
Los inversores estadounidenses comenzaron el mes de mayo con el sinsabor dejado por el tísico avance registrado por la economía del país en el primer trimestre del año. Con una expansión del 0,7%, la más baja de los últimos tres años, el PIB volvió a repetir la tendencia errática de antaño, donde los tres primeros meses del año suelen servir de lastre para el repunte que suele materializarse posteriormente. Desde el inicio de siglo, el crecimiento de Estados Unidos ha rondado el 1% y ha estado seguido de un repunte del 2,6%, según las estimaciones de Wells Fargo Securities.
Una dinámica que condena a la mayor economía del mundo a conformarse con un crecimiento anual que no logra romper mucho más allá del 2%. De hecho, en 2016, la actividad económica del país registró su peor comportamiento desde 2011 y emuló dinámicas no vistas desde el fin de la crisis financiera de 2008. Sin embargo, el entusiasmo suscitado por la victoria electoral del actual presidente, Donald Trump, y la retahíla de promesas, con una reforma fiscal y una inversión en infraestructura proyectada en un billón de dólares, despertó el espíritu animal de los mercados.
Desde entonces, con la renta variable americana acumulando una rentabilidad del 12,15% para el S&P 500, los datos relacionados con la confianza y sentimiento tanto de los consumidores, empresas e inversores, han edulcorado algunas de las cifras más amargas, como la caída del 0,2% registrada por las ventas minoristas durante el mes de marzo o los 98.000 empleos generados ese mismo mes por la mayor economía del mundo.
"Probablemente nos lleve dos años lograr que Estados Unidos alcance un crecimiento del 3%", reconoció ayer el propio secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, durante su participación en la conferencia global organizada por el Instituto Milken en Los Ángeles, California. Previamente, en una entrevista con la cadena CNBC, el ex-presidente de la Reserva Federal americana, Ben Bernanke, aclaró que alcanzar dicha meta de crecimiento "es posible pero no probable".
Una meta ambiciosa
Desde el Fondo Monetario Internacional advertían en sus últimas previsiones que "Estados Unidos se encuentra en un punto en que su crecimiento se encuentra cerca de su potencial", es decir, sin un estímulo fiscal, en forma de rebajas de impuestos, por ejemplo, es difícil que pueda experimentar un repunte que impulse al PIB hasta el 3% o el 4%, como promete la administración Trump.
"La propuesta fiscal de Trump probablemente aumentará los déficits y las tasas de interés de Estados Unidos, por lo que el apoyo del Congreso probablemente será difícil de conseguir", advierte Sam Stovall, estratega jefe de CFRA, al referirse a la intención de rebajar el impuesto de sociedades en 20 puntos y reducir a tres los tramos del IRPF. "Nuestros economistas estadounidenses esperan recortes de impuestos modestos junto con una regulación reducida y una pequeña iniciativa de infraestructura que quizás logre ofrecer un crecimiento adicional al PIB en 2018", avisa.
En este sentido, Bob Doll, estratega jefe de Nuveen Asset Management, advertía a sus clientes en un informe que "más que la política, el principal escollo para la renta variable está en la economía". Sin los estímulos necesarios, la decepción amenaza con hacer acto de presencia si los conocidos como datos económicos "duros" no acompañan en el futuro. A día de hoy, instituciones internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, estiman que Estados Unidos crecerá este año un 2,2%. Una cifra que no difiere demasiado del consenso del mercado, donde los más optimistas hablan de un avance que podría llegar a tocar el 2,5%.