Internacional

Reabierto el debate sobre la continuidad de May ante la inacción con el Brexit

  • La 'premier' se ha salvado, pero la paciencia se agota en todos los frentes
La primera ministra británica, Theresa May. Foto: EFE

La continuidad de Theresa May ha vuelto a quedar amenazada ante el descontento que su liderazgo genera ya no solo entre quienes denuncian su falta de proyecto político, sino en el núcleo duro pro-Brexit. Tras el descalabro de las generales, un más que decepcionante congreso anual y una fallida remodelación de gobierno, el malestar se ha contagiado al bando eurófobo, inquieto ante las evidencias de que Reino Unido se encamina hacia una salida blanda de la Unión Europea.

Como consecuencia, la primera ministra ya no solo se haya arrinconada por quienes aspiraban a otorgar a Westminster el control del divorcio, sino entre los partidarios del mismo, que por primera vez planean complicarle la vida en el Parlamento. La tregua del acuerdo alcanzado en diciembre con Bruselas ha quedado dinamitada ante el inevitable resurgir de las diferencias tanto en el Ejecutivo, como en el grupo parlamentario.

Si Europa estaba preocupada ante la evidente falta de consenso de su interlocutor, el espectáculo de la semana pasada al norte del Canal de la Mancha no ha hecho más que aumentar la alarma: después de que el ministro del Tesoro abogase en Davos por cambios "muy modestos" en la actual relación, una apuesta compartida por la práctica totalidad del sector privado, el Número 10 salió a desmarcarse públicamente, a pesar de que, en privado, May entendería que la propuesta de Philip Hammond es la más conveniente para la prosperidad económica.

El problema es que carece de la autoridad política para reconocerlo, como ha podido confirmar con el reciente envalentonamiento de los eurófobos, capitaneados por Jacob Rees-Mogg, uno de los nombres que vuelve a sonar como potencial líder tory, pese a sus escasas posibilidades debido a su visión reaccionaria en cuestiones notablemente aceptadas por la ley británica, y jefe del Grupo de Investigación Europea, un colectivo de diputados euroescépticos que amenaza con ser el nuevo azote de May.

Hasta ahora se habían mostrado relativamente tranquilos y la apoyaban, convencidos que les daría la fórmula de Brexit que demandaban. Las críticas se centraban en los partidarios de la permanencia, a quienes se acusaba de pretender sabotear el divorcio, sobre todo, después de que el Gobierno perdiese una votación crucial en la Cámara de los Comunes que, en la práctica, significará que la última palabra sobre el acuerdo final con Bruselas corresponderá a Westminster.

Saltan las alarmas

Sin embargo, señales como la de que el "período de implementación" obligará a aceptar todo lo que implica la presencia en la UE, pero sin voz, ni voto, han elevado la alarma, sobre todo en un contexto en el que, al igual que sus rivales en materia de Brexit, reconocen que la inacción de May está empezando a pasar factura. La falta de compromisos acerca de la no injerencia de la UE, el descontento ante la transición y el silencio administrativo que reciben de Downing Street los ha llevado a preguntarse si es momento de cambiar de estrategia.

El momento más arriesgado para May será en mayo, cuando tengan lugar las elecciones locales. Si los conservadores pierden asientos clave en áreas como Londres, sus días podrían estar contados. Su capacidad de supervivencia hasta ahora es innegable, no en vano, superó los conatos de rebelión que siguieron al desastre de las generales de junio y las sucesivas meteduras de pata registradas desde entonces. Un nuevo varapalo en las urnas, por el contrario, podría ser demasiado para la paciencia de diputados más preocupados por el desalojo del poder que por el pernicioso mensaje que mandarían a Bruselas en caso de reemplazar a su líder en plena negociación del Brexit.

La salida de la UE es la condena y la salvación de la primera ministra. Pese a su impopularidad, todo el grupo parlamentario entiende que difícilmente habría un momento peor para el magnicidio que a meses de cerrar el acuerdo. Los dos bandos saben el coste político del sacrificio de May: la reputación de los británicos como un interlocutor fiable ante la UE quedaría hecha pedazos y es complicado que los electores perdonasen a quienes anteponen las necesidades partidarias al interés general.

De hecho, el único elemento capaz de generar consenso entre los conservadores es su descontento por el liderazgo de May. Por lo demás son una formación donde no hay acuerdo ni en materia de Brexit, ni en potencial sucesor, proyecto político ni, incluso, qué tipo de partido quieren ser. No en vano, de triunfar un motín, partidarios y opositores de la ruptura temen las consecuencias de que un candidato del frente rival llegue a Downing Street. En el caso de los eurófobos, que sea la ministra de Interior, pro-continuidad; y en el campo contrario, que lo haga Boris Johnson, cada vez menos preocupado por ocultar sus aspiraciones sucesorias.

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