
Cataluña ha olvidado que su fortaleza económica provenía del consumo de España.
Nunca unas elecciones en Cataluña han tenido tan en vilo al resto de España. El president-candidato ha sido capaz de crear el suspense. Pase lo que pase, la situación después del 25-N será distinta. Y no por el resultado, sino porque los diez últimos años han representado una pérdida de la memoria económica de lo que ha sido Cataluña en la historia común.
No voy a remontarme a que Colón, después de su primer viaje, presentó a los nuevos súbditos de la Corona en Barcelona. Ni a que los Borbones abrieron el comercio peninsular y americano a Cataluña rompiendo el monopolio sevillano y modernizando la economía española en el siglo XVIII, estableciendo por primera vez algo parecido a un mercado único. Tampoco parece oportuno explicar que Cataluña nunca quiso ser francesa; ni siquiera en el siglo XIX, con el famoso Tambor del Bruch. Menos aún voy a recordar que la repatriación de los capitales coloniales de Cuba y Filipinas capitalizaron su industria textil, cuyo mercado fundamental era el resto de España.
Voy a referirme a la memoria económica de hace algunos decenios, casi todo el siglo XX. Época en la que la península fue mercado preferente de industriales vascos y comerciantes catalanes; hasta la entrada en el Mercado Común, antecedente de la UE. En gran parte, por el buen hacer de sus sagas empresariales, que tanto emprendieron y modernizaron nuestra economía; pero, también, porque los aranceles aduaneros españoles los protegían de la competencia exterior. Fueron años en los que básicamente los catalanes vendían en toda España, mientras los valencianos exportaban fuera. Por eso, sus economías eran antinómicas. Cataluña iba mejor que el resto de España en épocas buenas, por el tirón del consumo interno. Valencia iba mejor que el resto de España en épocas de depresión interna, porque vendía fuera.
Valencia y Cataluña, en las últimas décadas, cometieron el error de olvidarse de ello y lo están pagando. Valencia se dejó subyugar por el ladrillo y, aunque mantuvo su capacidad exportadora, concentró sus esfuerzos empresariales (mejor dicho de negociantes, que no es lo mismo) en la especulación inmobiliaria. Ahí perdió la vez y, de paso, su estructura financiera autóctona -cajas de ahorros y Banco de Valencia incluidos-. Ahora tiene que recuperar su vocación exportadora, basada en pymes.
Cataluña pareció querer olvidarse de que su fortaleza provenía de una España consumidora, una España fuerte. Podría haber optado por ayudar al Gobierno del Estado para evitar que su principal mercado se deteriorase. La otra alternativa era reconducir su actividad productiva hacia el exterior. Sus dirigentes políticos no han impulsado ni una cosa ni otra. En economía han sido tibios. Su nítida estrategia nacionalista en materia cultural (y no sólo me refiero a CiU: el tripartito no le fue a la zaga) parece haber impedido una estrategia económica definida. Y como dice el evangelio: "A los tibios los vomitaré". Es muy difícil concentrar los esfuerzos en muchos campos y hay que elegir.
Ha habido una deliberada amnesia de la historia económica real que ha conducido hasta aquí. Es como si nos hubiésemos despertado de golpe y unos y otros nos preguntásemos qué nos ha pasado. Está claro: en la alocada carrera consumista de los primeros años de este siglo XXI, muchos se olvidaron de lo que, precisamente, trajo al bienestar que estaban disfrutando. Los valencianos, de su espíritu exportador; los catalanes, de su capacidad de subyugar a los demás españoles con su bon seny y la calidad de su trabajo. Se perdió la memoria histórica económica real, no la inventada.
La historia rara vez se repite. Hoy el mercado español es abierto, lo impone la pertenencia a la UE; sin embargo, eso no quiere decir que no pueda ser un gran mercado para las empresas catalanas. Son eficientes y el resto de los españoles las admiran. Por eso el trato mutuo entre el Estado y la Generalidad debe ser respetuoso, legal (diría un castizo) y beneficioso para ambos. Estoy seguro de que el resto de los españoles lo comprenden. Como se comprende que los andaluces necesiten ayuda para modificar su economía, que tiene más del 33 por ciento de desempleados y el 50 por ciento de paro entre los jóvenes. Lo entienden hasta los catalanes quienes, por cierto, deberían estar interesados en hacer crecer ese mercado de casi 9 millones de consumidores a pocos kilómetros al sur. Tras el 25-N hay que recuperar la memoria histórica económica. La de verdad. Nos beneficia a todos.