
Esta crisis financiera se recordará como el momento en que Reino Unido ha dado la espalda a sus socios.
Ya era de madrugada. El monótono belga que presidía la reunión ni siquiera pudo hacer un descanso para ir al baño. Y el primer ministro británico seguía hablando sobre servicios financieros. ¿Estaban reunidos para salvar el euro o para discutir las garantías técnicas de la City de Londres?
Casi ningún líder tenía idea de qué estaba hablando David Cameron. Se quedaron "perplejos", como describió más tarde un funcionario. Los pocos con los que se había reunido de antemano (la alemana Angela Merkel, el francés Nicolas Sarkozy y Mario Monti, el tecnócrata a cargo de Italia) sólo querían que se callara. Y Cameron lo hizo pero no antes de estremecer a los presentes adormecidos vetando un cambio del tratado que habría dado a Bruselas enormes poderes nuevos y atado aún más el nudo de Gran Bretaña con la Unión Europea.
Los tories euroescépticos están pletóricos pero el recurso del arma más potente del arsenal europeo (es la primera vez que un primer ministro británico la empuña desde que el Reino Unido ingresó en el antiguo Mercado Común en 1973) ha levantado una crisis de dimensiones sin precedentes en la relación de Londres con el resto de la unión. No sólo los 17 miembros de la eurozona se unieron contra Gran Bretaña sino también, por lo visto, los otros nueve no miembros del euro como Bulgaria, cuya simpatía confiaban en ganarse Cameron.
El espectro contra el que la oficina de asuntos exteriores y la Commonwealth lleva décadas luchando (una Gran Bretaña aislada, despojada de influencia pero sujeta a las decisiones del resto de la UE) ha cobrado vida en Bruselas. Los asistentes a la reunión no son los únicos sorprendidos por el misterio de la repentina ruptura de relaciones y las ramificaciones son todavía más desconcertantes. No es ninguna exageración decir que la crisis se recordará como el momento en que Gran Bretaña dio la espalda a una Europa unida. ¿Podría haber elegido otro camino? ¿O era la consecuencia inevitable de la crisis financiera?
Cameron se había pasado la semana ensayando uno de los momentos más peliagudos de su mandato, una cumbre europea que se anunciaba decisiva para una eurozona atribulada y para su moneda, tras la tumultuosa paliza de los mercados este año.
Cameron, como líder del país más prominente fuera de la eurozona, tenía sus propias prioridades. Se encontraba bajo la presión de los diputados más críticos, ochenta de los cuales habían dejado clara la fuerza de su hostilidad hacia Bruselas en otoño, desafiando las órdenes de votar contra un referendo sobre la pertenencia a la UE. Estaba dispuesto a lanzarse a la batalla con Francia y Alemania para proteger a la industria de servicios financieros de la city, que genera el 10 por ciento del PIB del país y esperaba extraer nuevas garantías a cambio de acordar las reformas fiscales que Merkel y Sarkozy querían.
Con Monti
Ya en Bruselas, y después de una reunión de último minuto con funcionarios británicos, el primer ministro mantuvo un breve encuentro con Monti, el nuevo primer ministro italiano, en el que le explicó su complicada situación, como publicó después el Corriere della Sera, en términos parecidos a éstos: "Querido Mario, si no vuelvo a casa con algo para la city, me voy a quedar sin trabajo. Tengo que obtener algo a cambio de mi firma sobre las nuevas reglas del euro", añadió, indicando que si se limitaba a firmar los cambios del tratado sin obtener nada, se enfrentaría a "importantes problemas internos".
Su siguiente cita fue con Merkel y Sarkozy en la sala de la delegación francesa. Flanqueado por Llewellyn, Cunliffe y William Hague (ministro de exteriores), Cameron se mostró cordial pero enérgico. Durante 45 minutos expresó la que sería su postura durante la cena, cuando se mantendrían las negociaciones principales. A cambio de permitir que la eurozona crease una nueva unión fiscal bajo el Tratado de Lisboa, el equipo británico exigía dos protocolos: uno para preservar el mercado único y otro para proteger a la city londinense de unas regulaciones europeas excesivas.
"Nuestras demandas eran muy razonables. Ni nos estábamos pasando ni hacíamos el ridículo. Si no lo conseguíamos, sabíamos que no aceptaríamos el cambio del tratado", ha dicho una fuente del número 10. Uno de los principales requisitos de Cameron era proteger contra la regulación de la UE a las entidades financieras estadounidenses con base en Londres que no comercian con el resto de Europa. Otro era que los bancos británicos pudiesen tener requisitos mayores de capital.
