Empresas y finanzas

India: el suicidio crece en el campo

Mujeres indias compran pulseras para el festival de Karva Chauth, en Amritsar, estado indio de Punjab. Foto: Efe/Raminder Pal Singh.
En los últimos años 10.000 agricultores acabaron con su vida al no poder hacer frente a las deudas

Recuerda perfectamente su primer encuentro con el hombre que le prometió que iba a ser millonario. Era uno de los terratenientes más respetados de la aldea y en el umbral de su choza de barro le aseguró: "Son semillas milagrosas. Después de la cosecha, podrás comprarte un tractor nuevo, saris de seda para tu mujer y vestidos para tus niños".

Bhagwan Singh, de 42 años, cultivador de algodón de la aldea india de Gobindpura Jawaharwala, en el Estado de Punjab, se lo creyó. Quedó convencido de que las semillas genéticamente modificadas, con el fascinante nombre de Bt cotton, le iban a cambiar la vida, garantizándole una cosecha tres veces superior a la de las semillas ordinarias (con las que conseguía unos 250 kilos de algodón por acre), mayores ingresos y la posibilidad de ampliar su pequeña propiedad.

Dado que estas semillas cuestan el doble que las tradicionales, Singh pidió un préstamo de 40.000 rupias (649 euros). Un préstamo que se apresura a concederle el mismo propietario que le había convencido de las virtudes de las semillas transgénicas y que también es un conocido prestamista de la región.

Falta de información

Desde ese momento, comienzan los problemas para Singh. El hombre que le vendió las semillas transgénicas, agente de una pequeña empresa local que comercializa los productos de la multinacional Monsanto, no le explica que dichas semillas exigen más fertilizantes, más pesticidas y más riego que las tradicionales.

Ni siquiera le dijo que los gastos de producción se le iban a duplicar. La primera cosecha de Singh fue un fracaso: 50 kilos de algodón por acre, una quinta parte de la cosecha anterior. En su caso, las semillas Bt cotton no hacen milagros. Entre otras cosas, porque Singh no tenía dinero para los caros abonos químicos que requerían.

Pero la peor sorpresa estaba por llegar. Antes, como era tradicional, sacaba de la cosecha las semillas para la próxima siembra. En cambio, no sabía que las semillas genéticamente modificadas están preparadas para ser utilizadas una sola vez. Y al no poder utilizar siquiera las viejas semillas orgánicas, de las que el agente le había aconsejado deshacerse, sólo le quedaba la opción de volver a comprar otras semillas transgénicas. Y eso suponía endeudarse todavía más.

Cosechas pobres

Las sucesivas cosechas también fueron muy pobres. Insectos y lluvias contribuyeron a ello. Y Singh se ve obligado a vender su pequeña propiedad metro cuadrado a metro cuadrado, hasta que sólo le queda un acre de tierra.

"No conseguía mantener a mi familia y me veía ahogado por la deuda de 100.000 rupias (1.736 euros). Por eso, pensé quitarme de en medio", cuenta. Y adoptando un método ya llevado a cabo por otros muchos campesinos, Singh ingirió, el 4 de julio, una consabida dosis de pesticida.

Pero, a diferencia de otros muchos campesinos, Singh no murió. Cuatro meses después, está convencido de que los dioses, al salvarle la vida, se mostraron crueles con él.

Un trozo de terreno... y deudas

Todo lo que le queda es un trocito de terreno y las deudas. Con las 3.000 rupias (52 euros) que gana al mes, tiene que pagar al señor de las semillas 35.000 rupias (670 euros) y unos intereses mensuales del 5 por ciento. Y eso sin contar las medicinas para su mujer enferma y el arroz para sus tres hijos hambrientos.

¿Qué puede hacer Singh? Sólo le quedan dos alternativas: trabajar para al patrón al que le debe el dinero por una paga infrahumana o marcharse a la capital, Delhi, para pudrirse en medio de las chabolas de las afueras.

"Porque no me siento con fuerzas para la otra salida, como vender uno de mis riñones u otra parte del cuerpo, para recoger 50.000 rupias (860 euros), como hicieron mis vecinos".

A Sangrur, el distrito al que pertenece la pequeña aldea de Bhagwan Singh, se le denomina la capital de los suicidas: 210 suicidios en los últimos tres años, 1.046 en los últimos diez, de una población rural de 1.415.000 habitantes.

Viudas de blanco

Para calibrar el número de personas que se han visto envueltas en este fenómeno suicida basta con participar en una asamblea pública como la que se celebró en la aldea de Gurdwara Haaji Rattan, donde el pasado día 7 de septiembre se reunieron cientos de madres y de viudas de campesinos suicidas envueltas en sus blancos saris.

La masa de viudas vestidas de blanco, el color del luto en India, representa sólo un fragmento de este universo que discurre en paralelo a la India del fulgurante milagro económico. Desde 1997, los suicidios por deudas, pobreza y carestía en todo el país superan los 10.000, según las prudentes estimaciones gubernamentales. Y al menos cuatro veces más, según los institutos de investigación independientes.

Además, estas mujeres del Punjab que maldicen a las semillas milagrosas son emblemáticas, porque, precisamente su Estado, el Punjab, la fértil tierra de los cinco ríos, fue, en los años 70, el laboratorio de la Green Revolution, el aumento de la producción agrícola que fue posible gracias a los nuevos descubrimientos en el campo genético.

Una crisis "arrastrada"

La crisis se viene arrastrando desde hace años. Tres lustros de reformas económicas han abierto las puertas al mercado global y a las biotecnologías. Pero, al mismo tiempo, no se introdujeron préstamos bancarios adecuados o seguros contra las tormentas, los insectos o los parásitos de los cultivos. Ni nuevas infraestructuras de regadío ni precios de venta más altos.

Además, faltan medidas que puedan hacer frente al dumping americano. Cada año, Washington concede alrededor de 18.000 millones de dólares para apoyar a sus agricultores, haciendo así bajar el precio del algodón hindú en el mercado global.

La receta del primer ministro hindú, Manmohan Singh, para colmar el desfase entre los costes de producción crecientes y los precios que siguen bajando consiste en aumentar el acceso al crédito rural, facilitando así la adquisición de semillas transgénicas, bajar los intereses de los préstamos bancarios, combatir la usura y adoptar medidas de emergencia para las regiones con mayores niveles de crisis.

Pero para las organizaciones internacionales y ecologistas, esta fórmula no funciona porque lo único que consigue es engrasar el engranaje de la deuda. "La única salida es detener este mecanismo y para ello hay que bajar los costes de producción con subsidios estatales, y empezar a relanzar la agricultura ecológica.

Porque las semillas orgánicas de siempre no hace milagros, pero por lo menos no matan", aseguran.

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