
Las escaramuzas verbales entre los tres aspirantes a la secretaría general del PSOE no pasarían de ser una pobre exhibición de patriotismo de partido a lo hooligan, si no fuera porque en el fondo hay dos cuestiones a dilucidar: le reparación de la columna "izquierda" del edificio del bipartito y la vigencia o no de la socialdemocracia como proyecto.
Fue en 1945 cuando EEUU proyectó el futuro de España tras la desaparición de Franco. En los papeles desclasificados de los Servicios Secretos se utiliza la palabra transición pacífica y ordenada aludiendo a una situación deseable en la que se alternaran dos Gobiernos, uno socialista y el otro democrático. La cuestión es que, tras la Transición y sus vericuetos, el voto popular a través de una Ley Electoral ad hoc, produjo la concreción de ese deseo.
Después del arrollador triunfo electoral de Felipe González en 1982, el bipartidismo ha funcionado: OTAN, privatizaciones, reformas laborales, negocios y escándalos de la beautiful people, mafias policiales al servicio del terrorismo de Estado, UE, Maastricht, Yugoslavia, refundación de la OTAN en 1999... La desaparición de la URSS dejó en primera línea de fuego a la socialdemocracia como presunta heredera de la alternativa de izquierdas. No aguantó la prueba, le vino ancho el traje y se evidenció públicamente como el ala moderada del proyecto conservador. Lo que le ocurre actualmente en Europa, lo atestigua.
No creo que Sánchez represente un proyecto capaz de resituar al PSOE en un campo de oposición al sistema, como lo fuera el que fundó en 1879 Pablo Iglesias Posse (1850-1925), pero su campaña, unida a los antecedentes de la confabulación que lo defenestró, está incidiendo en un electorado atónito ante lo que descubre. Por otra parte, su rival andaluza no pasa de exhibir un discurso que ausente de proyecto, siquiera mínimamente reformista o socialdemócrata, se limita a una permanente invocación a reforzar el PSOE cual cofradía laica de votantes.