España debe restablecer la unidad de mercado y reformar la administración.
Ha vuelto el crecimiento económico a la zona euro, aunque de forma tímida. Tras el prolongado retroceso de la actividad desde 2011 se ha iniciado en el segundo trimestre de este año una recuperación que continúa. Cara al futuro, los índices de confianza empresarial están en niveles expansivos en numerosos países. A ello contribuyen, por un lado, las expectativas de que el BCE mantendrá muy relajados los tipos de interés oficiales y muy abundante la liquidez para los bancos y, por otro lado, la disipación de temores sobre una ruptura de la zona euro tras la declaración de Draghi sobre la compra ilimitada de bonos estatales (si fuera necesario). La media de variación del PIB para 2013 aún será negativa (-0,4 por ciento), pero para 2014 el PIB común podría experimentar una mejora en torno al 1 por ciento (según el Informe de Coyuntura de los Institutos alemanes, del 17 de octubre).
Sólo dos países, ambos con programas de rescate, seguirían por la senda de la contracción: Grecia (-1 por ciento) y Chipre (-4,5 por ciento). Para España, nuestra estimación de crecimiento es del 0,4 por ciento (tras -1,3 por ciento en 2013), es decir, tres décimas menos que la tasa proyectada por el Gobierno para los Presupuestos Generales del Estado 2014; lo atribuimos sobre todo a la persistente debilidad de la demanda interna. Portugal (0,6 por ciento) y sobre todo Irlanda (1,8 por ciento) también aumentarán su PIB. Entre las tres grandes economías de la zona euro, la mayor tasa de crecimiento en 2014 probablemente corresponderá a Alemania (1,8 por ciento); en Francia e Italia el avance de la producción será lento (0,9 y 0,1 por ciento, respectivamente). A la economía gala le perjudica la tibieza con la que el Gobierno afronta el saneamiento de sus finanzas públicas y la corrección de numerosas deficiencias estructurales en la economía. La economía italiana está lastrada por un elevado grado de incertidumbre derivado de la inestabilidad política que padece el país y que no termina por zanjar.
Este escenario macroeconómico tiene dos lecturas. Una, que la zona euro sigue en la cola del grupo de los países desarrollados y de las grandes economías emergentes a pesar de que a éstas se les vaticina un menor dinamismo que el exhibido en años pasados debido a diversos problemas estructurales internos sin subsanar. El Fondo Monetario Internacional, en su Informe de Otoño, prevé un crecimiento del PIB del 2,2 por ciento para Estados Unidos y del 7,3 por ciento para China. La producción global podría crecer al 3,6 por ciento.
Con una recuperación tan moderada, la zona euro no verá el año próximo una disminución de los niveles de desempleo; se mantendrán comparativamente elevados, en torno al 12 por ciento de la población activa. Los cinco países con programas de rescate tendrán registros peores, los que más, Grecia (29 por ciento) y España (26 por ciento), el que menos, Irlanda (13 por ciento). La persistencia del paro laboral es muy grave porque, aparte de los daños materiales que sufren las personas afectadas, hipoteca los presupuestos del Estado y disminuye el potencial de crecimiento en el futuro por la minoración de la fuerza de trabajo. Se desperdicia mucho capital humano por el deterioro de la capacitación de las personas en paro de larga duración y la emigración de jóvenes con estudios universitarios en beneficio de los países receptores (Alemania entre ellos) que no han tenido que invertir recursos propios en la formación de este colectivo.
La segunda lectura es que las políticas de ajuste fiscal y de reformas estructurales pueden dar fruto. 'Austeridad o crecimiento' es un eslogan erróneo, reflejo de un razonamiento keynesiano vulgar. La idea de las ayudas exteriores que recibieron diversos países periféricos era comprar tiempo para que los Gobiernos subsanaran los problemas de fondo en sus respectivos países. Unos, como en Grecia, no lo han hecho con la contundencia requerida, otros, como los actuales en España, Portugal e Irlanda han sabido utilizar mejor el tiempo de respiro. Ahora se trata de aprovechar los vientos de la incipiente recuperación para proseguir con la consolidación fiscal y las reformas estructurales aún pendientes. Sería un grave error caer en la complacencia y entregarse a un fatiga reformista. Volverían las tensiones en los mercados financieros, con las consabidas primas de riesgo al alza. España y los demás países con programas de rescate se han comprometido ante la Comisión Europea a reconducir gradualmente el déficit público hacia la norma del 3 por ciento del PIB y de invertir la trayectoria alcista de la cuota de la deuda pública que en España se está acercando al 100 por cien. Ninguno de los Gobiernos en estos países debe descartar la necesidad de nuevos recortes en el gasto (preferentemente el no productivo) y de otras subidas de impuestos (los indirectos, IVA incluido). Cuanto más se reduzca el déficit, más bajará la prima de riesgo y con ello la rentabilidad de los bonos estatales, lo cual será un incentivo para los bancos para cambiar el modelo de negocio y reactivar el crédito a empresas y hogares. Además, es indispensable toda una batería de medidas estructurales radicales que eleven de forma duradera los niveles de productividad en la economía. En España el abanico va desde el restablecimiento de la unidad del mercado nacional hasta la reforma profunda de la Administración Pública, pasando por un mejora intensiva de la calidad de la educación escolar (como contempla la Lomce) y de la formación profesional de los jóvenes en todo tipo de oficios (sistema dual). En el sector financiero hay que asegurarse el aprobado del BCE, que en los próximos meses analizará los balances de las grandes entidades para poner en marcha la supervisión europea del sector el próximo año.
En países solventes también hay que aplicar políticas de calidad. Alemania tiene un dilema. La posible formación de un Gobierno de gran coalición entre cristianodemócratas y socialdemócratas bajo la canciller Merkel crea el interrogante del coste a asumir por la economía: sobre la mesa de negociación que acaba de empezar están fórmulas tan cuestionables como subir impuestos directos, aumentar las pensiones de viudedad, hacer nuevas prestaciones sociales para familias con niños, alargar el proceso de reducción de la deuda pública, fijar por ley un salario mínimo interprofesional a un nivel crítico (8,50 euros/hora), regular más el mercado de trabajo, fomentar a toda costa las energías renovables, y un largo etcétera. A la zona euro no le conviene que nuestros políticos, por razones ideológicas, sometan a la economía alemana a un test de estrés.