
La canciller considera que los eurobonos no son una solución mientras no haya integración fiscal. Anuncia que planteará en la próxima cumbre de Bruselas del 8 y el 9 la reforma de los tratados.
La canciller alemana Angela Merkel presentó ayer ante el Bundestag, el parlamento de su país, las líneas generales de la postura que el Gobierno de Berlín va a defender en la cumbre de Bruselas de los próximos días 8 y 9 de diciembre, considerada por todos de vital importancia para el futuro del euro. Merkel puso los puntos sobre las íes de una forma meridianamente clara: Europa, o más concretamente la Comisión, debe tener potestad para sancionar de manera automática a aquellos países que incumplan los criterios de estabilidad, entre los que figurará, obviamente y de manera irrenunciable, el déficit cero. La canciller es incluso partidaria de que los Estados incumplidores tengan que responder ante el Tribunal de Luxemburgo.
Asimismo, Bruselas ha de contar con los mecanismos suficientes como para poder intervenir en los presupuestos nacionales que se consideren inadecuados en lo que al cumplimiento de la disciplina fiscal se refiere. Para todo esto, Alemania tiene claro que hay que cambiar los tratados europeos, un proceso que llevará tiempo.
Factor tiempo
Este último factor, el del tiempo, había llevado a Francia, el otro miembro del núcleo más duro del euro, a plantear que la implementación de las reformas se llevase a cabo mediante pactos bilaterales entre los diferentes Gobiernos, siguiendo el modelo que se utilizó para el acuerdo de Schengen. Esto ahorraría tiempo y, según diversos analistas, permitiría a Francia "manejar" la situación de una forma más acorde a sus intereses en caso de que se diese un incumplimiento de criterios como la deuda pública y el déficit. Algo así como lo que sucedió en su día con el tratado de Maastricht, que preveía sanciones en caso de violar los criterios que se fijaron para poder acceder al euro. Cuando Alemanía y la propia Francia se saltaron la norma, el acuerdo quedó en papel mojado y no hubo forma de aplicar sanciones.
Esta idea de los pactos bilaterales es rechazada por Merkel. En su opinión, supondría la ruptura del euro, dando lugar a una Europa de dos velocidades.
El jueves pasado, sin embargo, Sarkozy empezó a cambiar de registro y se mostró abiertamente partidario de la reforma de los tratados. Lo analistas consideran una señal de que Merkel habría empezado también a ceder a las presiones francesas para que el BCE se "comprometa" de una forma más estrecha con la resolución de la crisis.
El acuerdo del eje franco-alemán estaría, por tanto, más cerca, aunque los dos líderes han quedado citados este lunes en París para terminar de atar los cabos que aún quedan sueltos.
La canciller volvió a mostrarse ayer contraria a la creación de los reclamados eurobonos, los títulos de deuda europeos que servirían a los socios de la moneda única para financiarse, con el respaldo unitario de todos lo miembros. Nada nuevo, salvo que Merkel, por primera vez introdujo el factor temporal. Los eurobonos no tienen sentido "ahora", cuando la integración fiscal de los 17 es todavía una entelequia. Sin embargo, el resultado final del proceso que Merkel y Sarkozy quieren poner en marcha, de una manera incontestable, en la próxima cumbre de Bruselas, sería esa integración fiscal, tras la cual sí se pondría en marcha la emisión de los eurobonos.
Merkel fue parca a la hora de referirse al BCE, organismo al que se le reclama una mayor intervención en la solución de la crisis. "El mandato del Banco Central Europeo no es el mismo de la Reserva Federal de Estados Unidos", dijo, al tiempo que recordó que su papel es la vigilancia sobre los precios y la estabilidad monetaria. Fuera de este cometido, cualquier cosa que haga la institución debería estar guiada por la más estricta independencia.
Uno de los caminos podría ser perfectamente la colaboración directa con el FMI. El Banco prestaría dinero al Fondo, para que éste se lo prestase, a su vez, a los países en dificultades.
Crisis de confianza
Merkel insistió ayer en que la actual, más que una crisis de deuda es una crisis de confianza en el modelo de Europa, y vaticinó que su solución "no llegará con un solo golpe de efecto", sino tras "años de dificultades". Puso énfasis en los "logros" alcanzados en dirección a una "unión fiscal" y expresó su reconocimiento a los esfuerzos de los ciudadanos de los países más afectados por la crisis, como España e Italia.