
A Elizabeth Holmes se le había llegado a comparar con Steve Jobs no sólo por su afición a los jerseys negros de cuello vuelto, sino por su carácter decidido y su lenguaje casi visionario. No en vano, al fundar Theranos, Holmes le proponía al mundo soñar despierto: un aparato de ciencia ficción con el que cualquiera podría analizar su sangre usando sólo unas gotas, y detectar de forma rápida hasta 240 enfermedades.
El problema es que Theranos parece incumpliendo muchas de esas promesas.
Un antiguo empleado de alto nivel denunció al regulador de EEUU que la empresa no ha hecho públicos los resultados de estudios en los que se demuestre que la máquina es capaz de detectar todas las enfermedades de las que presume (apenas sería capaz de detectar 15) y, lo que es más importante, no ha demostrado la precisión de las pruebas.
La startup se defiende diciendo que cumple con todas las normas en vigor, y asegura que su máquina es capaz de detectar mucho más que 15 dolencias. Pero no detalla el número exacto y además oculta una vergonzosa realidad: la mayor parte de los tests que está ejecutando se hacen con maquinaria de su competidora, tal como informa The Wall Street Journal.
En esas condiciones, parece que a Theranos se le agote el tiempo si quiere defender su marca entre los inversores y mantener su valoración actual en torno a los 9.000 millones de dólares.