Entre las muchas, vacuas y estúpidas expresiones del lenguaje político al uso, la de hacer los deberes como sinónimo de corrección, adecuación y solvencia de una acción de gobierno en lo económico se lleva la palma.
Así, de esta manera, se expresan tanto el Gobierno como la oposición.
El caso es que con este lenguaje y ante la opinión pública, la actividad política aparece condicionada por algo o alguien al que, como el alumno en el colegio, no se puede contradecir, cuestionar o simplemente someter al procedimiento de la duda metódica.
¿Quién es ese claustro profesoral tan severo y capaz de embridar gobiernos, alicortar oposiciones políticas y domesticar a formadores de opinión? La respuesta es unánime: los mercados.
De ellos ha afirmado José María Marín, consejero del Banco de España, que son muy suyos, especulativos, egoístas, difíciles de predecir y tremendamente cautos.
Yo no sé qué puede estremecer más, si la confesión de impotencia y pérdida del sentido de la propia estima de quienes asumen con obediencia los caprichos de tales hados maléficos, o la generalizada y normalizada actitud de genuflexa obediencia ante la aberración contra la recta razón, la ciencia política y la dignidad personal y colectiva.
¿Puede alguien que use los mecanismos más elementales de la lógica aceptar sin reparo esta superchería? ¿Qué diferencia existe entre estos alambicados y dóciles desertores del pensamiento libre y aquellos gurús, hechiceros o chamanes que adivinaban en los fenómenos de la naturaleza los deseos de los caprichosos, crueles y tiránicos dioses? ¿En esto ha quedado la civilización que blasonaba de su cuna ilustrada y racionalista?
Pero no nos engañemos. No estamos ante unos gobernantes y protagonistas de la cosa pública supersticiosos, pueriles o rayanos en la idiocia, sino ante corresponsables de una situación, que con el ropaje y terminología de la ciencia económica han devenido en ejército de ocupación en sus propios países.
Julio Anguita. Ex coordinador General de IU