
Asediado por los escándalos y amenazado por las tecnologías incipientes y el ecologismo, el sector europeo del automóvil es el que menos refleja en bolsa su crecimiento por beneficios en la última década. La descorrelación de la evolución de sus ganancias con su comportamiento entre 2007 y 2016 en el parqué asciende a 65 puntos porcentuales -sus beneficios se incrementaron un 80% pero el índice que reúne a los principales fabricantes solo se apreció un 15% en este periodo-.
Esta brecha, interpretada como "el mercado ya no compra las ganancias de unas compañías condenadas a desaparecer o, cuanto menos, a transformarse radicalmente", podría ser entendida como el epitafio de una de las industrias que dominó el siglo XX.
Pero lo cierto es que los principales riesgos que afrontaba el sector en el corto plazo se han ido matizando, hasta casi extinguirse en algunos casos. Con la perspectiva del paso del tiempo, el escándalo de los motores diésel de Volkswagen destapado en Estados Unidos, que luego se extendió a otras automovilísticas como Renault o a Peugeot, parece más una primera escaramuza de una guerra comercial a escala global que está por estallar, que una sentencia de muerte para la industria.
El sector no está en vías de extinción. Ni siquiera el grupo que se llevó la peor parte y los mejores recuerdos de los ecologistas. Volkswagen vuelve a ser la automovilística europea más capitalizada y se acercará a los 12.000 millones de euros de beneficio neto al cierre de este año, una cifra que a nivel mundial solo superará Toyota.
Tampoco el coche eléctrico es una amenaza total pese a la irrupción de nuevos y fanfarrones actores en la industria, como Tesla. Todo apunta a que los grandes fabricantes están preparados para adaptarse a las nuevas tendencias de consumo, si es que éstas se materializan tan pronto como se prevé. Porque aunque algunos quieran olvidarlo, el poder político de la industria en Europa sigue intacto. El sector, en conjunto, da trabajo a 15 millones de personas aproximadamente. Casi a tantas como empleados hay en España, la cuarta economía de la eurozona.