
No se repitió la decepción de diciembre. El presidente del BCE, Mario Draghi, no sólo estuvo a la altura de las expectativas que creó en enero, sino que las rebasó con valentía en cada uno de los tres frentes de política monetaria en los que se esperaban actuaciones.
En primer lugar, en el ámbito de los tipos de interés, se materializó el esperado agravamiento de la penalización a los bancos que depositen recursos en el BCE, al rebajar la tasa de depósito del 0,3% al 0,4% negativo. A ello se añadió una imprevista reducción de los tasas oficiales al 0%.
En el frente de la liquidez, el BCE resucitó el programa de financiación bancaria sujeta a la concesión de crédito, el TLTRO. Y lo hizo con sorpresa: el manguerazo se sujetará no sólo al tipo de interés oficial, sino también al de depósito, que está en negativo, lo que implica que el BCE puede llegar a pagar a los bancos que reciban esta liquidez.
Pero el paso más ambicioso correspondió al programa de compras masivas de activos, QE, que acaba de cumplir un año. Draghi eleva las adquisiciones a 80.000 millones mensuales al tiempo que las extiende a los bonos emitidos por empresas, imitando el paso que la Fed dio hace 7 años en plena Gran Recesión.
La eurozona no se contrae, pero debe vigilarse la situación de esta área que, según el propio BCE, será incapaz de crecer al 2% aún en 2018 y en la que el IPC apenas avanzará una décima este año. Son comprensibles, por tanto, las reacciones de las bolsas europeas, con un cierre casi plano del Ibex 35 tras atemperar una subida del 4%. El BCE actúa como debe ante una situación incierta, apurando su munición, pero al mismo tiempo delata que, posiblemente, serán necesarias todavía más acciones.