
Somos aún muchos los que recordamos al Banco Popular como uno de las entidades que a nivel mundial tenía una de las rentabilidades más altas del sector. Para otros el banco, hoy, es una fuente incansable de titulares de periódicos económicos y generalistas, alimentado por el desplome en bolsa de la cotización del valor; la sustitución obligada por el consejo de su presidente Ángel Ron; la sucesión de informes de analistas sobre la mala situación del banco; multitud de quinielas sobre absorciones o fusiones e incluso intervenciones.
Parecería que todo lo que era luz y esplendor se haya transformado en oscuridad y podredumbre. Muchos serán los que se harán la pregunta sobre lo que ha ocurrido en el Popular para llegar hasta el actual desenlance.
Para tener una visión del camino recorrido es necesario tirar de historia y hemeroteca. Popular era un banco español centrado en un público muy selecto y con un negocio, el de autónomos y pymes, muy rentable. Este segmento de banca de empresa y su especialización en el mismo le generaba a la entidad unos ratios de rentabilidad sobre recursos propios, tal y como decía anteriormente, impresionantes. Su negocio era anhelado por muchos, especialmente por entidades mucha más grandes en tamaño.
En un momento como fue el boom del ladrillo, Popular se vio en la tesitura de o bien ser comprado, o bien mantener su independencia. Mantenerse como marca independiente pasaba por aumentar tamaño, aún a costa de sacrificar rentabilidad.
Popular, al igual que muchas cajas de ahorro, encontró en el sector inmobiliario el impulso para su crecimiento. De ahí que, para ganar tamaño y mantener su independencia, comenzara a financiar la actividad inmobiliaria. Eran días, todo hay que decirlo, en los que quien no estaba en ese negocio era prácticamente un suicida e iba a contracorriente. En mi opinión, si el banco no hubiera participado habría sido opado por alguna entidad más grande.
Pero Popular, al igual que muchas cajas de ahorro, no fue capaz de frenar a tiempo. Otros sí lo hicieron. Algunas entidades echaron el freno dos o tres años antes del fatídico 2007. Ahí estuvo la clave de todo. No acertó en el momento de salir de la locura inmobiliaria y eso le pasó factura. Como casi siempre en las tendencias, más en la formación de una burbuja, la clave sigue siendo el momento de retirarse.
A partir de 2007 todo empezó a complicarse. El año 2009 ya mostraba que, en España, el mercado crediticio iba a sufrir una delicada situación, aunque en esos días a pocos nos hacían caso. La situación comenzó a deteriorarse rápidamente. En 2012, ya era crítica: España tuvo que solicitar el rescate, un rescate bancario blando, pero rescate al fin y al cabo.
Tirios y troyanos de bancos y cajas procedieron a fuertes reestructuraciones, fusiones, limpieza de balances, creación de bancos malos, ajustes de gastos, disminución de estructuras, fuertes ampliaciones de capital. Pero Popular tan solo llevó a cabo la absorción de Banco Pastor y ampliaciones de capital. Desde luego parecía muy poco para la situación tan grave que afrontábamos.
Cierto que Popular tenía su músculo de banca de empresa, como decía, pero no parecía suficiente. Para algunos resultaba una temeridad no segregar la ingente cantidad de construcción terminada, sin terminar y suelo que llegaba al banco por la elevada morosidad.
La inmovilidad, o la falta de un fuerte dinamismo para tomar medidas ante la situación reinante, llevó a más ampliaciones de capital, a intentos y anuncios de medidas para eliminar la enorme carga que Popular iba cogiendo por préstamos fallidos al sector inmobiliario, pero sin que nunca se llegará a materializar.
La respuesta por parte de la entidad, como ya he comentado, era la de una nueva ampliación de capital. Pero en esas ampliaciones se incorporaban como accionistas entidades y personas nuevas, no tradicionales. No eran los accionistas de toda la vida. Se puede decir que las necesidades de capital, debido al inmovilismo previo, abrían la puerta a otro tipo de accionistas y, a la larga, ahí se libraría la batalla, dentro del mismo consejo del banco.
Ya metidos en este año, 2016, la desconfianza en Banco Popular era enorme. Se intentó hacer frente a rumores de fusión, adquisición o intervención a través de una nueva ampliación de capital y declaraciones de mantener la independencia. Fueron 2.500 millones nuevos de euros para intentar reflotar la cotización, pero sobre todo para atraer la confianza.
Sin embargo, el descrédito era tal que, a pesar de la ampliación, no se frenó el movimiento y menos el descrédito. Caídas sin precedentes de la cotización del banco, fuertes apuestas en bolsa al desplome del valor, rumores cada vez más fuertes sobre la inminente intervención. Hasta este ultimo capítulo, la destitución del presidente.
Ayer, el presidente salía de la entidad. El banco tiene que hacer frente a una limpieza del balance, una reestructuración y, posiblemente, una nueva ampliación de capital. El tiempo dirá si todas estas tareas conducen a mantener su independencia o no. La clave para el nuevo presidente es ganarse la confianza. Si en un plazo breve no se observan movimientos, reestructuraciones, puede que volvamos a hablar de una situación crítica. Popular deja un reguero de accionistas con una caída del valor de sus acciones que parece difícil que pueda recuperarse.
Miguel Ángel Bernal Alonso, Miembro del Consejo Editorial de elEconomista