
¿Vive el PP en la zona de confort como mantiene Esperanza Aguirre? ¿Se ha instalado en una burbuja? Ni la reforma fiscal ni mirlos blancos serán la panacea. Esta reforma descafeinada apenas es una tirita, veremos si bien adhesiva.
¿Vive el PP en la zona de confort como mantiene Esperanza Aguirre? ¿Se ha instalado en una burbuja? ¿Ha analizado, después de un mes, los resultados de las europeas? ¿Se ha enterado del descalabro que sufriría en Cataluña si hoy se celebrasen elecciones? No. Al menos aparentemente. Esa es la percepción y esa es la imagen que proyecta.
A finales de la semana pasada, el Gobierno daba a conocer su reforma fiscal. Una promesa popular esperada por fieles votantes, como si se tratara del bálsamo de Fierabrás. A medida que han transcurrido los días, la pócima fiscal se ha mostrado deslavazada, pegada a costurones, y absolutamente ingobernable por la cantidad de acepciones que tiene su práctica. Un lío del que apenas desentrañamos que quien se quede en paro cotizará su indemnización -en el caso de que la reciba- o que ya no se desgravará por alquiler de vivienda mientras el hachazo fiscal recae sobre empresas y clases altas. Vamos, que si lo mollar de la reforma no se pone en marcha antes de las generales, es muy probable que estemos ante una de esas promesas políticas que se quedan en agua de borrajas.
Ahora, en los cenáculos políticos, se filtra que ésta no es la reforma que hubiera querido Rajoy. La presión de Europa ha podido ser determinante. Desde Bruselas se nos recuerda un dato que no puede pasar desapercibido: nuestro déficit público. Ese gigantesco monstruo que el Gobierno es incapaz de domar. Por eso, esta reforma, que posiblemente estaba reservada con más calma y atino, con más precisión para el próximo año, se ha adelantado con el fin de taponar una herida que no cesa. Esta reforma descafeinada y caótica apenas es una tirita; veremos si bien adhesiva.
Entre los dirigentes populares hay un divorcio manifiesto, una lucha de posiciones que resulta evidente cuando los resultados no son favorables.
Y el mensaje, esa pieza intelectual que ha perdido el PP porque ya no sabe en qué banda juega. ¿Socialdemócratas a rato con nuestra economía? ¿Casposos y antiguos con las políticas sociales? ¿Desnortados con el terrorismo, en las prometidas reformas de las administraciones, con la justicia? ¿Dónde ha quedado la defensa de la independencia de las instituciones? ¿Qué pasa con Cataluña? ¿En qué se ha convertido el PP de hoy? Estos interrogantes son la explicación de por qué el afiliado del PP está indignado, de por qué el simpatizante ha mirado para otro lado, y lo más preocupante, de por qué el voto de la persona de centro ha desertado de esta formación en las europeas.
No sé si el PP vive hoy en la zona de confort como alude Aguirre. No me cabe duda de que hay preocupación, y por qué no, alarma. El PSOE hace sus pinitos de cambio; habrá que ver qué depara todo este movimiento. Cambia la monarquía. Nuevos partidos se consolidan y entre tanto hay una sensación de abandono, de mal diagnóstico y de incorrectas actuaciones en la fuerza política de Rajoy.
Los avatares entre Moncloa y Génova, la lucha de 'gatas' entre Sáenz de Santamaría y Cospedal desgasta las aspiraciones de esta formación y además da mucha artillería al adversario político y su manifestación es poco rentable. Como poco rentable es ahora que los barones pidan la cabeza de la secretaría general del PP.
Desde su desembarco, Cospedal ha tenido que lidiar con el dardo envenado de Luis Bárcenas. En más de una ocasión, el Gobierno la ha dejado con el culo al aire, quedándose huérfana de argumentos cada vez que el Ejecutivo optaba por políticas contrarias al vademécum oficial del partido.Es evidente que Cospedal está sola; pese a todo, tiene la obligación de limar aristas y evitar la imagen de improvisación que en estas elecciones se ha dado en muchos y pequeños detalles.
Desde el Gobierno, apuntan algunos medios, la preocupación se centra ahora en abortar la epidemia de la corrupción extendida en todos los partidos. Rajoy quiere caras nuevas, gente que no venga de la política y que se gane la vida de otra manera. El electorado está cansado de la 'casta'. Eso lo sabe muy bien Pablo Iglesias. Pero es insuficiente y puede tener efecto boomerang. Felipe González echó mano de Baltasar Garzón y cuando ya no le valía le relegó a un puesto irrisorio para las expectativas creadas.
La solución no pasa por mirlos blancos. O al menos no es la clave. La solución pasa por las personas correctas, en los lugares correctos con los mensajes correctos. Y para acercarse a esta piedra filosofal, tanto el Gobierno como el PP tienen que tomarse muy en serio la importancia de la Ciencia y de la Comunicación Política. Pero además, tiene que escuchar y no prohibir hablar entre los suyos, reconocer y no negar, evitar sanedrines toledanos donde solo cinco dicen lo que el patrón de marras quiere oír. Ahora toca definir principios e instalarse en una entidad moderna y más transparente que les devuelva el brillo que alguna vez tuvo. Eso sí, improvisaciones, ¡no!, que al final van a pecar del mal de Zapatero.