
La percepción económica de los británicos se ha convertido en un pilar clave a 100 días de las urnas.
La cuenta atrás de los 100 días para las generales británicas ha comenzado enmarcada en un cuadro de contrastes con potencial para influir crucialmente sobre la decisión del 7 de mayo. Tanto los estudios demoscópicos, como la apuesta programática de los conservadores, confirman que la batalla electoral se jugará en terreno económico, por lo que la evolución de la recuperación determinará la suerte de los contendientes. El último trimestre de 2014 dejó una ralentización del crecimiento, que se quedó en el 0,5 por ciento, dos décimas por debajo de los tres meses de referencia anteriores y hasta tres en relación al pico anual. Aunque el ministro del Tesoro ha podido reivindicar que el PIB del conjunto del año mejoró un 2,6 por ciento, por encima de sus competidores internacionales, los signos de interrogación han comenzado a dibujarse en el horizonte británico, en el que surgen severas incógnitas sobre si este freno es puntual, o el inicio de una tendencia decreciente.
Resultados imprevisibles
A tres meses de la cita con las urnas, la respuesta es clave no sólo por la alergia de los mercados a la incertidumbre, sino porque las elecciones de mayo son las más impredecibles que se recuerdan al otro lado del Canal. Un escenario inconcluso, unido al titubeo de una recuperación que parecía encaminada, podría generar una reacción en cadena de incalculables consecuencias. De momento, es prematuro anticipar que la propensión de los trimestres más recientes se vaya a consolidar, pero lo que es segura es la dificultad de George Osborne para reivindicar como misión cumplida su gran objetivo: reequilibrar un modelo productivo que dependía en exceso del gasto del consumidor. Si algo está animando al PIB son los servicios, frente a la anemia de construcción, industria e inversión empresarial, por lo que el sistema semeja seguir sufriendo la vulnerabilidad estructural que contribuyó a convertir la tormenta financiera en un colapso global.
De ahí que los compromisos de los meses venideros vayan a ser sometidos a mayor escrutinio que nunca. Con un déficit todavía mayor que el de España y una deuda en ascenso, los recortes de la próxima legislatura desafiarán la sostenibilidad del gasto en Reino Unido, ya que, a diferencia de convocatorias anteriores, el estado de las finanzas públicas marcará la votación de mayo. La consecuencia más directa es que los partidos están obligados a concretar el inventario de la austeridad aunque por ahora, ninguno se ha mostrado dispuesto.
Las encuestas, de momento, siguen mostrando la testaruda igualdad de los últimos meses, en los que ha quedado oficiosamente confirmado que la única certeza será la falta de mayorías que marcó las generales de 2010. Por ello, factores como la percepción de la recuperación jugarán un papel fundamental, dependiendo de cómo los votantes juzguen que les ha afectado. A priori, los conservadores, según los sondeos quienes más confianza inspiran en el manejo de la economía, tendrían ventaja, puesto que el crecimiento, aunque incierto, continúa.
Sin embargo, más allá de la superficie, mientras los salarios sólo han comenzado a superar al IPC en los últimos meses por un margen residual, la menguante inflación podría derivar en deflación lo que conllevaría una peligrosa caída del gasto del consumidor y, como consecuencia, confirmar que las sombras de duda que actualmente sobrevuelan el cielo británico son amenazas ciertas. No en vano, el Banco de Inglaterra ha subrayado que casi la mitad de las revisiones salariales se producirán en abril, con las generales a la vuelta de la esquina y precisamente cuando se espera una inflación marginal, por lo que los sueldos podrían experimentar subidas pírricas que amenazan con llevar al elector medio a preguntarse quién es el responsable de que la crisis que marcó los comicios de 2010 continúe como protagonista cinco años después.
El desgaste, el reto de los conservadores
Los calificativos se agotan ante unas elecciones sin precedentes. Sólo dos veces un Gobierno británico ha logrado incrementar porcentaje de voto tras dos años en el poder. El hito, inédito desde los 50, es la aspiración de Cameron. El Laborismo, mientras, tampoco lo tiene fácil: la última vez que, tras perder el poder, un partido pasó de la oposición a formar un Ejecutivo con mayoría absoluta fue hace 80 años.