
Tres de las últimas recesiones se generaron por una conmoción en la misma zona. La actual agitación y el peligro de nuevas subidas del precio del crudo supone un grave riesgo para la economía mundial.
La revuelta que comenzó en Túnez en enero y se propagó a Egipto, derrocando a su paso a autócratas con décadas de antigüedad, podría acabar con el régimen opresivo de Muammar El Gadafi, en el poder en Libia desde 1969. Otros regímenes de Oriente Medio también podrían estar amenazados; Argelia, Sudán, Irak, Jordania, Irán, Bahréin y Yemen han sido el escenario de manifestaciones masivas de distinto grado en las últimas semanas, con graves enfrentamientos entre los manifestantes y las fuerzas de la seguridad en Bahréin y Yemen. Hasta en países como Marruecos, Arabia Saudí y Siria, que suelen considerarse más dóciles por lo general, la población inquieta ha planteado exigencias poco corrientes.
A excepción de Irán, se trata en todos los casos de países árabes aunque cada uno con características particulares, algunos del lado de Estados Unidos y occidente, y otros (Irán y Siria sobre todo) sus devotos enemigos. Los analistas han tratado de simplificar las causas de los levantamientos en forma de revueltas populares contra élites autócratas, pero la variedad de los países implicados y el sinnúmero de problemas a los que se enfrentan exige un análisis cuidadoso, ya que lo que es cierto en Bahréin puede ser totalmente al contrario en Marruecos, a más de 5.000 kilómetros de distancia.
¿Cuál será la naturaleza de los nuevos regímenes en los países afectados por los disturbios? ¿Qué nuevos sistemas económicos se implantarán? ¿Hasta qué punto se verá afectada la producción y los precios del petróleo por la propagación de los disturbios y los ajustes posteriores del poder político?
Francamente, no se sabe el grado en que el contagio político va a afectar a otros países de la región como ha sucedido en Túnez, Egipto y ahora Libia, pero sería estúpido no considerar que en muchos países como Argelia, Bahréin, Jordania, Yemen e Irán la probabilidad de un cambio de régimen se ha vuelto mucho mayor. A medio plazo, incluso los estados aparentemente seguros como Arabia Saudí, Siria, Marruecos y otros países del Golfo podrían estar en peligro.
Efectos en los precios energéticos
Las repercusiones para los precios mundiales de la energía eran modestas cuando los disturbios se restringían a Túnez y Egipto, pero ahora que se han propagado a Libia (un importante productor de petróleo) y Bahréin (un modesto productor energético a pesar de ser la sede de la principal base naval de Estados Unidos en la región y estar estratégicamente posicionado entre Arabia Saudí e Irán), aumenta el riesgo de una subida mayor de los precios del petróleo.
El alza sería impulsada por una pura prima del miedo, por no hablar de los peligros reales que eso supone para la producción y el transporte del petróleo. Dejando de un lado los escenarios tremendistas, por el momento el derrocamiento de los regímenes de Jordania, Argelia, Yemen o Irán representaría tal aumento del riesgo político en Oriente Medio que los precios del crudo podrían subir considerablemente.
Desde luego, a medio plazo, hasta los regímenes islamistas más vehementes seguirían produciendo y vendiendo petróleo y energía por lo que, en ese sentido, no supondrían una restricción permanente para el suministro. Además, en comparación con 2008, cuando los precios del oro negro subieron y la capacidad de producción de petróleo de reserva era limitada, a día de hoy sigue habiendo bastante capacidad de reserva, especialmente en Arabia Saudí.
Sin embargo, a corto plazo los precios del crudo podrían alcanzar niveles mucho más altos debido a varios factores:
-El coste del miedo. Una prima del miedo por la naturaleza políticamente contagiosa de los levantamientos, incluso si el suministro de petróleo no se ve obstaculizado.
-Los posibles cortes. El riesgo de que los regímenes derrocados puedan restringir la producción real o el transporte, puesto que unos disturbios continuados supondrían restricciones para la producción (Egipto, Libia, Bahréin, Argelia, Irán).
-El crudo saudí. El riesgo último de que los disturbios se acaben propagando hasta el punto de afectar a la producción de petróleo saudí, dado que la mayor parte de éste se encuentra en la provincia oriental, habitada en su mayoría por chiítas inquietos y próximos a sus hermanos sublevados de Bahréin.
