Firmas

Lento suicidio colectivo

Estas pasadas Navidades y en plena fiebre consumista, ha caído en mis manos un documento de trabajo del Segundo Encuentro Nacional de la Alianza contra el Hambre y la Malnutrición de España, celebrado en Oviedo en abril del año 2014.

Los ponentes, sobre la base de informes de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y datos de la Oficina Europea de Estadísticas (Eurostat), han abordado la Pérdida y Desperdicios de Alimentos (PDA), distinguiendo entre lo que mayoritariamente produce el consumidor, los desperdicios y lo que también mayoritariamente se produce en cualquiera de las otras fases de la cadena alimenticia, las pérdidas. Y de todo ello deduce lo siguiente.

En primer lugar, en todo el mundo se producen 1.300 millones de toneladas de PDA. Ello conlleva, teniendo en cuenta las pérdidas económicas y las externalidades sociales y medioambientales, una pérdida que se puede cifrar en dos billones de euros. La producción de alimentos que terminan en PDA ocupa unos 1.400 millones de hectáreas de tierra agrícola y eso significa casi un 30% de la tierra agrícola disponible actualmente en el mundo.

En segundo lugar, el desperdicio de recursos hídricos superficiales y subterráneos implícito en las Pérdidas y Desperdicios de Alimentos es, aproximadamente, de 250 kilómetros cúbicos al año de agua dulce, es decir, más de una cuarta parte del uso consuntivo total de los recursos limitados y vulnerables de la misma.

En tercer lugar, los PDA conllevan el desperdicio de 300 millones de barriles de petróleo al año en la energía utilizada en las diferentes fases de la cadena alimentaria.

Por último, en la Unión Europea (UE), y con datos del año 2006, se producen 89 millones de toneladas de PDA. De ellas, un 42% se producen en los hogares; el 39% en las diferentes fases del procesamiento y transformación; el 14% en los restaurantes y el 5% en los puntos de venta.

Estos datos no solamente hacen más hiriente esa cifra de 795 millones de personas que pasan hambre en estos momentos en el mundo, sino también la necesidad de racionalizar, prever, planificar y adecuar recursos y necesidades.

Y eso significa la necesidad de un discurso político y cultural que se atreva a ir contracorriente, ahora, porque luego, si se persevera consecuentemente, será recompensado con los cambios en esta realidad de estúpido suicidio colectivo.

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