
"No sé si seríamos capaces de aprobar una resolución para celebrar el Día de la Madre". Así describía el congresista republicano Matt Gaetz el estado de división interna de su grupo que hundió los planes para aprobar una reforma sanitaria el pasado viernes. El fracaso de la Ley de Sanidad Estadounidense (LSE), presentada por los líderes parlamentarios republicanos y defendida en público y en privado por Donald Trump, siembra graves dudas sobre la capacidad del presidente de sacar adelante ninguno de sus grandes proyectos legislativos.
En concreto, hay tres motivos por los que este debate era clave, y que han dejado al descubierto los grandes problemas a los que se enfrenta Trump: primero, esta ley era necesaria para sacar adelante la reforma fiscal, la mayor obsesión del presidente y el principal motivo por el que Wall Street se ha disparado en los últimos meses. Segundo, la falta de unidad interna deja a Trump a merced de los extremos de su partido, mientras que los demócratas no tienen ningún incentivo para apoyarle. Y tercero, la agenda no va a dar un segundo de descanso al Gobierno: derogar el Obamacare debía ser lo más fácil de la lista.
Una reforma fiscal "light"
El principal motivo por el que el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, había insistido en aprobar la reforma sanitaria primero era para aumentar los efectos de la reforma fiscal. Ryan pretende aprobar el cambio en el mecanismo de recaudación con mayoría simple en el Senado, pero las leyes aprobadas con ese mecanismo no pueden aumentar el gasto público o, de lo contrario, caducarán a los 10 años. La ley sanitaria, precisamente, debía haber facilitado ese equilibrio.
El fracasado proyecto de la LSE habría supuesto un recorte del gasto por valor de 1,15 billones de dólares, junto a una bajada de impuestos para el 10% más rico del país por valor de 999.000 millones de dólares, según los cálculos de la Oficina de Presupuestos del Congreso. Esa cantidad era un tercio de los 3 billones que pretendía ahorrar el nuevo sistema impositivo. La diferencia entre ambas cantidades, de 150.000 millones anuales, serviría como margen de error o para compensar otras bajadas de impuestos. "La reforma fiscal será ahora más difícil", reconoció Ryan en la rueda de prensa tras retirar la LSE.
Trump contra los republicanos
El segundo obstáculo es que el fracaso de Trump a la hora de mantener la disciplina de voto en su partido ha dejado al descubierto la fuerte división interna en el Partido Republicano. En realidad, su grupo parlamentario son tres: el principal, el Comité de Estudio Republicano, con la gran mayoría de congresistas; el "Caucus de la Libertad" (CdL), un grupo ultraconservador al que pertenecen unos 30 diputados; y el "Grupo de los Martes" (GdM), el ala más moderada, al que pertenecen unos 50 parlamentarios del partido.
La LSE fracasó porque fue rechazada por unos 40 congresistas rebeldes, provenientes casi en la misma proporción de ambos extremos. De hecho, entre los "noes" más relevantes estaban los líderes de los dos grupos minoritarios: Mark Meadows del CdL y Charlie Dent del GdM. Como reacción, Trump atacó en Twitter a a ambos. Pero el presidente necesita de sus votos para aprobar cualquier cosa: si uno de los dos subgrupos parlamentarios se rebela, cualquier ley estará condenada al fracaso.
El problema es que ambos tienen intereses muy diferentes y completamente contrapuestos. Mientras que los miembros del CdL suelen venir de circunscripciones muy conservadoras, los del GdM vienen de zonas disputadas en las que, en muchos casos, Hillary Clinton ganó en las presidenciales. Los primeros quieren demostrar a sus votantes que defienden la pureza ideológica conservadora y rechazan cualquier tipo de compromiso, mientras que los segundos quieren políticas más centristas, que no asusten a los votantes demócratas de los que dependen sus escaños. Contentar a ambos a la vez es muy difícil: cuando Trump y Ryan intentaron añadir cláusulas conservadoras a la LSE, los moderados pasaron de apoyarla a rechazarla.
Este proyecto de ley no ha sido el único que ha fracasado en los últimos años por culpa de las divisiones internas entre republicanos. Pero aquellos proyectos eran "de fogueo": todos sabían que Barack Obama iba a vetarlos, por lo que no dejaban de ser simbólicos. Ahora, con un republicano en el poder, se esperaba que ambos grupos aceptaran cesiones con tal de sacar adelante su agenda. No lo han hecho, y el propio Trump ha fracasado a la hora de negociar con sus líderes. No hay nada que garantice que el bloqueo no se repita en cuanto surga el menor desacuerdo en cualquier ley futura.
Si esto era lo fácil...
La derogación de la Ley de Sanidad Asequible de Obama había sido un caballo de batalla para los republicanos desde 2009. Los conservadores se presentaron a cuatro elecciones (2010, 2012, 2014, 2016) prometiendo eliminar la ley como una de sus prioridades absolutas. Trump había prometido hacerlo "el primer día" en numerosos mítines, y estaba en su programa para los 100 primeros días. El mecanismo utilizado permitía aprobar el proyecto en apenas un mes, con mayorías simples en ambas cámaras. Si este proyecto ha fracasado, ¿qué pasará con los puntos en los que no hay consenso?
Sin ir más lejos, la reforma fiscal se enfrenta a una gran división en torno al "Impuesto de Ajuste Fronterizo", el mecanismo que Ryan espera que compense la caída de ingresos por la bajada de los impuestos de sociedades y de la renta. La reforma fiscal, además, deberá ir atada al próximo presupuesto, presentado por Trump hace unas semanas y que fue calificado de "chiste" por los líderes parlamentarios republicanos. Y los motivos son también contrapuestos: algunos piden más gasto social, otros piden más recortes... y el aumento en Defensa requiere de una mayoría de 60 votos en el Senado, cuando los republicanos solo tienen 52.
Por otro lado, el plan de inversión en infraestructuras tan defendido por el magnate en su campaña tiene más defensores entre los demócratas que entre su partido, y los demócratas no cooperarán con él salvo que Trump acepte todas sus condiciones. Y mientras tanto, desde el pasado 15 de marzo, el Tesoro no puede emitir más deuda pública. Si no se aprueba una ley que le autorice antes de agosto, el país podría enfrentarse a la suspensión de pagos. Por desgracia, aprobar todas estas leyes será más difícil que dar el visto bueno a una resolución para celebrar el Día de la Madre. Si la disfunción interna republicana no se arregla pronto, Estados Unidos puede ir hacia la parálisis más absoluta.