
La huelga general que tendrá lugar mañana en España (la segunda desde que Mariano Rajoy llegó al Palacio de La Moncloa) tendrá un sabor propio de la Europa periférica, incluso más marcado de lo que sus convocantes habían perseguido, al coordinar sus movimientos con sus correligionarios de Portugal e Italia. En efecto, los sindicatos mayoritarios españoles quieren una imagen a la ateniense, con protestas multidudinarias atestando las calles.
Fuentes sindicales no intentan disimular ante este periódico la satisfacción que les provoca saber que en pocas horas "tendrán lugar 111 movilizaciones en toda España, muchas más que en anteriores convocatorias de paro generalizado" y también reconocen que gran número de las pancartas estará en manos de personas que carecen de trabajo y que, en rigor, poco han podido contribuir a la huelga general propiamente dicha.
"Esta protesta va mucho más allá en cuanto a su significado que todas las que hemos vivido con anterioridad", aseguran desde las centrales, y por ello dan la bienvenida a semejante (aunque todavía potencial) ampliación de la base que los respalda, después de los resultados cuestionables, en cuanto a detención de actividad, con los que se han saldado las últimas huelgas generales.
Es más, se trata de un refuerzo que, por sus dimensiones, resulta muy difícil despreciar en un país en el que el número de personas que cobra una pensión ronda los nueve millones y el de las personas que quieren trabajar y no pueden flirtea ya con el sexto millón.
Fuentes cercanas al Gobierno se muestran perfectamente conscientes de esta ventana de oportunidad que se ha abierto de par en par en el bando que protesta contra sus políticas, y reconocen que esperan "manifestaciones potentes" recorriendo las calles. "Es lo que cabe prever cuando se quiere hacer de una huelga general una protesta ciudadana en primer término", remachan.
No dan abasto en banderas
El mejor testimonio de que los sindicatos se encuentran dispuestos a aprovechar a fondo el clima de efervescencia social y convertirlo en grandes cifras de asistencia a manifestaciones lo pueden dar las personas que se ocupan de equipar y dotar de colorido a esas protestas.
Desde Adivin, empresa malagueña dedicada a la fabricación de banderas, un proveedor habitual de los sindicatos, aseguran que están produciendo "el triple de artículos que hace seis meses", cuando tuvo lugar el primer paro general de esta legislatura.
Y no terminan ahí los cambios: "Notamos una planificación y organización bastante mejor en lo que respecta a los pedidos. Todo lo han hecho con mucho más y tiempo y cuidando la gestión". Todo un síntoma de que las centrales se están tomando muy en serio la estrategia de mostrarse fuertes a la hora de pisar las aceras, en momentos en que no está claro hasta qué punto una huelga general consigue paralizar el país.
Baremos tradicionales de medición como el consumo de la electricidad, aun cuando se continúan utilizando, llevan tiempo siendo el blanco del cuestionamiento de numerosos economistas. Los críticos consideran que hay que dejar atrás la impresión, completamente decimonónica, de que las huelgas generales se guían por un propósito anti-maquínico. En el siglo XIX el objetivo podía ser la completa paralización de la máquina, a la que se veía como el principal enemigo del obrero. Actualmente, la existencia de servicios mínimos y de sistemas automáticos garantiza un mínimo de consumo eléctrico nada despreciable.
La verdadera paralización es la que tiene lugar en el sector del transporte cuando el seguimiento del paro es masivo, algo que no resulta infrecuente que ocurra en las muy frecuentes huelgas generales griegas. Mañana, con todo, las fuentes sindicales consultadas aseguran que los servicios mínimos se cumplirán y que la incidencia en este ámbito será muy semejante a la del pasado marzo (que el Gobierno calificó de "pequeña").