rating han sacado el látigo. Moody's empezó con nuestros vecinos lusos rebajando de golpe su calificación en cuatro escalones hasta el bono basura.
Entendemos que pueda cuestionarse el grado de inversión de Portugal, pero el nuevo Gobierno ha empezado con buen pie, tomando medidas tan duras e inequívocas como apropiarse de la mitad de la paga extra de todos sus ciudadanos.
Parece poco coherente atizarle así justo cuando avanza en la dirección correcta. ¿A qué viene tanta prisa? ¿Acaso quiere corregir todo lo que se demoró con Lehman?
Si una agencia de calificaciones vive de la reputación, estos bandazos no ayudan. Pero la cosa no se quedó en Portugal. También se explayaron con toda la banca europea, entre ellos con la española. Fitch rebajó su nota a Popular y Bankinter. Y Moody's colocó a Bankia entre las peores entidades.
Tal lluvia de azotes hizo que las autoridades europeas protestasen porque se entrevé cierto favoritismo. Hay otros niños malos en la clase a los que no se castiga igual. Es cierto que EEUU y Reino Unido disponen de su moneda para crear inflación y así reducir su deuda, pero no están recortando su déficit como lo hacen los periféricos europeos. Los anglosajones también merecerían un toque de atención.
Pero la solución no consiste en una agencia pública europea para que la manipulemos a conveniencia. Y esto no debe desviarnos del hecho de que no estamos haciendo los deberes. Los bancos alemanes y franceses siguen negociando qué hacer con los bonos griegos. Hasta que no se acepte una reducción sustancial de la deuda helena, nos estaremos dando cabezazos contra la pared.