
Sin tiempo, apenas, para reponernos, de la sorpresa del adelanto de las elecciones generales, Pedro Sánchez nos ameniza la campaña cambiando el disfraz de feriante de tómbola, que tan mal le fue el 28-M, por el de saltimbanqui del circo electoral y proponiendo nada menos que hasta seis debates, uno por semana y cara a cara con Núñez Feijóo, que es quien de verdad no le deja dormir por las noches y no el difuminado espectro del hoy convidado de piedra Pablo Iglesias.
Una ocurrencia esta de los debates que supone la ratificación incuestionable de que Sánchez ha convertido las elecciones democráticas en un asunto personal. Un plebiscito sobre su persona que es lo único que le importa, le interesa y le obsesiona.
Además de que supone una contradicción, otra más, con su actitud durante la campaña de 2019 en la que se negó a debatir con Pablo Casado, entonces aspirante del PP. Claro que si a algo nos tiene acostumbrado el todavía Presidente del Gobierno es a la mentira y al cambio de opinión en función de cómo y por dónde sopla el viento.
Por eso, mal harían Núñez Feijóo y los populares en picar en el anzuelo que les pone Pedro Sánchez y en creerse que lo tienen ya ganado. Cierto es que les basta con no cometer errores, pero como les avisó la hoy también extinguida Inés Arrimadas, Sánchez todavía no está muerto y es un consumado tahúr en el manejo de las trampas, el enredo y las intrigas.
Pero, pese a estas salvedades lo cierto es que debate sí. Pero en su justo término -dos son multitud- y, sobre todo, ¿para qué? Debatir en campaña electoral es, o debería ser, enfocar los problemas del país y de los ciudadanos, confrontar programas y propuestas, formular soluciones y proyectos. Es decir, debatir sobre lo que ocupa y preocupa en España y a los españoles y sin demagogias, descalificaciones, el insulto, la crispación, falsas promesas y el frentismo que son los argumentos del sanchismo.
Por eso, debate sí, pero debate sobre los cuatro millones reales de parados. Sobre la pérdida de poder adquisitivo de los hogares españoles -un 5,1% la mayor de la OCDE-. Sobre las colas del hambre. Sobre los 13,1 millones de españoles en riesgo de pobreza y exclusión, sobre la deuda histórica del 113% del PIB. Sobre la política fiscal esquilmatoria y abusiva. Sobre el PIB de un país que es el único de la UE que todavía no ha alcanzado el nivel previo a la pandemia.
Sobre la caída del 4% de la producción industrial de abril que es la mayor de los dos últimos años y confirma la ralentización de nuestra economía. Sobre el aumento del 31% de las quiebras y suspensiones de pagos, o sobre el récord de 300.000 despidos en los cuatro primeros meses de este años por la contrarreforma laboral de la Yolanda de Sumar.
Y debate para hablar también sobre la gestión de los fondos europeos, que de los 37.000 millones recibidos sólo 6.000 han llegado a la economía real. Sobre el centenar de violadores y delincuentes sexuales excarcelados y los más de mil que han visto rebajadas sus condenas por la ley del "Si es Si", que no es sólo la ley de Irene Montero sino la ley de Pedro Sánchez y del gobierno entero.
Sobre la Ley Trans. Sobre el medio millar de viviendas que en España se okupan cada día y una política gubernamental que ampara al delincuente frente al propietario.
Sobre los indultos a los golpistas catalanes y la supresión del delito de sedición. Sobre la presunta corrupción del Tito Berni, los Eres de Andalucía. Sobre Pegasus, el espionaje de Marruecos y el vergonzoso cambio de postura sobre el Sahara, o sobre los pactos con Bildu y los traslados de presos de ETA al País Vasco.
Sobre eso, y también sobre el esperpéntico incidente de las fresas de Huelva, donde hemos asistido al espectáculo, insólito en la política internacional, de un gobierno que se pone a la cabeza del boicot contra sus propios productos nacionales poniendo en peligro 160.000 puestos de trabajo y 1.500 millones de euros de facturación, y sólo por motivos de interés electoral y en beneficio de los lobbies de las fresas alemanas. ¿Hay quién dé más?