
Acabamos de celebrar unas elecciones al Parlamento Europeo que como mínimo expresan el amargor que actualmente cunde entre los ciudadanos de la Unión Europea frente a las instituciones comunitarias: abstención, partidos antieuropeos, populismo, apertura de alas ultras en ambas direcciones. Tendremos mucha más diversidad tanto por la derecha, como por la izquierda, pero también con partidos que llevan un programa totalmente euroescéptico y nos tocará convivir con idearios novedosos y nada ortodoxos, en algunos casos extremistas.
Los votantes de la mayor parte de países integrantes de la Unión miran a Europa con un escepticismo total. Podríamos decir que no están cómodos ni a gusto con las políticas económicas llevadas hasta el momento y en algunos casos, como en Francia o Reino Unido, parecen cargar de manera contundente con la vieja y necesaria idea de una Europa unida.
La respuesta dada por las autoridades europeas en esta crisis no ha sido diligente ni clara, ni en mi opinión correcta ni explicada a los ciudadanos. Todos recordaran, valga como ejemplo, el caso de la banca de Chipre donde las autoridades europeas eran más parecidas al camarote de los Hermanos Marx que a una institución oficial. Como comentaba recientemente en este diario, se ha buscado solucionar los problemas de los países acreedores, sin importar ni suavizar la situación que se generaba entre la población de los países rescatados o que han recibido ayuda financiera, como es nuestro caso; algo que ha agravado aún más los escenarios pesimistas que se hacían sobre los comicios.
Desde luego está claro que la troika no es la institución más valorada entre los europeos y entre aquellos que la han sufrido más bien se la aborrece. No hay nada como ver lo que ha ocurrido en los países que han tenido que soportar su escrutinio y recomendaciones, como ejemplo Grecia, el país que más los ha padecido. Aquí los resultados prácticamente se bipolarizan en extremismos: ultraizquierda, Syriza, y elección de dos candidatos del partido neonazi, Aurora Dorada. Gran parte de los países han tenido, tienen y tendrán que seguir llevando a cabo medidas de reformas, pero estas medidas pueden recibir también ayudas para frenar y suavizar sus consecuencias, algo que se ha echado en falta y que ha contribuido al aumento del desempleo.
La mayor parte de las propuestas de austeridad han venido desde Alemania, país al que se admira o critica indistintamente. Este martes también hemos podido ver que Alemania tiene sus propios problemas, que no es el Dorado que muchos tienen en su cabeza. Cierto que allí las cifras de desempleo son muy bajas, diríamos que no falta trabajo, pero el sueldo no alcanza para llevar una vida digna: uno de cada tres alemanes no puede hacer frente a gastos inesperados, uno de cada cinco no puede permitirse una semana de vacaciones o uno de cada tres niños está en el umbral de pobreza. Los datos son los de la Encuesta de Condiciones de Vida, un informe que nos da una imagen de las desigualdades que existen en cada país europeo.
Si la encuesta aludida anteriormente sirve, como así dicen, para instaurar políticas sociales, nuestras instituciones tendrían que actuar ya. ¿Alguien se acuerda de los eurobonos para suavizar los tipos y las primas que tanto estrangulan los presupuestos de los países?, ¿de acciones drásticas contra el desempleo y no solo el juvenil sino también el de parados de larga duración?, ¿de las famosas quitas a empresas, pymes y autónomos que abren grandes posibilidades?, ¿de obras civiles y grandes proyectos paneuropeos que tanto trabajo generan?, ¿de la lucha sin cuartel y conjunta contra paraísos fiscales?
Hay muchas medidas que se podrían llevar a cabo. Sin embargo tengo la sensación de que poco o nada va a pasar. De hecho los mercados bursátiles han recibido los resultados con alzas significativas y no parece que recelen de los resultados electorales.
Quizá la primera piedra de referencia la tengamos en el BCE, que la próxima semana tendrá su esperada reunión de junio y a la que Mario Draghi nos ha remitido una y otra vez después de desilusionarnos permanentemente. El Banco Central es una buena prueba de la situación europea. Durante mucho tiempo ha estado sin mover los tipos de interés, buscando señales cuando la inflación da muestras en Europa de desinflación, donde en países intervenidos o ayudados financieramente están entrando en una senda de desinflación. Pero es que además la actividad, a excepción de Alemania y con un enfermo preocupante como Francia, no acaba de acelerarse. En el verano de 2011 Draghi defendió el euro frente a los especuladores tan solo con sus palabra; ahora le toca defender con hechos frente a las personas que utilizamos la moneda común, pues el desencanto es considerable.
La mejor forma de que los europeos, especialmente los que integramos el euro, recobren la confianza en la idea europea es apoyando el crecimiento económico. Sin duda la mejor medida para rebajar las cifras de desempleo y comenzar a luchar decididamente contra la brecha de desigualdad que la crisis ha abierto. Pero me temo que al final nos quedaremos con bajadas de tipos y si acaso alguna nueva medida de inyección, nada nuevo ni que no haya sido reclamado hasta la saciedad. El BCE es una buena prueba de la causa del descontento, palabras, muchas palabras pero poca acción.
Miguel A. Bernal Alonso, profesor y coordinador del departamento de investigación del IEB.