Uno de los peones de la estiba se dedica a tocar el silbato cuando el camión alcanza las grúas. Otro cobra 70.000 euros por apuntar la carga. Las nuevas tecnologías convierten en obsoletos puestos de trabajo tan elementales, que solo son concebibles en un régimen laboral privilegiado.
Reducir las plantillas sobredimensionadas en los puertos se ha convertido en prioritario y en punto de conflicto con los sindicatos, que se niegan a abandonar un protocolo de trabajo irracional y anacrónico. Por desgracia, la rigidez de los estibadores no sale gratis, ya que implica sobrecostes de 280 millones y multas europeas. Urge acabar con las prebendas. Y no solo porque lo mande la UE, sino porque socava la competitividad de los puertos.