-Salida de inversores. El riesgo de que la huida de las empresas extranjeras (como BP o ENI) tenga importantes consecuencias negativas en la inversión directa extranjera de los países productores de energía de Oriente Medio.
-Sin alternativas energéticas. El riesgo de que las transiciones políticas inestables deriven en una inestabilidad económica que, a su vez, desemboque en infrainversiones en nuevas capacidades de producción de energía.
-Acumulación de reservas. El riesgo de que los usuarios finales e inversores del petróleo acumulen importantes existencias como medida de precaución.
Oriente Medio contiene cerca de dos tercios de las reservas de petróleo del mundo y casi la mitad de las de gas. El riesgo geopolítico en Oriente Medio es fuente de subidas en los precios del crudo, con consecuencias internacionales. En efecto, tres de las cinco últimas recesiones mundiales se desencadenaron por una conmoción geopolítica en Oriente Medio que propulsó la cotización del oro negro. En las otras dos recesiones mundiales (2001 y 2008) éste también fue un factor importante.
La guerra del Yom Kippur de 1973 provocó un alza que llevó a la estanflación (recesión e inflación simultáneas) de 1974 a 1975. La revolución iraní de 1979, por su parte, condujo a un aumento estanflacionario parecido de los precios del petróleo que dio lugar a la recesión de 1980.
La invasión irakí de Kuwait en agosto de 1990 empujó la cotización del crudo justo cuando la crisis bancaria estadounidense (S&L) estaba hundiendo el país en una recesión. Nada más subir los precios del petróleo, Estados Unidos y la mayoría de las economías avanzadas se sumieron en una breve recesión que se prolongó hasta la primavera de 1991, cuando terminó la Guerra del Golfo. Incluso en la recesión global de 2001, el oro negro desempeñó un modesto papel cuando la aparición de la Segunda Intifada palestina y las tensiones en Oriente Medio provocaron un alza importante en la cotización.
El petróleo también ha sido un factor a considerar en la última crisis internacional. Estados Unidos entró en recesión en diciembre de 2007 a raíz del estallido de las hipotecas basura, pero la recesión se volvió global en otoño de 2008. Y esa crisis no sólo la causaron los daños colaterales de la quiebra de Lehman. En el verano de 2008, los precios del oro negro se habían duplicado en doce meses, alcanzando el máximo de 148 dólares el barril y provocando unas condiciones de negocio enormemente negativas, no sólo en Estados Unidos, sino también en casi toda Europa y Japón, además de China y otros mercados emergentes importadores de petróleo y energía. La subida de los precios volcó una economía global, ya frágil, en una recesión global propiamente dicha.
Un escenario obvio donde se percibe ese desarrollo de los acontecimientos son los precios de las acciones internacionales, donde un aumento de la aversión al riesgo y prima del miedo asociada a un golpe petrolífero estanflacionario sacudiría la confianza de los inversores. El golpe afectaría con fuerza al Reino Unido y la periferia de la eurozona antes de llegar a Estados Unidos, puesto que el crecimiento es de por sí anémico o negativo en esas economías, aunque las acciones estadounidenses también serían vulnerables. Dicho esto, si la región al completo se desestabiliza, se producirá inevitablemente una huida de calidad y seguridad hacia el dólar estadounidense y los bonos del Tesoro. Sin duda, las acciones volverían a comportarse peor que los bonos del Tesoro.
¿A qué se deben las revueltas?
Los desencadenantes de este precipitado aumento de la agitación política y el peligro a nivel mundial son muy variados. Entre ellos están las autocracias corruptas, que han estado en el poder durante décadas y cuyos gobernantes son, a menudo, vestigios de anteriores generaciones. Los retos demográficos, por su parte, están demostrando ser un factor fundamental. En muchos países de la región está aumentando el porcentaje de jóvenes en el total de la población. Esta masa juvenil todavía tiene pocas oportunidades económicas, ya que la tasa de desempleo es elevada. La enojada calle árabe es propiamente una enojada calle de jóvenes.
Las divisiones étnicas y religiosas también complican la política interna en muchos de estos países. Incluso dejando aparte la conocida complejidad de Líbano, donde cristianos y varias sectas de islámicos han luchado por el poder durante un siglo, el gran cisma del Islam entre los chiíes y los sunitas azota varios países de la región.
