Cuando Ben Bernanke ceda el testigo a Janet Yellen el próximo enero, esta paloma por excelencia, hasta ahora vicepresidenta de la institución más poderosa del planeta, tomará las riendas de la política monetaria de Estados Unidos. Una tarea que desde el estallido de la crisis de la hipotecas basura en agosto de 2007 ha obligado al banco central del país a echar mano de estrategias experimentales nunca antes aplicadas por la Reserva Federal durante sus cien años de historia.
Ahora, con un balance que engrosa los 4 billones de dólares y una economía estabilizada, Yellen deberá liderar una Fed fragmentada pero, a su vez, pilar indiscutible para soportar la hegemonía de la mayor economía del mundo.
Al fin y al cabo, el linaje de los alquimistas encargados de tomar las decisiones que han marcado la trayectoria monetaria a este lado del Atlántico durante los últimos cien años ha sido clave para la evolución de EEUU. La Fed, caracterizada desde sus orígenes por su extremo secretismo, juega a la par el papel de héroe y villano a ojos de aquellos que no forman parte de la jerárquica institución. Pero, pese a las teorías conspiradoras, su papel sigue siendo esencial para evitar el colapso financiero y económico.
Precisamente, cuando el presidente de EEUU, Woodrow Wilson, rubricó en 1913 a dos días de Navidad la Ley que dio vida a la Fed, su principal meta era poner fin a los colapsos bancarios mediante la creación de un sistema bancario central, a día de hoy formado por 12 Reservas Federales regionales, que garantizase la hegemonía financiera. Recordemos que el Congreso norteamericano vio las orejas al lobo cuando la quiebra de Knickerbocker Trust Company dejó en evidencia la capacidad de las entidades financieras para garantizar los depósitos de sus clientes.
Por aquel entonces, el afamado financiero J.P. Morgan y otros multimillonarios lograron garantizar la liquidez con sus propios fondos pero la situación evidenció una gran brecha en el sistema. Así nació la Fed, una institución encargada de proveer garantías a los bancos, establecer una flexibilidad en la divisa, ofrecer descuentos en el papel comercial e imponer una mayor supervisión de su sistema bancario.
Dicho esto, en los primeros años desde su nacimiento no hubo ninguna expectativa de que la Fed utilizaría su capacidad sobre el control de la oferta de crédito para tratar de dar forma a la economía. Este comportamiento cambió en la década de 1920 cuando el banco central comenzó a comprar y vender bonos par moderar las subidas y las recesiones en la oferta de crédito. Sin embargo, durante la Gran Depresión, la Fed volvió a su pasividad original, frenó sus operaciones de mercado abierto y permitió que miles de bancos quebrasen.
Así, la combinación de un sistema bancario extremadamente supervisado y el activismo de la Fed mantuvo la expansión económica durante los 50 y 60, pero en su afán por impulsar el empleo, el banco central no prestó atención a la inflación, y superó el doble dígito en 1970. Es por ello que en 1977, el banco central, a través de una Reforma de Ley, adquirió otros propósitos como promover el máximo empleo, producir y garantizar la estabilidad de precios. Es así como la Fed adquirió la celestial responsabilidad de intentar evitar grandes fluctuaciones en el crecimiento de EEUU gracias a su política monetaria.
Paul Volcker, quien asumió el cargo de presidente de la Fed en 1979, fue el artífice de acabar con la inflación y su sucesor, Alan Greenspan, marcó el comienzo de la conocida como Gran Moderación, es decir, un cuarto de siglo inflación moderada y recesiones leves. Eso sí, hay quien señala con el dedo a este octogenario y lo responsabiliza del boom inmobiliario que desató la Gran Recesión y puso contra las cuerdas al sistema financiero.
¿Lección aprendida?
Un siglo después de su origen, muchos ponen en entredicho el papel de la institución, en especial, porque la Fed ha repetido los errores del pasado. El debate actual sobre el papel del banco central tiene un gran parecido con el periodo que precedió a su creación. Una devastadora crisis financiera puso de manifiesto la extrema fragilidad del sistema financiero y alimentó la ira de los ciudadanos contra los banqueros. Un presidente demócrata, en este caso Barack Obama, tuvo que defender la intervención del gobierno sobre la gestión de la economía y el sector bancario. Fue entonces cuando la Fed, capitaneada por Ben Bernanke se postuló como el santo grial para evitar el colapso.
El banco central tomó medidas excepcionales. Para contener una crisis que se originó fuera de los bancos comerciales extendió su cobijo sobre los préstamos a los bancos de inversión, aseguradores y emisores de papel. Recortó los tipos de interés a cero y llevó la política monetaria hasta un territorio desconocido: la compra de bonos con dinero recién impreso para mantener las tasas de interés a largo plazo bajas durante los próximos años (el conocido como Quantitive Easing).
Cinco años más tarde, el PIB de EEUU ha crecido un 4,1% en el tercer trimestre, el desempleo ha caído hasta el 7% y el sector financiero se ha consolidado tras una reforma financiera, conocida como Dodd-Frank. Ésta incluye la regla Volcker que, entre otros menesteres, prohíbe a los bancos invertir los depósitos de sus clientes para beneficio propio.
Ahora que la Reserva Federal ha comenzado la retirada de sus medidas de estímulo, es decir, reducir la compra de bonos mensuales en 10.000 millones de dólares, todas las miradas se centran en Janet Yellen. La primera mujer en liderar la Fed tendrá que gestionar un equipo mucho más fragmentado, algo que podría resultar incómodo para los mercados si tenemos en cuenta que el banco central trata de ejecutar una complicada salida tras tomar decisiones sin precedentes.
No debemos olvidar que en enero, cuatro nuevos presidentes regionales de la Fed rotarán en los 12 puestos de votación dentro del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC,) encargado de fijar la política monetaria. Según señala la prensa especializada, dos de ellos, el presidente de la Fed de Dallas, Richard Fisher y el presidente de la Fed de Filadelfia, Charles Plosser, son dos halcones históricos que han criticado duramente los esfuerzos de estímulo que Bernanke y Yellen han respaldado a ultranza.
Además, con la salida de Bernanke quedarán dos puestos vacantes en el Consejo de Gobernadores de la Fed, compuesto por siete miembros quienes tienen poder de voto en el FOMC. De hecho, un tercer puesto quedaría libre si finalmente Sarah Bloom Raskin es confirmada como subsecretaria del Tesoro. Ahora se especula con la posibilidad de que una de las posiciones vacantes sea ocupada por Stanley Fischer, un economista legendario y expresidente del Banco de Israel. La Casa Blanca se estaría preparando para nominarle como mano derecha de Yellen aunque su presencia en el Consejo Federal podría eclipsar a la próxima presidenta de la Fed.