
El debate sobre la oportunidad de implantar una renta básica universal como método no sólo de reducir la desigualdad, sino también de garantizar un crecimiento económico sólido, tiene incontables defensores y detractores en todo el mundo, pero apenas ejemplos prácticos de su puesta en uso.
Investigadores estadounidenses recuerdan sin embargo que basta con mirar al círculo polar ártico, sin salir de las fronteras de la Unión, para encontrar el mayor experimento realizado jamás con algo parecido a un sueldo público a cambio de nada: Alaska.
Este remoto Estado instituyó en 1976 un fondo de inversión destinado a que las compañías petrolíferas dejasen en su territorio parte de los beneficios obtenidos por la extracción del mineral líquido, como manera de compensar a sus habitantes en dos conceptos: por llevarse para siempre un recurso no renovable, y por hacerse con un material que era propiedad, pro indiviso, de los alaskeños.
Objetivo: una renta perpetua
El argumento para instituir el fondo estaba lejos de pensar en la renta básica, aunque su propósito era crear un mecanismo de justicia con ánimo de perdurar en el tiempo, transformando los ingresos extraordinarios del boom petrolífero en una renta perpetua.
Tras registrar una inversión inicial de 735.000 dólares un año después de su creación, el Fondo Permanente de Alaska es ya un gigante cuyos activos se valoraban este verano en cerca 54.000 millones.
Y no deja de engordar: cada año, al menos el 25% de los ingresos que recibe Alaska en casi cualquier concepto por parte de las compañías petrolíferas se debe destinar, por Ley, al Fondo.
Pero el dinero no se queda quieto, y sus gestores se dedican a invertir miles de millones de dólares en todo tipo de proyectos a nivel mundial, con el objetivo de obtener rentabilidad 100% pública.
Pago anual
El mecanismo funciona así: cada ejercicio, el fondo hace recuento de los ingresos que obtiene con sus inversiones. Tras compensar la inflación y pagar sus facturas, transfiere sus beneficios al Estado.
El Legislativo -que en años especialmente boyantes decide reinvertir parte de las ganancias y devolverlas al fondo- divide la renta entre el número de habitantes conforme a una fórmula prestablecida... y la reparte.
No importa el número de hijos. Da lo mismo si el ciudadano tiene un sueldo abultado o está en paro. Es indiferente si se nació en Alaska o se es casi un recién llegado. Con sólo demostrar la residencia ininterrumpida durante un año, el alaskeño tiene derecho a cobrar su parte alícuota en el dividendo anual, y ni siquiera tiene que hacer nada para ello: basta con que se siente a esperar a que el Estado ingrese el dinero en su cuenta corriente.
En 2014 el fondo aportó a Alaska ingresos por valor de 6.800 millones de dólares, que permitieron repartir un cheque de 1.884 dólares a cada residente. Claro que la cantidad varía en función del año, en función no sólo del rendimiento del fondo, sino también de los ingresos petrolíferos.
En la última década el cheque más pequeño fue el de 2005 (846 dólares), y el más abultado se pagó paradójicamente en 2008. Entonces gobernaba el Estado la ultraliberal Sarah Pallin, que se encargó de añadir a los 2.069 dólares que correspondían conforme a la fórmula matemática oportuna a cada alaskeño, una inédita paga 'extra' de 1.200 dólares.
Un experimento que funciona
Este peculiar fondo no sólo es motivo de alegría para cada uno de los residentes del estado, sino que también se utiliza como ejemplo por algunos de los académicos partidarios de la renta básica universal, aunque todavía sin demasiado éxito.
El premio Nobel de economía Vernon Smith definió en su día el programa de Alaska como "un modelo que los gobiernos de todo el mundo harían bien en imitar", y estudios más recientes demuestran que ha servido para reducir la desigualdad.
Así, Alaska no es sólo uno de los estados más ricos en términos de renta per cápita de todo EEUU, algo poco sorprendente si se tienen en cuenta sus fabulosos ingresos y su reducida población. También es el segundo de todo el país en el que la desigualdad de renta es menor, según confirma en Motherboard Scott Goldsmith, profesor de la Universidad de Alaska.
El coeficiente de Gini en el estado es de 0,422, mientras que el del conjunto de EEUU es de 0,469. En los distritos más boyantes, la desigualdad sin embargo se dispara: 0,532 en la capital de la Unión; 0,499 en Nueva York; 0,471 en California.
La evolución de los últimos años parece apuntar a un papel crucial del Fondo en la reducción de la desigualdad, y de hecho entre 1980 y 2000 Alaska invirtió la tendencia general de Estados Unidos.
Mientras en otros territorios el 20% de la población más rica incrementó sus rentas mucho más rápido que el 20% más pobre, durante ese mismo periodo en Alaska ocurrió lo contrario: el 20% con menos ingresos vio cómo su renta se incrementaba a un ritmo del 25%, frente al 10% en que crecieron las rentas de la quinta parte de la población más rica.
Sin ser milagroso -hay otros factores que parecen haber influido también en el resultado-, el fondo parece haber atacado la desigualdad especialmente en las zonas rurales con menor actividad económica, al crear algo parecido a un suelo: una renta individual que es además universal, incondicional, regular y líquida.
A falta de un par de características para ser la renta básica perfecta, pues la cantidad fluctúa de año en año y es además proporcionalmente pequeña respecto a los ingresos totales anuales, y a pesar de que el caso de Alaska es proporcionalmente singular (muchos ingresos, poca población) y difícilmente extrapolable por lo que respecta al origen del dinero destinado al reparto, parece que no haya mejor ejemplo en el planeta para evaluar los efectos de una renta básica universal aplicada a gran escala, más allá de los modelos teóricos elaborados -con mayor o menor acierto- en los despachos de los economistas.