A lo anterior se suma la masiva desigualdad entre los ingresos y la distribución de la riqueza, tanto en las economías ricas en petróleo o gas (en las que la elite gobernante controla la mayoría de la riqueza de recursos), o en importadoras de materias primas con escasos recursos (cuyas élites económicas ostentan el control oligopolístico de la mayor parte de la riqueza).
Tampoco pueden olvidarse los avances tecnológicos y los medios de comunicación más poderosos tanto tradicionales como no tradicionales a través de los teléfonos móviles, los mensajes de texto, las comunicaciones vía satélite, Facebook, Twitter, Al-Jaazera, los blogs y otras herramientas de microblogs, que han destruido la capacidad de estos regímenes para controlar el acceso a la información.
Muchas revoluciones se producen generalmente no cuando los ingresos per capita están a su nivel más bajo, sino en las sociedades con ingresos medios o bajos, cuando el comienzo de las reformas económicas y financieras crea una clase media, incrementa la desigualdad de ingresos y de distribución de la riqueza y desemboca en la dislocación de los modelos económicos tradicionales.
Además, debe tenerse en cuenta el aumento de los precios de los alimentos y de las materias primas. Los países meramente importadores sufren especialmente este impacto, que empeora los términos comerciales, reduce los ingresos disponibles, aumenta la inflación y perjudica especialmente a los pobres.
Algunas reflexiones finales
A corto plazo, el cambio de régimen en el mundo árabe puede desencadenar una destacada inestabilidad política, económica y financiera. Además, incluso antes de la reciente agitación política en la región, los precios del petróleo ya habían aumentado por encima de los 90 dólares el barril.
Lo hicieron no sólo gracias a los fundamentos de una recuperación económica mundial sino también a factores no fundamentales: un muro de liquidez (ya que los tipos de interés cercanos a cero de las economías avanzadas alcanzaron a los activos y a las materias primas en los mercados emergentes); un impulso y un comportamiento de manada (al igual que en el 2007-2008) y un suministro limitado e inflexible de la nueva capacidad petrolífera. Ahora los precios del petróleo están muy por encima de los 100 dólares el barril y siguen subiendo.
Este posterior aumento de los precios del petróleo, y los correspondientes aumentos de los precios de otras materias primas (sobre todo de los alimentos) presenta varios efectos negativos. En primer lugar, aumenta la inflación en las economías de los mercados emergentes, en las que los citados productos representan las dos terceras partes de la cesta del consumo.
En segundo lugar, debe tenerse en cuenta que el alza de la cotización del crudo afecta negativamente a los términos comerciales y a los ingresos disponibles en las economías avanzadas que apenas están saliendo de la última recesión y que todavía están experimentando una anémica recuperación.
En tercer lugar, el aumento del riesgo geopolítico y de los precios de las materias primas aumentan la aversión al riesgo de los inversores y pueden redundar en una reducción de la confianza del consumidor y de la confianza empresarial, lo que es claramente negativo tanto para los mercados financieros como para las economías reales.
En cuarto lugar, la cotización al alza de los alimentos, el petróleo y las materias primas puede desencadenar una mayor inestabilidad social y política más allá de Oriente Medio y en otros mercados emergentes importadores de materias primas.
En quinto lugar, la capacidad de los diseñadores de políticas para reaccionar a estos impactos estanflacionarios a través de un mayor estímulo fiscal está limitado por la necesidad de una reducción de los grandes déficits fiscales en las economías más avanzadas; y un aumento de la inflación de referencia puede limitar la capacidad de los bancos centrales para comprometerse en una flexibilización cuantitativa.
Cabe esperar que los sucesos de Oriente Medio terminen en una suave transición a un nuevo gobierno estable y democrático, pero no puede desestimarse el riesgo de un mayor contagio y de unos resultados más inestables y radicales, así como de una agitación económica y financiera destacada.
Esta agitación y el correspondiente peligro de unos incrementos de los precios del petróleo y de la energía más pronunciados constituyen un grave riesgo para la economía mundial, que se está recuperando débilmente de la peor crisis financiera y recesión que ha sufrido en las últimas décadas.