
En la película Master and Commander, el capitán Jack Aubrey no es un héroe impulsivo. Es un estratega. Navega en silencio, ajusta velas en mitad de la niebla y sabe que a veces la mejor maniobra es no disparar. En este oficio, como en alta mar, precipitarse puede ser fatal.
A finales de junio, cuando los principales índices de Wall Street alcanzaron lo que bauticé como el techo de DeepSeek, tomé la decisión más importante del año: ordené reducir exposición drásticamente a bolsa. Lo hice tras detectar que ese nivel coincidía con la cota desde la que, meses antes, el mercado había sufrido una severa corrección: el Nasdaq 100 cayó un 25?% y el S&P 500 un 20?% desde sus máximos de febrero hasta los mínimos de abril.
Este último porcentaje no es una cifra cualquiera: es el umbral psicológico y técnico que, desde los manuales clásicos hasta los grandes fondos institucionales, separa una simple corrección de un mercado bajista. No es casualidad que todo el mundo lo vigile, y no es baladí que el S&P 500 se frenara con una precisión casi quirúrgica justo al alcanzar esa pérdida del 20?%. El Nasdaq 100, como es lógico, cayó más —es un índice más volátil—, pero el que manda, el S&P 500, rebotó donde debía.
Desde entonces, el Nasdaq 100 ha subido entre un 5 y un 6?%, al igual que el Ibex. Y no me escondo: ese tramo no lo he ganado completamente. Pero aún con una exposición reducida al 30-40?%, se ha podido seguir disfrutando de esa subida. La diferencia es que al reducir exposición también se gana algo más valioso: margen de maniobra. Sin vender, no hay munición. Y sin munición, no hay posibilidad de atacar cuando llegue el momento.
A menos que uno se llame Warren Buffett y tenga una máquina de imprimir billetes bajo la cama —bromeo, claro—, la única manera sensata de prepararse para la siguiente oportunidad es haber vendido antes, no después. Porque en bolsa, analizar no es operar. Analizo sabiendo que la tendencia de fondo es alcista. Pero opero como un francotirador, esperando la grieta, el momento de debilidad, la oportunidad real.

Y esa, aún no ha llegado.
Una pista puede haberla dado esta misma semana NVIDIA, el titán de la inteligencia artificial y nuevo timonel emocional del mercado. Presentó resultados el miércoles, y como es habitual, los movimientos iniciales fueron una montaña rusa. Pero el dato que más me interesa no es lo que hace el valor tras cinco minutos de after hours. Lo verdaderamente relevante es cómo cierra al cabo de 24 o 48 horas, cuando los grandes operadores ya han digerido la información.
Y este viernes hemos tenido doble cierre: semanal y mensual. En NVIDIA, ese cierre ha sido bajista. La amenaza real es que el título esté dibujando un techo en la zona de los 184,50 dólares. Ahí podría haberse agotado el rally. Por tanto, el soporte clave a vigilar ahora es la zona de los 168,80 dólares. Su pérdida sería una primera señal de que algo se rompe. La segunda, más grave aún, llegaría si cede también los 161,85 dólares. Hasta esos niveles todavía hay un margen de caída del 3?% al 7?%. Pero si se pierden, comedia finita est. El rally iniciado en abril podría darse por concluido y estaríamos ya en los prolegómenos del susto que tanto tiempo llevamos esperando.
Sigo insistiendo en que el hueco que abrió el Nasdaq 100 el pasado 12 de mayo —entre los 20.000 y los 20.800 puntos— es una grieta técnica y psicológica que acabará cerrándose. Si eso ocurre, será el golpe de mar que estábamos esperando para volver a cargar las velas. De aquí a entonces, el Nasdaq 100 podría subir, en el mejor de los mundos, un 4% adicional hasta los 24.500 puntos, que es donde pasa la resistencia creciente que une los máximos de 2024 y 2025. Pero eso, para mí, sería la traca final, la apoteosis. Y no pienso lanzarme al abordaje sin saber antes cómo se resuelve esa última subida.
En este oficio hay que aceptar que cada año hay dos o tres oportunidades realmente grandes. La de abril fue una. La próxima llegará, tal vez, en septiembre u octubre. Y cuando ocurra, quienes hayan sabido esperar tendrán liquidez, margen de acción y cabeza fría.
Porque, como diría el capitán Aubrey, no se trata de disparar más, sino de disparar mejor.
