
España hizo historia entre abril y junio, cuando su PIB mostró un crecimiento del 1% intertrimestral, propio de la época del llamado milagro económico español. Sostener unas tasas tan elevadas resulta difícil y no debe extrañar que, como señala el Banco de España, el consumo privado levante el pie del acelerador y, como resultado, el avance del PIB se enfríe ligeramente, hasta el 0,8%, una tasa que aún permitirá cerrar 2015 con un incremento interanual de 3,1 puntos.
Pero, pese a lo abultado de esas cifras y a las características singulares del ciclo económico en España, el regulador no pierde de vista hechos como que la confianza de los consumidores interrumpió su ascenso el pasado verano, ante unas perspectivas "de crecimiento mundial cuya incertidumbre subió".
El FMI lo certificará la semana que viene cuando, como ya adelantó su directora, Christine Lagarde, el pronóstico sobre el PIB global quedará por debajo del 3,3% que la institución preveía antes del verano. Tanto el FMI como el Banco de España revelan así que la crisis derivada del enfriamiento de China entra en una nueva fase. Hasta ahora, su impacto se concentró en el valor de las materias primas, derrumbando sus precios, y en las bolsas, con efectos como la caída del 11,2% acumulada por el Ibex en el pasado trimestre.
Ahora, sin dejar de acorralar a los mercados, las turbulencias se trasladan a la economía real, con efectos aún difíciles de predecir. No obstante, todavía resulta prematuro hablar de recesión. Todos los síntomas apuntan a una desaceleración global que, dependiendo de la acción de factores mitigadores, como el bajo precio del crudo, se trasladará con mayor o menor fuerza a los países desarrollados.