
Tras registrar el IPC una caída del 0,1% en octubre en tasa de variación interanual, diversas voces se han lanzado a alertar a la población sobre los peligros de una deflación que se contempla como próxima o probable e incluso se ha llegado a hablar de la japonización de la economía española. Nada más lejos de la realidad, como lo demuestra el último dato del IPC de noviembre, con una subida interanual hasta el 0,2%.
Por fortuna, otros, como la Fundación de las Cajas de Ahorros, con Ángel Laborda al frente, o el Instituto Flores de Lemus, dirigido por el profesor Antoni Espasa, han dejado las cosas claras indicando que ese dato negativo de octubre no sólo se trata de una situación coyuntural, sino que no hay un proceso deflacionista. "La situación actual de tasas negativas no será persistente, ni generalizada", dice el Boletín del IFL. Y es que los análisis que muchas veces encontramos sobre inflación o deflación soslayan esos dos factores que las definen.
Lo idóneo es que no se produzcan ni inflaciones ni deflaciones. Es decir, lo que debería ser y lo mejor para la economía es que no se produjesen fluctuaciones en el valor del dinero o, lo que es lo mismo, alteraciones continuadas en el tiempo del nivel general de precios. Normalmente se sostiene, lo que es un error, que como la economía tiene una tendencia a largo plazo a crecer, debe mantenerse una cierta tasa, no muy elevada y que se dice óptima, de inflación que anime o acompañe ese crecimiento potencial. Y al mismo tiempo se abomina de la deflación como un fantasma, una amenaza o un mal que genera destrozos en la economía, como si la inflación no lo hiciese. El análisis sesgado o asimétrico en favor de la inflación es antiguo, fue revitalizado por la Teoría General de Keynes y quedó reforzado por un análisis erróneo y extendido de la crisis del 29 o la Gran Depresión.
Los precios son señales
Los precios per se, y mucho menos una parte de los mismos como son los de la cesta de consumo, no animan ni abaten el crecimiento porque en economía los precios son señales. Señales que indican cómo está el patio y que, aunque lógicamente afectan las decisiones de los agentes sobre demandas y ofertas, simplemente sirven como información muy potente para tomar decisiones. Y es ahí donde los procesos inflacionista o deflacionista tienen repercusiones serias o graves sobre la evolución de una economía: cuando se instalan o afectan a la formación de expectativas de los agentes en uno u otro sentido y durante el proceso en que ello tiene lugar.
Es cierto que una deflación afectaría a una economía muy endeudada como la nuestra pues, al contrario que la inflación, perjudica al deudor y beneficia al acreedor; sin embargo, tienen razón quienes sostienen que una cierta deflación moderada en nuestras actuales circunstancias, de existir, no sería mala, sobre todo cuando nuestros precios, nuestras tasas de inflación, han sido persistente y sistemáticamente superiores a las del conjunto de la zona euro desde el inicio de la moneda única. Es más, en un proceso en que la economía mundial ha experimentado enormes transformaciones tecnológicas; saltos notables en su globalización, comunicación y ampliación; y mejoras de productividad sustanciales desde 1995 o 1998, lo lógico es que los precios hubiesen bajado.
Bien analizado, en términos seculares, lo que se ha producido es una deflación continua: una bajada de costes y precios de todo tipo o clase que nos permiten tener, descubrir, incorporar y disfrutar de bienes y servicios que otrora eran imposibles o carísimos. Cualquier cosa, desde una alfombra hasta una hora de ocio, ha disminuido su precio. Luego lo normal, en términos de tendencia, es la deflación con el devenir del desarrollo y crecimiento económicos. Caídas generales de precios que, desde luego, se deben a crecimientos en las productividades de los factores, incluidos aquellos atribuibles a factores tales como organización, instituciones, globalización, información y comunicaciones, conocimientos y destreza, capital humano, normas y tradiciones...
Entonces, ¿qué ha convertido el proceso en inflacionario? Los manejos de las autoridades, cuyo interés es que mantengamos inflaciones para así reducir sus deudas y obtener ingresos extraordinarios. Por tanto, el argumento de que si caen los precios se reducen los ingresos de las empresas y, como los costes de producción no disminuyen igual, las compañías tienden a recortar inversión y empleo, afectando los ingresos de los demás y la demanda, introduciendo una espiral deflacionista, olvida que la deflación exige una caída de todos los precios, no de unos cuantos. Que lo así descrito es una variación de los precios relativos. Y que sólo si se estableciese una creencia generalizada de que los precios volverán a bajar de forma sostenida, posponiendo todas sus decisiones futuras de compras o inversión, estaríamos ante una espiral deflacionista que, créanme, de momento no existe ni parece concebible en el futuro, máxime cuando las autoridades han hecho todo lo posible para que en unos años se inicie otra nueva burbuja inflacionista. Además, de nuevo, el ahorro producido en tal supuesto irreal serviría para mitigar los cuantiosos endeudamientos que ostentamos.
Fernando Méndez Ibisate, Universidad Complutense de Madrid