Opinión

Empecinamiento en negar la realidad

Quienes para afrontar situaciones de crisis o recesión patrocinan políticas de estímulo y gasto, de aumento y facilidades del crédito, de impulso en la demanda -sobre todo de consumo, aunque igual de erróneo o dañino, como hemos comprobado, de fomento artificial de la inversión-, con creciente papel del Estado en todo ello, máxime, dicen, si los sectores privados muestran debilidad, y todo facilitado o directamente impulsado por políticas monetarias relajadas, copiosas y rotundas (que también aligeren las cargas de las deudas), olvidan que, aunque tales medidas y argumentos puedan parecer lógicos e intuitivos, tanto la teoría como los hechos históricos demuestran su discordancia e incompatibilidad a largo plazo con los propósitos declarados.

Es decir, aunque tales propuestas y actuaciones puedan mostrar momentáneamente aumentos en la actividad y el empleo, no sólo no logran el retorno de un crecimiento sólido a largo plazo, sin sobresaltos ni padecimiento de nuevos y casi inmediatos procesos de fluctuaciones del crédito o comerciales, sino que pueden dañar tanto las economías, las expectativas, las señales que utilizan los agentes económicos e incluso distorsionan hasta tal punto los acuerdos o las condiciones de contratos previamente establecidos, que dificultan la salida con vigor de cualquier crisis, cuando no la retardan o empeoran aún más. Ello se entiende mejor si interpretamos la crisis de 2007 como generada varios años, e incluso décadas, antes.

Los defensores de esas atractivas y seductoras, pero dañinas, propuestas no paran de citar a los Estados Unidos como ejemplo exitoso de sus planteamientos, cometiendo un error de análisis y omitiendo el caso de Japón que, siguiendo dichas reglas y argumentos, lleva décadas sin encontrar solución a una crisis, con lógicos altibajos de corto plazo o coyunturales.

Que los Estados Unidos no son un ejemplo de éxito de tales políticas y medidas expansivas lo demuestran que, tras siete años en los que han inyectado billones de dólares a la economía (los distintos QE han supuesto 4,5 billones de dólares, sin contar las enormes inyecciones de dinero para rescates o planes de gasto decididas por la Administración Bush Jr. y Paulson, antes de que Geithner entrase en escena), todavía hay dudas o problemas de turbulencias en los mercados financieros tras la retirada de estímulos (Janet Yellen dixit) y ni la actividad ni el empleo se han recuperado como las propias autoridades esperaban.

El crecimiento medio anual del PIB desde 2009 ronda el 2 por ciento, por debajo de la media histórica y tras adoptar medidas hasta ahora inusitadas, lo que no es para echar cohetes; ello sin descontar otros factores que también contribuyen a ese crecimiento, como son las aportaciones de hidrocarburos y gas mediante fracking.

Por su parte, el empleo muestra cifras que ya quisiéramos para Europa (no digamos en España), con una tasa de paro del 5,8 por ciento. No obstante, como ocurre con el PIB, la política seguida no parece haber sido eficiente, pues tras todo el esfuerzo, costes y distorsiones impuestos de cara al futuro, tras siete años, varios billones de dólares y resistencias mostradas en el mercado laboral, apenas se ha logrado colocar la tasa de paro en los niveles medios históricos de la economía norteamericana.

Logro más bien debido a que el mercado laboral USA es más ágil, flexible y eficiente que el europeo, por lo que sus alarmas saltan en cuanto el desempleo alcanza tasas del 8 o 9 por ciento (sólo en dos ocasiones desde 1960 ha estado en torno al 10 por ciento), pero también responde mejor ante cambios tecnológicos o mejoras de productividad y costes, como lo referido del fracking. Ahí está la verdadera ventaja y mejora de la economía USA, a pesar de los problemas que ya empiezan a florecer sobre ahorro, inversión, endeudamiento y gasto público, con los correspondientes impuestos.

Japón, por su parte, habla por sí sólo, tras décadas de programas de crecimiento del gasto público, con la mayor deuda pública del mundo e inyecciones de liquidez a mansalva, sin éxito. Y tras cometer de nuevo el error de identificar sus problemas como de liquidez y falta de crédito -y de gasto, ¡claro!- han pasado, en apenas 15 días, de aumentar el programa de estímulos monetarios hasta 80 billones de yenes a convocar elecciones ante la nueva entrada en recesión de su economía. Recesión a la que también han contribuido los famosos estímulos fiscales, siempre de más gasto, nunca menos y con menores impuestos.

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