
Que el capitalismo ha sido el sistema económico que mejor ha funcionado hasta el momento es evidente. Sin embargo, parece que si no se corrigen determinados fallos de mercado de forma tajante, este sistema puede generar cada vez mayor desigualdad y debilidad económica. En EEUU los beneficios empresariales se encuentran en máximos históricos, mientras que las compensaciones totales que reciben los empleados muestran una tendencia decreciente (como porcentaje del PIB) desde 1970, un movimiento que se ha incrementado a partir del año 2000. Las fusiones y las compras entre empresas están formando oligopolios en determinados sectores, permitiendo a las firmas aumentar sus beneficios hasta cotas insospechadas.
Desde la prestigiosa revista The Economist hasta el premio Nobel de Economía Paul Krugman han alertado de esta situación que otorga a ciertas empresas un poder de mercado que tan sólo beneficia a sus resultados y los que disfrutan de ellos (los accionistas). Como explican en el semanario británico, estos beneficios anormalmente altos pueden empeorar la desigualdad en la distribución de la renta y de la riqueza.
Cuando una empresa controla un mercado puede tener una influencia decisiva sobre los precios y los salarios. Según destaca The Economist, el gasto en lobby se ha disparado un tercio en la última década, hasta los 3.000 millones de dólares. La laxitud de los organismos de competencia está permitiendo que se formen gigantes empresariales que taponan el crecimiento de las medianas y pequeñas empresas, así que "modernizar los sistemas de lucha 'antimonopolio' serían de gran ayuda", sentencia el semanario.
Por otro lado, el economista Paul Krugman explica en su blog en The New York Times que "el creciente poder de los monopolios es un gran problema para la economía de EEUU, y no sólo porque se incrementen los beneficios a expensas de los salarios, sino porque la escasez de competencia reduce los incentivos para invertir y ahonda en la persistencia de la debilidad económica".
Como señala este economista estadounidense, se puede pensar que mayores beneficios también pueden derivar en mayor inversión en tecnología, maquinaria o capital humano, pero lo que está ocurriendo es que estos beneficios se usan para recomprar acciones, adquirir otras empresas o remunerar al accionista con mayores dividendos.
Como muestra Krugman en su artículo, empresas como Verizon casi pueden establecer el precio que quieran a sus clientes y los salarios que prefieran a sus empleados, ya que tienen una posición de dominio en el mercado. Casi ninguna firma puede ofrecer lo mismo que este gigante de las telecomunicaciones, lo que le permite exprimir tanto a clientes como empleados.
"¿Por qué Verizon no quiere invertir? Probablemente porque no lo necesita. Muchos consumidores no tienen otra empresa a la que acudir, de modo que la teleco puede tratar su negocio de banda ancha como la gallina de los huevos de oro. Verizon no necesita gastar más para ofrecer un servicio mejor". Y eso es porque no tiene competencia, según deja entrever el Nobel de Economía.
Esta situación desemboca en menor inversión en I+D, salarios que no crecen, precios que pueden subir hasta el infinito y unos beneficios empresariales que no terminan de tocar techo. En este contexto la desigualdad tiende a crecer y la debilidad económica se cronifica por el bajo nivel de inversión en I+D, lo que a la postre repercute sobre la productividad. Sin competencia, el capitalismo no es el paraíso.