
Todo vale y todo lo absorben los bancos centrales que, con sus políticas monetarias justifican lo humano, lo divino y lo contrario de ambos. Pero la realidad es que no tienen idea exacta de cuánto, cuándo, dónde, cómo y en qué devendrá o deparará la política monetaria que acometen; una política monetaria que, entre ellos, es igual y a la vez difiere y que mira a todo, cualquier cosa es su objetivo, menos lo que en realidad debiera ser e importar.
Los presidentes de los principales bancos centrales del mundo han vuelto a reunirse en Jackson Hole (Wyoming) sin que haya mediado, como exige la teoría al respecto, una señal, información u objetivo claros, nítidos, concretos y precisos de cuáles van a ser los próximos pasos y movimientos de cada uno en sus políticas monetarias. De sus palabras puede inferirse cualquier cosa y procuran no dar muchas pistas, aunque tampoco saben con exactitud las respuestas a los interrogantes planteados.
Pero si algo hemos aprendido en las últimas seis décadas y, otra vez, de la última gran crisis es que los mensajes, las actuaciones y las medidas de las autoridades monetarias han de ser claras, precisas, cortas, creíbles, fiables, ejecutables y verdaderas. Ni ocultar, ni engañar. Los problemas de inconsistencia temporal están a flor de piel y pueden aparecer, si no lo han hecho ya, en cualquier momento. Y, desde luego, tal respuesta de inconsistencia temporal explica una parte del escaso éxito de las medidas de política monetaria, todas en la misma dirección expansiva extrema, adoptadas bien por la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón o el Banco de Inglaterra, aunque cada uno con sus peculiaridades y diferencias. Un mismo remedio que sigue mostrándose inútil. Mi ignorancia no llega al punto de negar que los estímulos monetarios tienen efectos al alza sobre la actividad, la producción y el empleo. Nadie que sostenga que la inflación es un fenómeno monetario (¿cuantitativista? ¿monetarista?) lo niega; pero sí se sabe y advierte que se trata de efectos a corto plazo, pasajeros y fútiles; siempre distorsionadores de los planes, expectativas y decisiones de los agentes económicos (todos nosotros); que alteran y tergiversan las principales señales que disponemos para tomar decisiones sobre nuestras vidas y haciendas, los precios, y que finalmente, mediante la inflación, sólo terminan beneficiando, por diversas vías, al emisor de la moneda y recaudador de impuestos, el Estado.
Valor del dinero
De ahí que la principal y prácticamente única misión de los bancos emisores, que es que el valor del dinero no se altere (no que crezca o disminuya a un porcentaje determinado), quede en realidad olvidada o dejada al margen, salvo para las declaraciones oficiales, y que las preocupaciones sean otras. Así, el tema central que ha presidido la reunión de Jackson Hole ha sido el empleo y las dinámicas del mercado laboral en los diferentes países; como si de una reunión de ministros de Trabajo o de Economía, y no de banqueros centrales, se tratase. Y ni siquiera eso, pues tampoco los ministros del ramo tienen gran cosa que decir sobre el mercado laboral (relaciones entre empleadores y empleados) que no sea facilitar los marcos y medios adecuados para que dicha relación sea lo más eficiente, fluida y rápida posible (y menos costosa), lo que haría mejorar sin duda las cifras de desempleo.
A cambio, Yellen ha insistido en que prolongar la actual estrategia de política expansiva tiene riesgos, pero que no quiere dar pasos prematuros elevando tipos demasiado pronto. Que los indicadores (empleo) han mejorado más rápido de lo previsto y que podría anticipar dicha subida, pero que si vuelven a mostrar signos de lentitud o debilidad tardará más... En fin, titubeante e imprecisa. Y Draghi, en su papel de amagar con discursos rotundos y no dar, ha dicho que está dispuesto a hacer lo que sea menester, incluso adoptar medidas extraordinarias (¿cuáles? ¿Compras de activos?), pero que los países deben cumplir sus objetivos y continuar con las reformas; que si va a mantener la actual política expansiva por un tiempo (¿cuánto?); que si está dispuesto a hacer más pero que confía en que las medidas tomadas a primeros de junio sean suficientes... en definitiva, ¿qué va a hacer? Ambos saben que sus políticas tienen fecha de caducidad. Que deben terminarse y que los mercados esperan futuras subidas de tipos. Y que, como ha ocurrido en Japón, las inyecciones masivas de liquidez no han logrado impulsar la economía como los políticos deseaban. Que la situación en EEUU es algo mejor que en la UE (de ahí ciertas diferencias de tempo), básicamente porque los mercados son mucho más flexibles y expeditos que en Europa. Que su margen es cada vez menor y que, en definitiva, no tienen ni idea de cuánto, cuándo, cómo y casi diría en qué dirección (aunque será retrayendo las medidas expansivas) deben actuar con la moneda para que no nos estalle, otra vez, en los bolsillos a casi todos.
Fernando Méndez Ibisate, de la Universidad Complutense de Madrid