
Conviene dejar claro que no existe un populismo europeo. Hay manifestaciones diversas en diferentes países de la Unión Europea. Su discurso prende cuando la sociedad entra en crisis económica, política y de valores y los actores tradicionales no son capaces de ofrecer alternativas viables y respuestas coherentes a problemas complejos.
Europa se encuentra ante un abismo de recesión y de deflación. El aumento del paro (hasta niveles insoportables) y la desigualdad han derivado en una pérdida de bienestar y derechos. Esos efectos negativos sobre amplios sectores sociales frustrados abren un campo abonado para los antisistema y la antipolítica. Muchos ciudadanos decepcionados creen hallar la solución a sus males en los populismos, que ofrecen soluciones simplistas, tramposas y falaces.
El fenómeno no es nuevo. Tras su virulencia en la depresión de los años 30 del siglo XX, resurge con la crisis económica de los años 70. En esos años se da, además, el aumento de la inmigración procedente de las excolonias (sobre todo en Francia).
Es, precisamente, el impacto económico negativo directo de la inmigración el principal tema con el que la derecha populista ha captado votos entre la clase trabajadora. El triunfo del Frente Nacional (FN) francés, que convirtió la "preferencia nacional por el empleo" en su lema, es paradigmático. El caso del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), fenómeno más reciente, muestra que ese rechazo es, también allí, antieuropeo al no distinguir entre inmigrantes de fuera o dentro de la Unión Europea. Cuando nació la unión monetaria, lo hizo sin las respectivas políticas fiscales y sociales comunes. Solo fijó estrictos límites a déficit y deuda públicos, configurando una suerte de federalismo fiscal restrictivo. El resultado: el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, imponiendo límites de gasto a los miembros sin europeizar y el Estado del Bienestar.
Con el rechazo a la inmigración se ha plantado la semilla de la xenofobia. En Holanda el fundador del Partido por la Libertad confiesa su islamofobia. Son todavía peores los casos del partido húngaro Jobbik -que añade su particular animadversión hacia los gitanos- y el antisemitismo del griego Amanecer Dorado, cuya cúpula fue encarcelada por asociación criminal.
Pese a su heterogeneidad, los populismos de extrema derecha, izquierda radical y movimientos inclasificables como Podemos muestran una suerte de características comunes. La mayor convergencia es, más que su euroescepticismo, una cada vez más patente eurofobia. Desde la derecha rechazan la integración europea con el fin de preservar la identidad nacional y mantener fuera a los inmigrantes. Los de izquierda proponen un regreso al Estado-Nación como alternativa a lo que perciben como neoliberalismo asignado por Bruselas y Berlín.
La novedad es que, además de atacar las instituciones de la UE, han desarrollado un discurso contra los demás miembros. En el sur dirigen su retórica contra la austeridad impuesta principalmente por lo que consideran el egoísmo alemán. Es el caso del Movimiento 5 Estrellas en Italia, que arremete contra Alemania, pide un referendum para decidir si sale del euro y alerta: "Estamos en guerra con el Banco Central Europeo". Igualmente la formación griega Syriza llama a poner fin a la "austeridad destructiva".
El mensaje de la corrupción
Desde Syriza, cuyo líder estuvo presente en el acto constituyente de Podemos, se afirma que "es la hora de derrotar los Gobiernos de corrupción en Grecia y España". La corrupción generalizada, motivo adicional de la estrecha relación entre Syriza y Podemos, es parte importante de su inesperado éxito.
Por su parte, en Alemania y Finlandia, partidos de nueva formación (Alternativa para Alemania, Verdaderos Finlandeses) se oponen a las ayudas a los países deudores de la eurozona. Acusan a los socios grecolatinos de explotarlos. La Alternativa alemana, sin estilo populista en sentido estricto, pretende que la principal economía europea abandone la unión monetaria. Según las encuestas, ya disponen de una intención de voto del 8 por ciento.
Los populismos se caracterizan por alentar una lucha de "los de abajo" contra "los de arriba", apareciendo como los únicos representantes genuinos del pueblo. No aspiran a representar a mayorías sociales. Se identifican con "la gente" frente a los poderes financieros, la UE o la globalización.
Creen poder solucionar las inequidades sociales sin preocuparse por el crecimiento y los recursos indispensables. Sus propuestas son inconcretas y genéricas. Sus programas, poco solventes. Suelen reducirse a unas pocas consignas que saben que cuentan con el favor del público. El objetivo, poner en crisis la democracia liberal. El populismo es una vuelta al peor pasado con su peligrosa tendencia a la demagogia inviable del líder carismático que busca el aplauso incondicional.
El nacionalismo en movimientos populistas traba el entendimiento
Pese a su éxito en las elecciones europeas, el Frente Nacional de Marine Le Pen, que se alzó como primera fuerza francesa con más de un cuarto de los votos, se quedó finalmente a las puertas de formar grupo. El UKIP sí había conseguido grupo propio. Sin embargo, la plataforma Europa de la Libertad y la Democracia Directa (EFDD) ha perdido este mes su condición de grupo parlamentario en la Eurocámara, después de producirse la salida de una eurodiputada letona. Su continuidad era vital para que el EFDD cumpliese el requisito de diversidad nacional que establece el reglamento del propio Parlamento Europeo: cada formación debe tener representantes de al menos siete países. La pérdida de grupo propio en Bruselas es un duro golpe que privará de una fuente importante de financiación a los nacionalistas británicos. El peligro populista, es cierto, se extiende cada vez más por el Viejo Continente. Se propaga por el creciente apoyo popular a los antisistema y por el "contagio" que estos provocan, a su vez, en los partidos moderados. Pero la mayoría de los escaños en el Parlamento comunitario siguen en manos de partidos que tienen y hacen gala de una clara vocación europeísta. La Unión Europea se creó para impedir que se reprodujeran viejos conflictos, eliminando los extremismos derivados del nacionalismo. Tan sólo desde Europa puede encauzarse ese proyecto, cuya mayor urgencia, casi por encima de cualquier otra cosa, son los 7,5 millones de jóvenes que se encuentran sin formación o sin posibilidades de encontrar un empleo.