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Telefónica se vuelca en la generación de caja para reducir deuda sin malvender

Tomar decisiones difíciles. Esas tres palabras resumen el trabajo de los grandes ejecutivos. Pero, además de afrontar los problemas con determinación, los líderes empresariales también están obligados a acertar en sus maniobras. En el caso de Telefónica, el principal atolladero se llama deuda. Ya se sabe que con buen viento, todos son marineros, pero en el caso de Álvarez-Pallete se suceden la tempestades.

El nuevo patrón tomó el timón de la multinacional en la víspera de que Bruselas tumbara la venta de O2 a Hutchison. Eso significaba que el grupo dejaría de frotarse las manos con los 14.000 millones de euros ya previstos. Lo que iba a ser un bálsamo para todos los males, se convirtió de pronto en un suplicio. Poco después, el Reino Unido decidió salirse de la UE, lo que desencadenó la incertidumbre en todo el continente. Bolsas por los suelos y árnica a raudales. El presidente de la ?teleco estaba obligado a analizar el terreno, medir la fuerza de sus activos y reaccionar con prontitud. Frente al agobio de los 52.000 millones de deuda de finales del pasado junio, el primer movimiento consistió en poner en el escaparate bursátil filiales como Telxius y O2. El salto al parqué de ambas sociedades hubiera inyectado unos 7.000 millones de euros sin necesidad de perder el control de las mismas. Pero nada de lo anterior ocurrió en los plazos deseados. Antes de malvender, Álvarez-Pallete prefirió cambiar de jugada. En lugar de depender de decisiones regulatorias, de veleidades del mercado o de caprichos de posibles interesados, Telefónica ha apostado por el valor más seguro: su fortaleza orgánica. Y a ese bastión se aferra ahora el operador, al mismo tiempo que vigila cualquier oportunidad interesante en forma de venta. Pero ahora buscará compradores sin el cartel del necesitado que andaba tirando el precio de sus activos. Ante esa nueva estrategia, Telefónica ha optado por soltar lastre. Las dos mayores cargas consistían en cumplir los objetivos de reducción de deuda y garantizar el dividendo prometido. Ahora, por el contrario, desaparecen los severos compromisos de desapalancamiento y se relaja el empeño de retribuir al accionista cueste lo que cueste. Hasta alguna casa de análisis ha reconocido el sentido común de Telefónica ante la adversidad de las circunstancias. Los recelos de los expertos resultaban fundados. Retribuir con 0,75 euros cada una de los 4.100 millones de acciones de Telefónica supondría para la 'teleco' un importe próximo a los 3.000 millones de euros (el beneficio de Telefónica en el año). Es cierto que ese desembolso se materializaría sólo en el caso de que el cobro se realizara íntegramente en efectivo, cosa que ni mucho menos ocurre. Basta con analizar el último reparto de dividendos para comprobar que el 80 por ciento de los accionistas eligió el pago a través de la modalidad del ?scrip dividend? (dividendo en acciones). Por lo tanto, si el referido porcentaje se mantuviera en sucesivas ocasiones, la salida de caja de Telefónica para retribuir en efectivo apenas rondaría los 600 millones. No parece una suma excesiva, aunque tampoco hay que sacralizar la remuneración al accionista. Los dogmas se llevan mal con la frialdad de las cifras.

La nueva Telefónica que ahora asoma la cabeza acumula una deuda de 49.984 millones (2.584 millones menos que al principio del verano), pero dispone de una generación de caja que invita al optimismo. Esa magnitud crece con vigor. Durante la primera mitad de este año, incrementó en mil millones el flujo de caja respecto al mismo dato de 2015. Si el año pasado generó una caja de 3.000 millones, en nueve meses ya lleva 2.315 millones y prevé alcanzar los 4.000 millones al final de curso. Además, la venta fallida de O2 UK aportará un 'cash flow' adicional de entre 500 millones y 800 millones. Y ese será el nuevo rumbo de Telefónica: Afrontar la reducción de la deuda por la vía orgánica. Y si se pone a tiro una venta o una OPV ya habrá tiempo para frotarse las manos.

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