
Theresa May pretende hacer del defecto, virtud, y aprovechar el terremoto provocado por su apuesta por un Brexit blando para asegurarse, al fin, el respaldo de Gobierno y Parlamento, y lograr empatía suficiente en Bruselas para sacar adelante el plan inicialmente acordado con su gabinete el viernes en la residencia oficial de Chequers.
Aunque el goteo de dimisiones continúa, eso sí, en niveles orgánicos intermedios, la primera ministra británica cuenta ahora con un Ejecutivo más leal que el de hace una semana, cuando debía medir las concesiones a la UE para evitar envalentonar a pesos pesados como el ministro del Brexit, o el de Exteriores.
La marcha voluntaria de ambos ha supuesto un golpe innegable para la premier, pero desencadenada la tormenta, hay espacio para los claros: con el actual equipo, tiene relativamente asegurado el consenso gubernamental, un factor con el que no contaba cuando David Davies y Boris Johnson asistían al Consejo de Ministros. Así, el reto más inmediato aparece en Westminster y, a continuación, en Bruselas.
A la espera del Libro Blanco que se publicará mañana con todos los detalles del plan de salida, está claro que la balanza se ha decantado de parte de quienes demandaban una ruptura blanda. Este desenlace acarrea, inevitablemente, una complicada confrontación en el polarizado Parlamento británico, pero May contaba con ella: decidiese lo que decidiese, la facción perdedora plantaría cara.
Los eurófobos presentes en la Cámara de los Comunes han demostrado su capacidad de hacer ruido, pero la aritmética parlamentaria no está a su favor. La mayoría de diputados tories habían votado a favor de la permanencia en el referéndum de junio de 2016, por lo que la corriente dominante entre las bancadas conservadoras avala mantener lazos estrechos con la UE.
Como consecuencia, el resorte que le queda al frente contra Bruselas es forzar la rendición de la propuesta de Chequers. Sabedores de que un asalto directo al liderazgo refrendaría a May en el Número 10, su opción más viable es complicar tanto la gobernación para que la mandataria no tenga más remedio que claudicar. La estrategia pasaría por sabotear votaciones clave, bloqueando cualquier acción de gobierno y, en última instancia, evidenciar el potencial de tumbarla.
Este panorama es el que preocupa en la UE, dada la falta de tiempo para llegar a concreciones. De ahí que Downing Street espere una mejorada disposición por su parte para garantizar a May concesiones suficientes para vender el acuerdo en casa. El propio Michel Barnier elevó ayer las expectativas al asegurar que el 80% del acuerdo está ya cerrado.