
El destino puede ser macabramente caprichoso. El yen japonés ha llegado a tocar máximos y se ha situado situarse en 76,25 unidades por yen, superando así el máximo previo de 79,75 que marcó el 19 de abril de 1995.
Es decir, desde el súbito impacto alcista provocado en la moneda japonesa por el terremoto de Kobe en enero de ese mismo año. Dieciséis años después, otro seísmo, el del pasado viernes, ha devuelto al yen a esos niveles.
No acaban ahí las dudas. ¿Cómo es posible que se aprecie una divisa cuyo país está sometido a la destrucción del temblor y el posterior tsunami y a la elevada incertidumbre generada por la alarma nuclear? Tres motivos principales lo explican.
El primero, la repatriación de divisas por parte de las empresas y los bancos japoneses, una tendencia que traza otro nexo temporal con el seísmo de Kobe. Entonces, este motivo provocó que el yen se apreciara un 20 por ciento en los tres meses posteriores al terremoto, sufrido el 17 de enero. ¿Se repetirá la historia? Hay quien opina que sí.
"Tras el shock inicial, el dólar-yen podría caer hasta las 65 unidades a pesar de la intervención de las autoridades", vaticina Steen Jakobsen, economista jefe de Saxo Bank. Por el momento, el Banco de Japón (BoJ) ha inyectado 28,5 billones de yenes -unos 260.000 millones de euros-.
Esa repatriación responde a una estrategia meramente defensiva. Ante la interrupción de la actividad industrial y crediticia, las empresas y las entidades financieras buscan reforzar sus posiciones recuperando el dinero procedente de las inversiones que tienen en el exterior.
El segundo motivo consiste en la entrada de dinero de otros países asiáticos que buscan resguardo en la moneda japonesa, la de mayor influencia en la región. "Cuando los inversores asiáticos se enfrentan a situaciones de incertidumbre, compran yenes como protección", apunta Juan Ramón Caridad, director en España de Swiss & Global.
Riesgos locales... y mundiales
Para Juan Ignacio Crespo, director europeo de Thomson Reuters, hay un tercer motivo que merece ser destacado. A su juicio, la apreciación del yen "sobre todo se debe a que se deshacen posiciones de carry trade, porque ha habido una reducción general de riesgo en las carteras".
Hay que tener en cuenta que los bajos tipos de interés vigentes en Japón durante la última década -periodo en el que han permanecido próximos al 0 por ciento- han estimulado que los grandes fondos y bancos de inversión hayan usado la divisa nipona como plataforma sobre la que edificar sus posiciones en activos con riesgo.
Esta estrategia, conocida como carry trade, incluye entre sus consecuencias un debilitamiento de la divisa financiadora -en este caso, el yen-. Eso, en caso de que los inversores sean optimistas y sientan apetito por el riesgo. Si, por el motivo que sea, retorna el pesimismo o la incertidumbre, rebobinan; esto es, deshacen sus inversiones en activos con riesgo y la divisa financiadora vuelve a apreciarse. Justo lo que está ocurriendo en las cuatro últimas jornadas.
Éste es, de hecho, uno de los riesgos que la situación actual puede provocar para la economía mundial. En los últimos años, Japón ha sido un manantial de dinero para el resto del mundo, una tendencia que se ve alterada por la incertidumbre actual. Los mercados, por tanto, se enfrentan a un periodo en el que la liquidez puede ser inferior, sobre todo en lo que respecta a los activos con riesgo, como los mercados emergentes o las materias primas.
Al mismo tiempo, la apreciación del yen, que actúa como un termómetro para medir cómo ha cambiado el panorama económico y financiero japonés tras el terremoto del viernes, genera dificultades locales. Hasta que se corrija, algo que esperan los analistas a medio plazo y que ya ocurrió en 1995 tras la estampida alcista inicial, será una pesada carga adicional para la exportadora economía nipona.
"Ahora, nos encontramos con un riesgo real de cambio de comportamiento microeconómico en Japón: la mayoría de inversores podrían aumentar su sesgo local (la tendencia a invertir y comprar dentro de su propio país). Si esto sucede, circularía menos dinero en el sistema global y el pastel de capital flotante sería menor", resume Steen Jakobsen.