
Cuando desembarca en Bankia el único profesional bancario que ha tenido esta entidad desde su fundación, nos da la cifra mágica de 19.000 millones en pérdidas, que, curiosamente, cuadra con las pérdidas que se han producido. Es evidente que quien manda manda, y si da una cifra de pérdidas se ha de cumplir. ¿En realidad se han perdido?
Para poder juzgarlo tenemos que saber un poco de contabilidad bancaria, ésa que quizás Rato no supo manejar en un banco como es debido. Al fin y al cabo, a un político la contabilidad nunca le cuadra y debe buscar un contable que sepa llevar una libreta. Está claro que en el PP andan escasos de buenos contables y Rato no ha sido una excepción.
Pero Goirigolzarri no necesita contables, puesto que a él ya se le ocurre lo que hacer con un balance y una cuenta de resultados nada más verlos. Así, sabe que las provisiones son pérdidas potenciales que se cubren, no necesariamente pérdidas que ya se han producido. Si se dan pérdidas por provisiones, no todas ellas llegarán a materializarse en el futuro. ¿Podía saber Goirigolzarri nada más llegar a la entidad el monto exacto de esas pérdidas? Evidentemente, no. Sin embargo, esa profecía autocumplida viene muy bien para darle la vuelta a la tortilla, pues más vale ponerse una vez colorado que ciento amarillo.
Un mus corrido y sin señas
Aquella cifra de pérdidas era un órdago a la grande y, como era un mus corrido y sin señas, situó al ministro nada menos que en el borde del abismo. ¿No querías un profesional?, pues toma profesional. Y al ver ese balance y esa cuenta de resultados y al escarbar un poquito en la composición del activo, el banquero ve que la única forma de dar beneficios en el futuro con gran certeza es provisionar todo lo provisionable y dos huevos duros.
¿Tienen relación beneficios y provisiones? Para un contable bancario, evidentemente, puesto que si provisionó un activo que el ejercicio que viene se regulariza o mejora su situación desde el punto de vista del banquero, en aquéllos que es posible, el monto de ese activo es una inyección en vena de resultados, que es precisamente lo que se necesita.
Muchas provisiones, pues, son una forma de obtener beneficios futuros sin depender demasiado del mercado y pudiendo mejorar el rendimiento y la eficiencia promedios del sector. Es la forma de subir al pódium y llevarse la medalla de oro sin necesidad de correr los 3.000 metros vallas, puesto que con los 100 metros lisos bastará. Así, Bankia obtendrá con toda probabilidad mejores resultados que el conjunto del sector trimestre a trimestre y todo el mundo, asombrado, hablará del milagro que se ha obrado en la entidad.
No se puede resucitar a un muerto, pero si a un herido grave le decimos que se haga el muerto es más fácil conseguir el prodigio.
¿Todo esto es irregular? Al contrario, esa sencilla estrategia se revela como la más inteligente entre todas las posibles para atajar el problema de raíz. La única eficaz para que el resultado no dependa en exceso de una situación económica que ataca despiadadamente la cuenta de resultados de los bancos y el futuro de Bankia no podía fiarse tan sólo a lo que sea capaz de ganar en el mercado.
Había que picar en casa, porque la mina de oro está dentro, en sus propios clientes, y es todas las opciones que se les pueden dar para mejorar el estado de sus riesgos. Trabajo duro, sí, pero menos duro que irse a la calle a ganar ahora lo que la calle no va a dar, aunque sí más adelante.
Además, la banca es confianza. Estamos ante una imagen de marca muy deteriorada que debe saturar el mercado de información positiva durante una buena temporada para recuperar la confianza del público y del mercado financiero. Bankia sólo puede dar buenas noticias, y, como Lázaro, se levantará y andará.
Bankia es Penélope, que ha tejido un año las provisiones que irá destejiendo en el futuro en espera de que llegue la privatización. Una odisea que habrá tenido su origen el día que alguien le preguntó a Goirigolzarri cuánto dinero había perdido Bankia y éste, en lugar de darse mus, las echó todas. Por eso la publicidad habla de empezar por los principios, que no son otros que los principios contables de Goirigolzarri.
Juan Fernando Robles, profesor de Banca y Finanzas.