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El péndulo de la sostenibilidad: del exceso a la sensatez

  • Nueva entrega de 'Los Análisis de la Sostenibilidad' de CFA Society Spain
Imagen: Istock.

Vivimos un momento pendular en la evolución de la sostenibilidad. Tras años de hiperregulación, especialmente en Europa, asistimos ahora a un aparente repliegue normativo en materias clave como el reporting de sostenibilidad o la debida diligencia. A esto se suma un ruido creciente en algunas jurisdicciones sobre el supuesto desinterés de los inversores por los criterios ESG. Sin embargo, más allá del vaivén superficial, lo que se está gestando es una fase de maduración. Como diría Aristóteles, nos encaminamos hacia el "mesotes", ese término medio virtuoso donde el sentido común y la eficacia se encuentran. Visite elEconomista ESG, el portal verde de elEconomista.es.

La sostenibilidad no está en retroceso. Está encontrando su equilibrio. La sobrerregulación inicial, aunque bienintencionada, generó complejidad, costes y, en algunos casos, parálisis. Pero la desregulación no es la respuesta. Lo que necesitamos es una regulación inteligente, proporcionada y orientada a resultados y a fomentar la transformación de los modelos de negocio.

Este tipo de oscilaciones no son nuevas. La historia reciente ofrece paralelismos claros. El auge de las puntocom en los años 90 generó una burbuja que, tras estallar, dio paso a un periodo de escepticismo. Con el tiempo, la digitalización se convirtió en el eje de la economía global. Hoy, las empresas más valiosas del mundo son tecnológicas. La sostenibilidad sigue un camino similar: tras el entusiasmo inicial y la posterior corrección, se encamina hacia una fase de integración estructural. Las empresas 'borran' la ESG de sus presentaciones de resultados.

En este contexto, la situación en Estados Unidos añade complejidad. La administración Trump ha generado confusión con su retórica escéptica hacia la sostenibilidad. Sin embargo, a nivel estatal, el panorama es muy distinto. Estados como California, Vermont, Massachusetts, Washington y Nueva York, entre otros, están liderando con políticas ambiciosas en energías limpias, movilidad eléctrica, eficiencia energética y planificación urbana sostenible. Estos estados demuestran que, incluso en un entorno federal incierto, la acción climática puede prosperar desde lo local.

Además, Estados Unidos está cada vez más solo en su ambigüedad. Mientras Europa, China y América Latina refuerzan su compromiso con la sostenibilidad, la presión internacional y del propio sector privado estadounidense crece. La competitividad futura dependerá de estar alineado con esta ola global en la que, además, según un barómetro de PwC, los empleos verdes no solo generan más riqueza, sino que también ofrecen mayor satisfacción a los trabajadores.

Europa, pionera en la agenda verde, se enfrenta ahora a una encrucijada. Hace dos décadas apostó con fuerza por las energías renovables, pero en algún momento aflojó. El resultado: China tomó la delantera. En 2024, el gigante asiático incrementó su capacidad solar instalada en 216 GW, un 45,2% más que el año anterior y la capacidad eólica en 75 GW, un 18% de incremento, consolidando así su dominio global en la fabricación y despliegue de tecnologías limpias. Mientras tanto, Europa lidia con cuellos de botella regulatorios, redes eléctricas insuficientes y una dependencia tecnológica preocupante.

Por eso, Europa no debe tirar la toalla. Tiene el conocimiento, la experiencia y el capital humano para seguir liderando en sostenibilidad en general, no solo en renovables. Pero debe hacerlo desde una nueva perspectiva: menos normativa por inercia y más regulación por impacto. Menos burocracia y más incentivos. Menos miedo al greenwashing, que nos lleva hacia el greenhushing (o ecosilencio), y más confianza en la innovación empresarial.

El futuro de la sostenibilidad no será ni el de la hiperregulación ni el de la desregulación. Será el del equilibrio. Un equilibrio dinámico, que combine ambición climática con realismo económico. Que entienda que la sostenibilidad no es un fin en sí mismo, sino un medio para construir una economía más próspera.

Como en todo proceso de cambio profundo, habrá tensiones, retrocesos y contradicciones. Pero también avances, aprendizajes y oportunidades. Lo importante es no perder el rumbo. Y ese rumbo pasa por seguir apostando por la sostenibilidad como motor de crecimiento, innovación y cohesión social.

Europa tiene una nueva oportunidad para liderar. No desde la imposición, sino desde la inspiración. No desde la rigidez, sino desde la inteligencia. No desde el miedo, sino desde la convicción. Porque, al final, el sentido común —ese mesotes aristotélico— será el mejor aliado de una transformación sostenible, justa y competitiva. Y en este contexto, recordemos que la sostenibilidad no entiende de colores políticos, pero sí de consecuencias reales.

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