El encuentro se disolvió sin atisbo de acuerdo. Los representantes británicos admitieron después que en ese momento se dieron cuenta de que Gran Bretaña iba a sumirse en una contienda. Se comentó que Merkel y Sarkozy habían acordado su postura durante una reunión del Partido Popular Europeo de centro derecha en Marsella a la que Cameron (que sacó a los tories de la formación política hace dos años) no asistió.
Tras su reunión con Merkozy, como se conoce al eje Merkel/Sarkozy, los franceses empezaron a apretar las tuercas y comentaron que Cameron estaba actuando de manera desmesurada. Quería algo a cambio de nada, decían.
Con los 27 jefes de estado enfilados hacia el comedor, se avecinaba una confrontación histórica. Cuando se llevaron los platos, los líderes se pusieron a discutir los tortuosos detalles de lo que se incluiría en la nueva unión fiscal pero, fundamentalmente, no cómo se implementarían. Durante horas eludieron la cuestión principal.
Estaban solos pero no exactamente relajados. Los ayudantes escuchaban en las salas contiguas y los intérpretes simultáneos se las apañaban con las diferentes lenguas. Cerca de la medianoche, Merkel y Sarkozy se llevaron supuestamente a Cameron. Todo eran sonrisas cuando volvieron a la sesión plenaria. A las 2.30 de la mañana terminó la pantomima y las conversaciones entraron en una fase crítica. Cameron volvió a formular sus demandas. Dejó claro que amenazaba efectivamente con el veto y que Gran Bretaña impediría un tratado que abarcara a los 27 estados si no se cumplían sus condiciones. Los demás escuchaban su discurso en silencio. Herman van Rompuy, el exprimer ministro belga que presidía la reunión en calidad de presidente del Consejo Europeo, preguntó a Cameron si aceptaría una solución sin cambios en el tratado. Dicen que Cameron se opuso y aseguró que no firmaría nada en absoluto sin las garantías que necesitaba.
Su rechazo al compromiso marcó, por lo visto, un punto de inflexión y la sala al completo se volvió en su contra. Según fuentes presentes en la reunión, el presidente francés le reprendió diciendo: "David, vamos a ser serios". Sarkozy le dijo a Cameron que "te entiendo y comprendo tus problemas; todos te respetamos pero tienes que entender que el futuro de Europa está en juego. Y no hay cuestión de una transferencia de soberanía". Después se le oyó quejarse de que estaba "harto" de que Cameron criticara el euro. Cuando Sarkozy se relajó (Merkel se sentaba callada e impasible cual esfinge), el argumento de Cameron se volvió más inflexible.
A las 6.50, Cameron llamó a Nick Clegg, el vice primer ministro, antes de desmoronarse en la cama. Las implicaciones de lo que acababa de hacer empezaban a salir a la luz. Le despertó 85 minutos después un copioso desayuno inglés con panceta, huevos revueltos y varias tazas de café solo. A esa hora, otros miembros de la UE dejaban patente su desdén hacia su manejo de la situación y el contundente veredicto de la nueva postura de Gran Bretaña en Europa. Elmar Brok, un veterano eurodiputado de la Unión Democrática Cristiana de Merkel y su aliado más cercano en el parlamento europeo, lo describía de "aislamiento total y auto-infligido". Ella dijo, fulminantemente, que "no puede ser bueno para el primer ministro británico que tenga que esperar en el pasillo mientras los otros 26 líderes debaten asuntos urgentes pero así es como será en el futuro".
Hasta Van Rompuy intervino. Una fuente cercana a él dijo que "es una derrota para la diplomacia británica. Uno no puede venir con esas condiciones el día de la cumbre y esperar que le tomen en serio. Pese a las declaraciones anteriores de Cameron y varios ministros británicos, las exigencias del Reino Unido no tenían nada que ver con las medidas urgentes para rescatar a la moneda común". El consenso era que Gran Bretaña se había pasado jugando sus cartas. "El veto es una ficha de negociación poderosa hasta que se utiliza. Cameron la usó y no obtuvo nada a cambio. Pidió garantías pero no recibió ninguna e incluso se extrajo del proceso decisorio", dice un alto funcionario.