
Se acerca agosto, ese mes en el que los españoles dedicamos horas enteras a atiborrar nuestros Seat 600 hasta los neumáticos con maletas, sombrillas y neveras portátiles. Pero la incomodidad de jugar al Tetris ® con nuestros enseres personales no nos arruga el carácter, pues tenemos el corazón henchido con el noble propósito de huir raudos de las grises urbes cual manadas de roedores en medio de un naufragio, y así dirigir nuestros destinos a paradisiacos parajes donde gozar del merecido solaz y esparcimiento estival.
Cierren los ojos e imaginen sus cuerpos serranos descansando junto a un lago tranquilo en medio de los frescos bosques del Pirineo. Recorriendo al atardecer playas tropicales en el trópico. Recorriendo al atardecer playas tropicales en la Galicia Tropical. Paseando por museos y galerías de arte en históricas capitales europeas. Saboreando un desayuno rural y coqueto en una coqueta casa rural. O aún mejor, disfrutando el verano tumbados en la arena a la sombra de los rascacielos de Benidorm.
Benidorm, la capital de las vacaciones
Ay, Benidorm. Un conglomerado urbano de 48 kilómetros cuadrados de superficie con 70.000 habitantes censados y cuya principal y casi única diferencia con las ciudades de procedencia de sus veraneantes radica en que el municipio levantino envuelve el psicológico gris en polícromos neones parpadeantes, paellas de receta fluorescente, discotecas de moda, discotecas pasadas de moda, y una marabunta de turistas que ocupan las 40.000 plazas hoteleras repartidas en los centenares de rascacielos de la ciudad.
De hecho, Benidorm es la tercera localidad en hospedaje turístico de España, solo detrás de Madrid y Barcelona, y su población se va hasta los 400.000 habitantes en los meses de verano. Tal es así que, en 1998, los arquitectos holandeses MVRDV plantearon un proyecto utópico tan interesante como -a priori- espantoso.
Se llama "Costa Ibérica" y consistía en el derribo controlado de todos los edificios turísticos de todas las costas de la Península para después concentrar la oferta hotelera completa en una Benidorm de siete millones y medio de habitantes. Una megalópolis mutante e hipertrofiada que apoyaría sus patas varios kilómetros en el interior del Mediterráneo. Las imágenes del proyecto de MVRDV son aterradoras, sí, pero el resultado sería enormemente beneficioso para el medio ambiente del resto del país y, siendo sinceros, tampoco son mucho más feas que las fotos del actual Benidorm.
Ya sé que empezar por Benidorm una serie sobre horripilancias arquitectónicas tiene el mismo riesgo que apostar en un combate de boxeo entre Mike Tyson y Karl Lagerfeld, pero que quieren que les diga, de la ciudad que vio nacer a Julio Iglesias y a Eduardo Zaplana (no, pero casi) y que da acogida al acordeón de María Jesús y a María Jesús, solo cabe esperarse las cotas más esplendorosas de la atrocidad constructiva. Y eso es precisamente el edificio In Tempo: una cima de la crueldad visual en forma de rascacielos dorado.
Diego Delso, Wikimedia Commons, License CC-BY-SA 3.0
El rascacielos más alto de Benidorm
Primero los datos crudos y fríos, a quemarropa, como un guantazo de?sí, de Mike Tyson. Con unos 200 metros de altura, el In Tempo es el rascacielos más alto de Benidorm y debería ser la segunda torre residencial más alta de la Unión Europea: 269 pisos y apartamentos en 47 plantas levantadas en la Avinguda de Colombia, a escasos 150 metros de la playa de Poniente.
Las obras comenzaron en 2006 y, pese a que estaba previsto completarlas en 2009, el edificio no pareció haberse terminando hasta 2014. Eso sí, tras chuparse un presupuesto que rondaría los 100 millones de euros. Y digo "unos 200 metros", "debería ser", "pareció haberse terminado" y "rondaría" porque, aunque la construcción física sí parece en efecto acabada, todo lo que rodea al In Tempo se ve envuelto por una bruma casi impenetrable de afirmaciones borrosas, dudosas e incluso falsas.
Para empezar, y según informaciones del pasado mes de marzo, los apartamentos seguían vacíos y al edificio aún le quedaban remates, además de encontrarse en administración concursal y a punto de abrir proceso de liquidación.
Y es que, al cumplir todas y cada una de las equivocaciones derivadas de los tiempos del pelotazo inmobiliario, el In Tempo podría solaparse perfectamente con la serie sobre El terror urbanístico de la burbuja: una ambición desmedida, una planificación tan alegremente optimista como alegremente exigua, una incompetencia rampante, y un resultado estético y arquitectónico capaz de llevar al oftalmólogo a quienquiera que se plante unos minutos delante de su silueta. De su espeluznante silueta, me permito añadir.
Una forma 'curiosa'
Porque aquí no hemos venido a hablar de problemas económicos, aquí hemos venido a deleitarnos con la fealdad y, amigos, el In Tempo es feo de cojones. No se lleven las manos a la cabeza por la palabrota, es que el edificio adopta la forma no demasiado disimulada de un aparato reproductor masculino.
Si hay algo de cierto en el subconsciente freudiano que califica al rascacielos como símbolo fálico, el In Tempo ha redefinido el concepto llevándolo a sus últimas y absurdas consecuencias: son dos piernas abiertas marcando paquete. No sabemos si los arquitectos del estudio Pérez-Guerras se dejaron llevar por los gustos peculiares de los promotores, si forma parte de su particular exploración artística o si se lo encontraron por casualidad.
De hecho, lo mismo soy yo el único que ve en el cono invertido que une las dos torres un homenaje al Javier Bardem de "Huevos de oro". Película que, por cierto, se rodó en el mismo Benidorm. En el Gran Hotel Bali, concretamente.
Y es que, al margen de referencias genitales, el In Tempo se parece más a un decorado fílmico que a una construcción arquitectónica de relevancia. De hecho, con sus resplandecientes fachadas áureas, su perfil ominoso y esa ubicua protuberancia en la cúspide, el artefacto bien podría ser la guarida de un villano de James Bond.
Qué mejor lugar para la asamblea anual de SPECTRA que en lo alto de un rascacielos al que se acusó, si bien en falso y con desmentido formal, de no contar con suficientes ascensores. Qué mejores vistas para departir con otros pérfidos megalómanos que las que ofrece el interior de ese cono dorado y malévolo.
Además, seguro que desde el vértice central montarían un rayo destructor para acabar de una vez por todas con cualquier opinión disidente de su singular belleza. Visto así, el In Tempo sería igual de feo, pero al menos sería mucho más divertido que pagar 1,6 millones de euros por un piso que cualquiera sabe cuándo podremos habitar.